martes, 28 de julio de 2020

Ana y las estrellas


Anoche, Ana no quería dormirse. Insistía en que le contará cuentos y que la siguiera acariciando. -¡Más, papá! Repetía una y otra vez. Y yo ya no sabía qué cuento contarle. Le había contado el de Los Tres Cerditos, Blancanieves, Caperucita, Cenicienta, El Gato con Botas, Alíbaba y los Cuarenta Ladrones, y varios de mi propia cosecha. 
Pero ella, erre que erre. ¡Otro papá! 
La verdad es que ella llevaba varios días inquieta porque quiere ver la lluvía de estrellas, y tras varios intentos, nos hemos ido a la cama frustados. Así que, a la espera de la llegada de Las Lágrimas de San Lorenzo, le conté su pequeña historia
Mira Ana, escúchame culo inquieto: cuando aún no sabíamos ni que existías, papá y mamá fuimos a una revisión a la clínica de Tahe, y al pasarle a mamá un apararatito por su barriguita, en la pantalla de un monitor, tan oscura como el cielo de esta noche, apareció una lucecita muy brillante. Pues esa lucecita, tan pequeña y tan brillante como las estrellas que tanto te gustan, eras tú. 
Así que tú, al igual que tu hermana Yolanda, sois dos estrellas que vaís a brillar con luz propia.
-¿De verdad qué Yolanda y yo somos dos estrellas?
-Claro que sí, reina mía. Todos los niños del mundo sois estrellas. Unas estrellas preciosas a las que los mayores tenemos que ayudar a brillar. 
-¿Papá yo quiero ver una estrella fugaz para pedir un deseo?
-¿Y qué es eso que tanto deseas?
-Quiero estar siempre con mamá y con papá.
Y, diciendo esto, se durmió. 


sábado, 18 de julio de 2020

El sátrapa y su máquina de contar


Aquel hombre grandullón y bonachón, ni era tan grande ni era tan bonachón. En ocasiones, las cosas no son lo que parecen. El buenazo resultó ser un sátrapa con una máquina de contar dinero y un séquito de secretarios, cursados en leyes y en letras, que le afinaban la máquina de contar historias. Y con esa cara de bonachón y las letras rectas, y apoyado en palabras almibaradas y biensonantes, su fortuna fue creciendo y creciendo como la masa madre. Las regatas, los viajes a Suiza, y a otros paraísos fiscales, junto a sus continuos safaris por África, para esquilmar su maltrecha fauna, eran algunas de sus conocidas y sencillas aficiones. 
Sus amigos sátrapas le tenían en alta estima ya que éste les blanqueaba amablemente sus cuestionados currículum de cara a la galería del primer mundo. 
Al final, por mucho que digan las malas lenguas, este hombre no debe de ser tan mala persona, porque si fue capaz de regalarle a su pobre secretaria sesenta y tantos millones de euros, mientras en nuestro adorado país la población infantil sufre cada vez más necesidades, y cientos de miles de familias no llegan a fin de mes, es señal inequívoca de que estamos ante un hombre coherente, recto, y caritativo. 
Ahora entiendo lo del Corona-Virus. ¡Acabáramos!…



domingo, 12 de julio de 2020

Malditos mosquitos


Todo el mundo sabe que los muertos no hablan. O casi todo el mundo. Pero de lo que no se habla tanto es sobre si lo muertos escriben. Yo, que llevo muerto a penas un par de días, y me estoy aburriendo como una ostra, he sentido la necesidad de escribirles.
Lo primero que les diré es que no hay enemigo pequeño. Ahora que no me sirve para nada el saberlo estoy convencido de ello, y como tengo todo el tiempo del mundo, y nada me urge, les escribiré sobre el motivo de lo inesperado de mi fallecimiento por si les sirve de algo.
Yo estaba en mi balcón leyendo el libro de las posturas, o más bien viendo las imágenes, esperando a que mi vecina, que trabaja de secretaria en una constructora, se asomara a la ventana y, de ese modo, hacerme el interesante, cuando comencé a notar la molesta presencia de los mosquitos. Empezaron a picarme sin contemplaciones. Mis pies, con su habitual olor a Camembert, les debía de atraer. Así que, a falta de repelente, me rocié los pies con Barón Dandy. La estrategia pareció funcionar por unos minutos, pero al poco tiempo comenzaron a picarme por el resto del cuerpo. 
Pero a eso que llegó mi secreta secretaria y encendió su luz. Y ahí fue cuando se me olvidaron los mosquitos. Me subí a una silla, agarré los prismáticos, y me dispuse a contemplar el espectacular proceder de mi vecina para ducharse y ponerse fresquita para estar por casa. 
Y posiblemente no me creerán, es lo más probable, pero de repente, en mis prismáticos vi pasar un mosquito tigre del tamaño de un abejorro. Pensé que se trataba del efecto amplificador de mis prismáticos rusos comprados en un mercadillo de antigüedades y proseguí con el arriesgado deleite contemplativo desde mi terraza en el noveno B. 
Justo en el instante en el que mi vecina salía de la ducha liada en su toalla, sentí un picotazo terrible en la yugular. En lugar de ver las tetas de mi vecina, vi las estrellas y el firmamento. Del salto que pegué, la silla perdió su débil equilibrio y salí despedido al vacio. 
Volar siempre había sido uno de mis sueños más placenteros. Desde bien pequeño, de manera recurrente, soñaba que volaba como un pájaro por entre las nubes. Ahora, por fin, escribo entre nubes de algodón. Lo último que contemplé desde el suelo, antes de abandonar mi osamenta y subir hasta aquí, fue la cara de estupefacción de mi vecina asomada a la ventana con el turbante enroscado en la cabeza. 
Así que ya saben: no hay enemigo pequeño.

¡Malditos mosquitos!

lunes, 6 de julio de 2020

El ecologismo regresa con fuerza


El reciente éxito del partido ecologista en las elecciones municipales francesas es sin duda una buena noticia. Los verdes alemanes siempre han ejercido un papel determinante dentro de las políticas y de la sociedad germana, y por ende en la Comunidad Europea, durante las últimas décadas. Sin embargo, su implantación y su crecimiento en otros países del entorno europeo ha sido muy poco relevante por varias y espureas razones. 
Recuerdo hace tres décadas, cuando Los Verdes se implantaron en España, la infame reacción que tuvieron los grandes partidos políticos del momento. De la noche a la mañana, cuando se vislumbraba en las encuestas un crecimiento importante de la opción ecologista, como se crearon un enorme número de partidos "verdes" para confundir a los electores en el día del sufragio.
Como así fue. La opción auténtica "Los Verdes" quedó sepultada entre un sinfín de papeletas "Verdes" con olor a rancio y los dejaron fuera del Congreso.
El movimiento ecologista asociativo en España vivió momentos de gloria. De norte a sur surgieron cientos de asociaciones que, para nuestra desgracia,  en demasiadas ocasiones, acabaron convertidas en pequeños reinos de Taifas gobernados por el ego y subvencionados por ayuntamientos de diverso color. La mayoría de estos grupos dio la espalda al movimiento político, al que, todo hay que decirlo, le faltó siempre, y aún le falta, un gran líder capaz de hacer tabla rasa, poner orden, y generar ilusión. 
La sociedad, por desgracia un poco tarde, se está desengañando del neoliberalismo salvaje y del modelo consumista. El consumo ilimitado y desaforado no es una opción sostenible; tanto es así que el planeta languidece ante nuestros ojos mientras seguimos adquiriendo compulsivamente bienes y servicios que no necesitamos y que tan solo responden a tendencias generadas por el musculoso aparato de marketing de las grandes multinacionales. 
El cambio climático, por fin y por desgracia, está haciendo mella en la conciencia social. Muy poca gente sigue apostando por el negacionismo en este sentido. Cada vez son más las personas que vinculan la pandemia del Covid-19 a un agotamiento de los ecosistemas y al grave deterioro ambiental que ha provocado un sistema económico basado en un crecimiento ilimitado. ¿Alguien, a día de hoy, cree en el crecimiento ilimitado? ¿Alguien, a día de hoy, no ve en riesgo la sociedad del bienestar? 
Evidentemente, ante este escenario de incertidumbre económica, y de la certidumbre  del desgaste del planeta, la gente está valorando de nuevo a la opción ecologista; una opción ecologista que ha de madurar a marchas forzadas para hacer participe a la sociedad de la buena nueva: "La ecología no es volver a las cavernas, como amenazaban sus detractores, la ecología es asegurar un modelo de crecimiento sostenible ambiental y social. Un modelo de vida humanizado que no sea esclavo del consumo y de la producción". Que nadie se venga a engaños, la gran rentabilidad hoy se consigue a costa de cuatro grandes pilares: el consumo desaforado de los recursos naturales, la explotación laboral, la especulación de los grandes capitales, y el fraude fiscal. 
Ese es el modelo que nos ha traído hasta aquí. Tal vez por eso, los franceses, que siempre van por delante en esto de las revoluciones sociales, han apostado por el verde. Posiblemente, así lo quiero pensar, entre todos aún estamos a tiempo de encontrar soluciones.