lunes, 31 de octubre de 2022

Gigantes

No sé si dentro de todos nosotros habita un gigante. Un gigante que quiere serlo, que quiere nacer y alcanzar el cielo con las manos. Pero, ese gigante, en ocasiones, no encuentra la forma de crecer y siente frustrados sus anhelos. Yo me siento afortunado con mi tamaño. Apenas un metro setenta. Nada en comparación a los jóvenes de hoy que parecen verdaderos atlantes. Con el paso del tiempo, he ido adaptando mis pretensiones para acompasarlas a mi realidad de cada día. Me he perdido, como todo hijo de vecino, por caminos de grandeza hasta reecontrarme entre las hojas de miles de libros. Han sido los libros, y mi entrega al trabajo, los que me han ayudado a encontrar mi sitio y valorar mi tamaño; un tamaño que va más allá de centímetros, de kilómetros, o de euros. Ayer, en Cehegín, un pueblo de mi querida Murcia que aconsejo visitar, me encontré con estos gigantes que me saludaron animosamente al pasar. Yo creo que me confundieron con otro.

lunes, 17 de octubre de 2022

Día a día, relato a relato

Cada día que me animo a escribirles me siento más orgulloso de ello. Acrecentar este pozo ciego en el que purgo mis contradicciones me recuerda que estoy vivo y con ganas de seguir contando historias. Os las tengo que escribir cuando, en realidad, a mí lo que me gustaría sería contároslas de viva voz y sentado, al fresco, en la puerta de la casa, o en una era bajo una buena sombra, o sobre el húmedo cesped recién cortado de un jardín. La oralidad es tan antigua como nuestra propia capacidad para comunicarnos; surgió mucho antes de que la escritura se nos pasara por la cabeza. De hecho, me encanta grabar audios con los relatos, ahora creo que le llaman podcast o algo así, y los comparto con mis allegados para darles un poco la brasa. Lo importante, en definitiva, es seguir contando cosas, contando días, y peinando canas, aunque lo de peinar, en mi caso, sea más metafórico que otra cosa.

martes, 11 de octubre de 2022

Lo que puedo haber sido y no fue

Me gustaría hacer una publicación que sirviera de algo. Para ello, me he preparado un café bien cargado. Sé que no debería, pero le he añadido un poco de azúcar moreno. Moreno de caña, dicen. He cerrado la puerta de la habitación para aminorar el ruido procedente del exterior. Al hacerlo he comprobado que el aroma del café ha inundado mis fosas nasales. Miro la pantalla. Ejercito mis dedos como cuando de joven practicaba antes de los dictados en las clases de mecanografía. Soy tan antiguo que aprendí mecanografía sobre viejas máquinas Olivetti en la academia Climent, cuyo director alardeaba de haber conquistado un incontable número de campeonatos mundiales de aporrear máquinas de escribir. En las clases de mecanografía no destacaba especialmente, de hecho ni en las de mecanografía ni en ninguna otra. Llegué a Formación Profesional, conocida como FP, precisamente por no haber aprobado EGB. Nunca se me dio nada bien eso de aprobar. Cada vez que he aprobado algo lo he festejado como si me hubiese tocado el gordo de la Lotería de Navidad. Por cierto, ahora caigo en que no he comprado todavía ningún décimo, pero aún queda tiempo. Tras haber avanzado algunos renglones sobre este relato que pretendía tener algo de utilidad, aún no soy capaz de encontrasela. Soy de ponerme listones demasiado altos y ni tomando carrerilla puedo superarlos. El café se enfría y no he sido capaz ni de acercarlo a mi boca. Al estar casi frio, me ha defraudado un poco. Me ha defraudado tanto como el intento de darle utilidad a este relato que ahora se desvanece. Qué pena, con lo que pudo haber sido este relato y no fue. No me lo tomaré muy a pecho, muchas son las cosas que, como este relato, quedan en nada.