domingo, 25 de agosto de 2019

Un gitano, Chirbes y la Hello Kitty



Estuve en Tapia de Casariego y no vi la tapia. Casariego tampoco estaba pero me presentaron a un primo suyo lejano, que vino de América, con fama de vividor y mujeriego. Era un 12 de agosto y estaba muy a gusto. Lunes para más señas y había mercado. El ayuntamiento era austero, con sus banderas, sus municipales y toda la parafernalia. A su alrededor, un rosario de puestos de venta ambulante y, entre todos ellos, me fijé en el de un viejo gitano que vendía antiguallas. Los cacharros que mercadeaba eran de lo más variopintos e inútiles. Juguetes mutilados y llenos de roña. Vajillas desconchadas y con más mierda que el palo de un gallinero. Muebles cojos y descolados. Y entre tanto escombro e inmundicia un puñado de libros apolillados y polvorientos a dos euros la pieza. 
Tras hojarlos un poco, a pesar de mi alergía al polvo, captó mi atención un libro de Chirbes. Murió no hace mucho. Ganó no sé qué premio. Yo no había leído nada de él como no he leído nada de otros millones de escritores de allende los mares y de tierra adentro, aunque tiempo al tiempo. Tras regatear en corto con el gitano, por tres euros, me llevé Paris-Austerlitz y una Hello Kitty que no había manera de arrebatarle a mi hija de la mano. 
Al llegar al pequeño apartamento que teníamos alquilado en Soto de Luiña, y sentarme a reposar una copiosa y gaseosa Fabada, descubrí una pequeña anotación sobre el margen superior derecho de la primera página: Bego/Ignacio.
El libro tenía una prueba manuscrita de sus antiguos dueños, como un perro abandonado con su microchip. Especulo sobre que fue un libro comprado a escote. De catorce que costaba, cada uno debió de pagar siete pavos. Desconozco si lo leyeron a la par a la luz de una vela o cada uno hizo su lectura a salvo de las miradas del otro. Hay gente que para cagar y para leer necesita de su privacidad.
Nunca pensé descubrir a Rafael Chirbes, después de muerto, en un recóndito rincón del occidente asturiano, de la mano de un gitano y de dos desconocidos, tal vez enamorados, o quién sabe si ya pleiteando por su divorcio, que invertían a medias en cultura.
Sea como sea, gracias a todos. El libro es extraordinario.

jueves, 22 de agosto de 2019

Groenlandia


-Oiga señora, ¿me vende usted a su hijo?
-Caballero, mi hijo no está en venta. 
-Pero yo tengo mucho dinero, señora. No me subestime. 
-No es cuestión de dinero, ni de estima, es que no me da la gana de venderle a mí hijo, que para eso es mío. 
-Señora... a ver si nos entendemos, que tengo dólares para aburrirla a usted y a su hijo, no me venga ahora conque está en contra de la sagrada ley del libre mercado. 
-No pienso discutir con usted de leyes ni de sus dólares ni del libre mercado, pero le repito que mi hijo no está en venta.
-Mire usted señora que cuando me cabreo y se me despeina el flequillo se me va el traque, que no vea usted lo que me gasto en peluqueros.
-Lo siento por usted, hágaselo mirar.
-Sabe que le digo, señora: usted es muy desagradable. 
-Pues que se le va a hacer... 

viernes, 16 de agosto de 2019

El desconfiado


Rufino Cienfuegos, antes de ser acusado de pirómano por las infundadas sospechas que generaba su apellido, y por su asqueroso vicio de fumar cinco paquetes de Celtas sin boquilla que casi lo llevan al óbito, era un tipo relativamente normal. El hecho de que perdiera un ojo en su adolescencia, durante la fiesta de los petardos de su pueblo, y de que cojeara de su pierna izquierda tras emular al desaparecido Ángel Nieto con una vieja Mobylette que heredó de su abuelo materno, lo convirtió en un ser antisocial. Vamos, que era más raro que un perro verde.
Pero todo empeoró, si es que acaso podía empeorar más, el día en el que tras mucho ahorrar, le compró un Iphone 7 a un conocido perista de la localidad.
Los primeros días de convivencia de Rufino con su Iphone fueron idílicos.  Cienfuegos navegaba por esos mundos de Internet durante las 24 horas del día, hasta que sus ojos echaban fuego. Porno duro. Páginas de contenidos paranormales. Super Tetas. Páginas de fútbol. Rufino, tal vez por su cojera, siempre había soñado con ser un gran futbolista y casarse con una modelo de vertiginosas curvas. Cuarto Milenio. Super Culos. Últimamente los culos era en lo único que se fijaba de las mujeres. Medium y mensajes desde la otra vida. Separadas, jovencitas, y otras Caperucitas.
Rufino consumía datos como para asar los servidores de Vodafone. De hecho, Rufino era mucho de asar. Aquella barbacoa junto al bosque, y trescientas colillas de Celtas a su alrededor, junto con su dichoso apellido, que más que apellido sus paisanos ya habían convertido en apodo, fue lo que le llevó de cabeza al cuartelillo.
Rufino quedo libre sin cargos, porque no se puedo demostrar nada, pero esa situación lo arrastró hacía una vida todavía más al margen de la sociedad.
Se obsesionó con sus vecinos lo mismo que se obsesionó con su Iphone el día que, al salir de su casa, en la pantallita apareció el mensaje de que al Bar del Anastasio, tendría cinco minutos y el tráfico era fluido. ¿Cómo narices no iba a estar fluido el tráfico si en aquel maldito pueblo tan sólo circulaban media docena de coches y una docena de riejus? ¿Cómo sabía ese sospechoso artefacto de la manzana a medio comer que Rufino iba a tomarse un carajillo al bar del Anastasio?
Esa situación le conmocionó, pero peor fue lo que le pasó por la noche. Después de comerse un bocadillo de panceta y morcilla, Rufino sintío la llamada de la selva en su entrepierna, de tal manera que se echó un chorro de limón en las manos, se lo embadurnó por el pelo a modo de fijador, se puso su mejor camisa, y salío a la puerta con más ganas de mojar el churro que de bailar la jota. Sin embargo, cuando al mirar su Iphone vio en la pantalla que al Club Nereidas tenía siete minutos y el tráfico era fluido, aquello lo sobrepaso.
¿Cómo puñetas sabían en los Estados Unidos de Norteamérica que Rufino Cienfuegos tenía ganas de clavar la chincheta en el Club Nereidas? ¿Quién osaba espiar a un pobre desgracido malnacido que sobrevivía en un recóndito pueblo de Extremadura con menos euros que un jubilado a fin de mes?
Rufino, pese a su escasa cultura, ya que sabía menos de big data que de cambiar pañales, tomó una valiente decisión: llamó al perista para que le cambiara a pelo el moderno y visionario Iphone por un viejo Nokia más usado que la flauta de Bartolo. Sabía que, con el trueque, lo que perdía en dinero lo ganaba en independencia. 
Y es que Rufino Ciefuegos no se fiaba ni de su padre. Y mucho menos de los yankies. En el pueblo todo el mundo lo tenía por tonto, pero, pese a ello, él valoraba mucho su privacidad.