viernes, 27 de septiembre de 2019

La sonrisa etrusca


El controvertido ponente observó, no sin cierto desánimo, a la escasa audiencia que se había congregado en aquel pequeño auditorio de provincias. Venía vestido, como en él era habitual, con una larga túnica blanca y lucía una alargada y descuidada barba, tan canosa como su melena que, en esta ocasión, traía recogida en una coleta. Un tanto titubeante, acomodó el micrófono. Solicitó, contrariado, que se llevaran una botella de agua de plástico que le habían colocado sobre el atril. —Estoy harto de plásticos— le explicó al muchacho que le atendió. Haciendo tiempo, ordenó y repasó sus papeles. De nuevo, el invitado alzó la mirada y exhibió ante el público una sonrisa nerviosa. Mientras esperaba que se terminarán de acomodar un pequeño grupo de estudiantes que acababan de irrumpir en la sala, preguntó a los presentes: ¿Todos bien?….Pues, si les parece, vamos a comenzar…

“Del irrepetible economista y filósofo José Luis Sampedro aprendí, si es que acaso no lo sabía ya, que las ciudades son una trampa. Contemporizando la frase, yo me atrevería a afirmar que las ciudades son como agujeros negros que se lo tragan todo. De hecho, las ciudades están acabando con el planeta. En el pasado, con sus cantos de sirena, las grandes urbes atrajeron a la mayoría de la población, dejando tras de sí a la madre tierra abandonada a su suerte, y condenando a cadena perpetua a todos los infelices que mordieron el anzuelo. 
De ese modo, atrapados y deshumanizados, alejados de nuestra capacidad innata para la autosuficiencia, quedamos convertidos en seres dependientes y fácilmente manejables. Somos, ustedes y yo, poco más que máquinas de consumir y de contaminar. Máquinas que valen tanto como nuestra propia capacidad de producción y de consumo. Esto es fácil de entender: a mayor capacidad de consumo mayor valor, de ahí que los pobres no les interesen a nadie. Aunque esos pobres sea niños indefensos, o ancianos a los que se les ha reventado a trabajar durante toda su vida. Y así nació, para destrozarlo todo, el Homo Number, alejado de sus orígenes y de su propia biología como especie y al que le fue arrebatado perniciosamente, mediante rudimentarias argucias de psicomarketing, el sentido común y el sentido crítico. 
Ningún lobo, ningún águila, ningún oso, ningún árbol, necesita de las ciudades. Los personas, en contra de lo que nos han hecho creer durante los últimos siglos, necesitamos de la naturaleza y nos necesitamos unos a otros. Formamos parte de ella. Inexplicablemente hemos destrozado los mares, los ríos y los lagos, hemos esquilmado los bosques, extinguido las especies, calentado el planeta, contaminado los cielos, como si nuestra vida consistiera, únicamente, en una especie de carrera hacia la destrucción. El hombre no es ningún Dios que pueda controlar ni predecir ni sustituir a la naturaleza por un ecosistema artificial. Somos simples seres vivos entre millones y millones de seres vivos. Ni más ni menos que todos ellos. ¿Alguno de los aquí presentes cree qué, de seguir así, no nos encaminamos hacia la Apocalipsis? ¿Alguien cree qué podemos seguir comiendo cómo comemos y viviendo cómo vivimos?
Si la trampa fueron las ciudades, la libertad y la esperanza, queridos oyentes, créanme , nos esperan fuera de ellas. Tal vez, antes de que sea tarde, nuestra especie vuelva a la tierra, ocupe los espacios que abandonó, y regrese a sus orígenes recorriendo, en sentido inverso, esta fallida evolución que inició el Homo Sapiens. La tecnología y el conocimiento que hemos adquirido nos habilitan para realizar esa nueva y necesaria dispersión demográfica. Hoy día, tenemos a nuestro alcance tecnología más que suficiente para no contaminar. Disponemos de capacidad para alimentar sobradamente a toda la población del planeta. Sabemos que la concepción del trabajo como la conocemos hoy en día carece de sentido. Los grandes gurús que controlan los caminos del mundo saben que el neoliberalismo salvaje ha sido el mayor error de la historia de la humanidad pero no saben cómo parar a la bestia.
No hace falta que busquemos la solución a la crítica situación por la que atraviesa nuestro planeta en Marte, ni en otros planetas fuera de nuestro sistema solar; la solución, como siempre, está frente a nosotros y seguimos dándole la espalda. La buena nueva es que el Homo Naturalis está a punto de surgir. Ellos, le pese a quién le pese, serán los llamados a salvar el planeta. El Mono Sabio, estimados amigos, no era tan sabio…
Ya se ha acabado mi tiempo, solo espero que a ustedes no se les acabe.”

Para concluir, el ponente se quedó callado por unos instantes mirando fijamente a los asistentes. Segundos que se vivieron en el auditorio con una enorme tensión. Como si se hubiera detenido el tiempo. Como si los misteriosos ojos de ese visionario personaje continuarán hablándoles más allá de sus palabras.
—Este es el mensaje que les quería trasladar. Es nuestro ser o no ser. Espero de todos y cada uno de ustedes compresión pero sobre todo acción. A partir de ahora, lo crean o no, son mis discípulos. Lleven mi mensaje hasta el último rincón del planeta. Que nadie diga que no lo sabía…
Tras tan inquietante intervención, en la sala se hizo un silencio sepulcral como preámbulo a un largo y emotivo aplauso que se prolongó durante largos minutos con todo el auditorio puesto en pie. 

El controvertido personaje, tras una breve despedida, se dispuso a abandonar la sala perseguido por un grupo de sus más fervientes seguidores y por una joven y bella periodista que intentaba sonsacarle algunas declaraciones para un medio de comunicación local. —Disculpe, señorita, estoy algo cansado y no tengo mucho más que decir. Nadie me hará caso y las montañas me esperan. Las montañas, pacientemente, siempre nos espera. Dígale eso a los de su periódico y, de paso, que se lean “La sonrisa etrusca”. Tal vez así entiendan algo de lo que les digo.

viernes, 20 de septiembre de 2019

Miseria y dolor


Tengo entre mis manos un dibujo inquietante. Me lo regaló inesperadamente mi amigo Artur hace tan solo unos días. Los regalos que no esperamos tienen un sabor especial. De fondo, para que se pongan en situación, suenan los Eagles. A mi alrededor todo está oscuro, a excepción de mi iPad que recibe la luz de un pequeño foco led. 
Natalia Wojnych, que vive en el barrio de Ursynów, en Varsovia, es una joven polaca que lucha por ser ella misma a pesar de las muchas adversidades que la vida le ha presentado. Quién sabe si el misterioso personaje del dibujo, que aquí les comparto, no sea su propio padre. Maldito alcoholismo que tanto daño hace en el mundo y lo bien normalizado que lo tenemos. Lo podemos adquirir en cualquier parte y a cualquier precio. Y mata. Vaya que sí mata. Y destroza hígados y familias por igual. Y del resto de drogas mejor ni hablamos.
He visitado muchos países y me siento muy afortunado por ello. En muchos de esos destinos me he encontrado borrachos tirados por las calles. Hombres, mujeres, y hasta niños. Gente que vive en los margenes de la sociedad sin apenas derechos y sin ayuda de ninguna clase. Para nosotros, forman parte del decorado de nuestra rutina, como una realidad inamovible, como algo que no nos concierne ni nos preocupa. 
Y no nos preocupa hasta qué, como a Natalia -firma como Natalia pero creo que su auténtico nombre es Alicia- el borracho es tu padre, o tu hermano, o tu esposo, o tu hijo. 
Ahora nos está cayendo encima otra avalancha de mierda ante la que permanecemos impasibles, como son las puñeteras salas de apuestas. Están por todos lados, en cada esquina, atrayendo a los más débiles, a los más necesitados, a los más desequilibrados, y sembrando miseria y dolor. 
Y de nuevo miramos para otro lado. 
El sábado pasado llevé al cine a mi pequeña Ana María. Era una sala infantil en la que se incluyen juegos para usar durante los prolegómenos de la película, y durante un descanso de 15 minutos que ofrecen para que los más pequeños salten y brinquen a gogó. Pues en la fila de abajo, justo debajo de mí, un padre, acompañado de su hijo, no paró de hacer apuestas deportivas, a través e su teléfono móvil durante toda la proyección. 
Miseria y dolor. Me dio pena por ese niño, y por tantos y tantos niños y niñas que nacen abonados al sufrimiento más injusto al que puedes someter a un niño. 
¡Porca Miseria! Y a tí, Alicia, te deseo el mayor de los éxitos, que nada ni nadie te aleje de tus sueños. Y muchas gracias, Artur, por tan solidario regalo.
Observen el dibujo fijamente y, por unos instantes, intenten no mirar para otro lado.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Silencio



El silencio roto por los Bee Gees siempre me incita a escribir. Los australianos como detonante, como mecha, y como inspiración. El silencio como el blanco de toda música, de toda conversación, de todo ruido. El silencio primogenio. El silencio espacial. El silencio abisal. El silencio como una propiedad sin escriturar. El silencio que no oímos pero que tanto nos llega a decir. 
Este verano, junto a mis dos hijas, me asomé, desde lo alto, a la asturiana Playa del Silencio, como el que se asoma a su futuro reconciliándose con su pasado. Hace 24 años me asomé al silencio de mi futuro y hoy tengo dos hijas maravillosas que acaparan mis silencios más preciados.
Les escribo, escuchando el susurro de los Bee Gees, tras leer las primeras páginas de "Hotel Silencio", un libro de una prometedora escritora islandesa. ¿Será Islandia el paraíso del silencio?. 
¿Por qué durante mis silencios encuentro tanta calma y tanta conexión con esa extraña voz que me habla y que tanto me inspira? ¿Acaso andamos necesitando de más silencios ante tanto canto de sirena? 
Desde niño, siempre he sido consciente del valor de mis silencios. Mis mejores juegos no eran con otros niños, eran las aventuras que disfrutaba junto a mi viejo Madelman. Eran mis mudas conversaciones con mis calladas tortugas y con mis silenciosos peces rojos. El silencio siempre me ha dado cobijo y me ha regalado grandes consejos. 
Ahora cuando viajo, incluso por los lugares más ruidosos, me envuelve misteriosamente un halo de silencio que me aisla de su toxicidad.
Somos raros y únicos. Irrepetibles. Tal vez por eso me cuesta tanto relacionarme con la gente que no valora los silencios y que sólo entienden de ruidos.  
Creo que fue Friedrich Nietzsche quién dijo: "El camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio".
Nos guste o no, todos sucumbiremos al abrazo infinito del silencio. 

sábado, 7 de septiembre de 2019

El cochino del Jaguar



Esta mañana, por fin lo he visto. Llevaba tiempo con ganas de encontrarme con la persona que todos los días arroja, en el mismo sitio, un bote de una bebida energética llamada "Energy Power", pero hoy, como les decía, ha llegado el momento.
Curiosamente, el tipo iba dentro de un Jaguar, desconozco el modelo, y por la ventana, en su muñeca, exhibía lo que posiblemente fuera un Rolex. Él, a diferencia de otros, sí parece tener claro que va a Rolex. Me llama la atención que tanta apariencia de poder, en un hombre que vive alojado en la cúspide de la ostentación, tenga necesidad de zamparse, de buena mañana, esa mierda de bebida energética, cuyo bote, tras la ingesta, lanza efusivamente por la ventana. Yo creo qué, si investigara un poco, descubriría que lo hace a la misma hora, en el mismo minuto y en el mismo lugar, ya que todos los botes que veo aquí, a mí alrededor, están en un radio de dos metros, por lo tanto, puede presumir y presume de una gran eficacia y una altísima puntería.
El cochino del Jaguar que arroja los botes de mierda energética todas las mañanas en el mismo sitio, lleva pegada en el culo de su Jaguar una enorme bandera de España, posiblemente, para que todo el mundo sea capaz de identificar su nacionalidad, y no lo confundan con un ricachón de Marruecos, o de la mismísima Gran Bretaña, de dónde, por cierto, procede su flamante vehículo, ya que, a su entender, en la madre patria no se fabrican coches adecuados a lo elevado de su categoría social. De cualquier manera, el lanzador de botes, por alguna razón, para su devenir diario, al igual que se traga esa mierda todas las mañanas, y arroja el bote al vecindario como si lanzara una ofrenda a los dioses, necesita de esa identificación. 
Pensándolo bien, he llegado a la conclusión de que el acaudalado vecino está pidiendo a gritos ser incluido en la selección nacional de lanzadores de botes de mierda por la ventana, candidatura a la que yo prestaría, desinteresamente, todo mi apoyo.
Entre tanto, voy a intentar que, mientras salgo a caminar, este señor no me arroje uno de sus dichosos botes encima. Que no está el horno para bollos...

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Bajón



A la par que les escribo esto, en lugar del clásico gin-tonic, me tomo una infusión en frío de cardo mariano. Para ruina y desgracia de los hígados de este país está más de moda el gin-tonic. Curiosamente, en muchas ocasiones, las tendencias no aportan nada bueno. Los tubos de escape, el tabaco, los plásticos, la telebasura, las bebidas energéticas, las casas de apuestas, las freidoras, comprar en Amazon, o el flequillo de Donald Trump, por citar algunas, son tendencias que nos llevan hacia la destrucción, pero son tendencia y como tal las aceptamos como aceptamos la tortilla de patatas sin cebolla o, en su momento, el Aserejé.
¿Dónde va Vicente? Donde va la gente.
Mal de muchos, consuelo de tontos. ¿Dónde queda nuestro espíritu crítico? ¿Nos han robado nuestro sentido común como a Sabina le robaron el mes de abril?
El cielo está emborregado, quién lo desemborregará, el desemborregador que lo desemborregue gran desemborregador será. 
Estoy de bajón. ¡Malditas vacaciones!...
¿Me estaré convirtiendo en un antisistema? Pues vaya usted a saber...