jueves, 8 de octubre de 2020

El árbol de Auschwitz

Hasta en tres ocasiones he visitado Auschwitz. Si les da por ir, les advierto que es una experiencia dura. Mi trabajo en Polonia durante los últimos diez años me han convertido, en más de una ocasión, en anfitrión y guía de ese campo de exterminio. Desde el 2010 a esta parte, por diferentes motivos, incluso atendiendo peticiones del gobierno alemán, se ha suavizado la dureza de las salas expositivas, sin que ello, les aseuguro, le reste un ápice de crudeza a la visita. El auge de la extrema derecha en Europa, y de alguna manera en el mundo, debería de causarnos temor y ponernos en alerta. La naturaleza humana es capaz de lo mejor y de lo peor. A lo largo de la historia tenemos sobradas pruebas tanto de lo uno como de lo otro. He llorado en cada una de las visitas, especialmente en la primera, en la que estuve dentro de una cámara de gas. He llorado en la puerta de los hornos crematorios, en los barracones, al pie de la estación de Birkenau, a la que llegaban familias enteras de judios desde los diferentes güetos que crearon los nazis en Polonia y por toda Europa. Pero no sólo murieron judios, también miles y miles de polacos, prisioneros de guerra sovieticos, republicanos españoles, homosexuales, y todo aquel que sobrara para ese maquiavélico sueño de la raza aria. Ahora que se que agitan las banderas, se estigmatiza a los inmigrantes, se cuestiona la identidad de género, la libertad religiosa, se radicalizan los discursos para generar crispación entre la sociedad, deberíamos de recordar nuestra historia reciente. Lo reconozco, soy de mucho llorar. Mi abuela Mercedes, en paz descanse, me decía de pequeño: ¡Pepico, no llores tanto, que los hombres no lloran! Tal vez nunca he conseguido hacerme demasiado hombre ni demasiado ario. De todas la fotos que guardo de mis distintas visitas a Auschwitz, a ésta le tengo un especial cariño. Ese viejo álamo al que me abracé me trasmitió mucha paz, mucha calma. Creo, y no me tomen por loco, que intentó consolarme y redimirme cuando sentí la necesidad de renegar del género humano. Encima de llorón soy un abraza-árboles, como verán, no tengo desperdicio...