martes, 29 de septiembre de 2020

Bloqueos

No es fácil para mí adaptarme a los cambios tecnológicos. Cuando a duras penas he conseguido adaptarme a una aplicación, los informáticos, ¡cobronazos! van y la cambian. De tal manera que los cambios en blogger me tienen amedrentado. Echo de menos a mi vieja Olivetti, a su ruido estereofónico, a su olor a tinta, a esos rollos que de vez en cuando se atrancaban y terminabas con los dedos llenos de negrete. La verticalidad técnologica, que cambia a una velocidad insostenible, nos fastidia enormemente a los viejos dinosaurios que intentamos, sin éxito, contemporizarnos. Me gustaría, y lo intento no crean que no, recuperar la oralidad. No soy un gran contenturlio, pero me gusta contar historias. No sé debatir, pero sé compartir y respetar. Intento esforzarme para no escorarme en mis planteamientos y no caer en el abismo de la radicalidad. Hoy no es fácil comunicarse ni por escrito ni de viva voz; las palabras, ya sean escritas o habladas, han de ser muy medidas, y bien pensadas, lo que sin duda no deja de ser una forma de autocensura. Son tiempos difíciles para la libertad de expresión. Son tiempos difíciles para la cultura. Son tiempos difíciles para los que nos hemos criado creyendo que un mundo mejor era posible. Y más aún, si cabe, para los que, como yo, hemos luchado y seguimos luchando para que así sea.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Tiempos revueltos

Avanza la segunda oleada de la pandemia como un incendio fuera de control. La naturaleza no es fácil de domesticar. Seguimos analizando la situación bajo la visión todopoderosa de la modernidad. Pura falacia. Somos unos simples mortales tan expuestos a la naturaleza como lo estuvieron nuestros ancestros en las cavernas. La naturaleza puede revelarse contra nosotros cuando le dé la real gana mientras terminamos de pulir a los robots que son capaces de escribir columnas en un periódico, pintar cuadros, o traernos la bandeja del desayuno. La pandemia nos ha hecho reflexionar sobre la debilidad de nuestros sistemas, o mejor dicho del sistema. Lo público nuevamente se ve en la obligación de salir al rescate de lo privado. A salvar a los bancos, a las empresas, a las compañías aéreas; en definitiva, el neoliberalimo, en su magnificencia, depende de lo público. Esta reflexión entiendo que le costará digerirla a más de siete, pero lo que está claro es que algo falla en el diseño de nuestra fallida sociedad. Porque soy de los que opina que vivimos una realidad de ficción, una realidad que sobredimensiona la individualidad pero que sigue dependiendo de la colectividad. El ciudadano ha pasado a ser un mero consumidor que gasta y consume por encima de sus posibilidades generando un insostenible impacto ambiental. Las ciudades son insalubres y en ellas se hacina la mayor parte de la población mundial mientras las zonas rurales languidecen y son infravaloradas y olvidadas. La mierda de las grandes ciudades se vende al peso a los países subdesarrollados. El tercer mundo sigue siendo lo mismo de siempre, un coto privado de caza para las grandes multinacionales auspiciadas por sus antiguos colonizadores, que con ello siguen expoliando pero de una manera más diplomática. El calentamiento global, la crisis migratoria, los países fallidos, el agotamiento de los recursos marinos, la crisis sanitaria, el aumento de los populismos y de la extrema derecha, la vuelta, si es que alguna vez no estuvo ahí, del pulso entre los grandes bloques, generan un caldo de cultivo pestilente que no augura nada bueno. Y sino al tiempo.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Sangre de mi sangre

Arranca tarde septiembre en este blog. Pese a que formamos una unidad indivisible, ambos disponemos de la decorosa autonomía que nos otorga la confianza. Él espera con paciencia infinita que acabe con otros menesteres a sabiendas de que regresaré a él como quién regresa a casa por Navidad. Siempre hay una vuelta a los orígenes. Somos lo que somos por mucho que pretendamos aparentar otra cosa. En nuestros orígenes se podrían encontrar los matices que nos diferencian de los demás mortales. Lo vivido en nuestra infancia, en el seno de nuestra familia, nos persigue como un mantra a lo largo de nuestra vida hasta que nos da alcance. Y al final, un día, al levantarte e ir al baño, te miras al espejo y te das cuenta de que te pareces a tu padre, o a tu madre, y ese parentesco te hace reflexionar. Y la reflexión te lleva a darte cuenta de que aparte de un parecido físico, hay otros muchos aspectos de nuestra personalidad, incluso aquellos de los que hemos intentando apartarnos durante toda nuestra existencia, que están ahí, esperando acaparar nuestra atención y asumir el protagonismo que durante tanto tiempo le hemos privado. Dentro de nosotros, en nuestra genética, están nuestros antepasados, su forma de pensar y de entender la vida. La psique de todos ellos nos reclama su derecho a subsistir en nosotros y en nuestros hijos y en nuestros nietos. A veces, se lucha encarecidamente para que esa herencia genética no acabe por tomar el control de nuestras vidas, y nos sintamos únicos y genuinos, pero es una guerra pérdida. Dicen que mi abuelo paterno se pasaba la vida escribiendo. A través de su escritura, desafiando a la censura y a la adversidad, escribía a periódicos y autoridades reclamando todo tipo de mejoras y soluciones a los problemas cotidianos de una sociedad en precario. A veces me miro al espejo y veo a mi padre, otras a mi abuelo, a veces a mi madre y así. Para bien y para mal son sangre de mi sangre.