viernes, 26 de junio de 2020

Los rebrotes negros


Hace tan solo unos años hablábamos de brotes verdes. Ahora, siguiendo ese orden cromático, deberíamos de hablar de rebrotes negros. 
Los rebrotes negros nos amenazan con darnos el tiro de gracia. Ahora nos han dado las prisas por comernos el mundo y no somos conscientes de que el mundo, a poco que se empeñe, nos puede comer a nosotros como no actuemos con cordura. 
El bicho sigue ahí, agazapado y hambriento, como los mosquitos tigre pero en plan bestia. El mosquito tigre nos chupa la sangre pero el coronavirus nos quita la vida. 
Veo a gente actuando como si nada pasara. Gente valiente amante de los riesgos, que le da igual ocho que ochenta. Pero esa gente valiente, en este caso, no arriesga su vida entrando en una curva con su moto a 150 km/hora y con el casco en el codo, esa gente nos puede contagiar a todos y jodernos bien la vida. 
Por fortuna podemos salir, pasear, bañarnos, disfrutar, cenar en un buen restaurante, ir a la peluquería, leer un libro en un jardín bajo la sombra de un árbol, podemos hacer deporte, tantas y tantas cosas que hace tan solo unas semanas nos estaban vetadas y que ahora podemos volver a disfrutar con cordura. 
Está claro que queríamos y necesitábamos salir, por algo somos animales sociales, lo peor sería que por falta de civismo tuviéramos que volver a entrar. 

domingo, 21 de junio de 2020

Dos anormales muy normales



—¡Acho, Manolo!, ¡qué ya somos normales!
—¡Pero qué vas a ser tú normal, si nunca lo has sido!…
—Bueno, es un decir, no te lo tomes al pie de la letra.
—Entonces: ¿para qué me llamas a estas horas?
—Por si te apetece que bajemos a tomarnos una copa y echarnos un cigarro en el bar del Nacho, que ya lo han abierto.
—Tú lo que le tienes es mucho vicio con esa camarera. Sabes perfectamente que no fumo y que me he dejado el alcohol. Además, estoy viendo el partido.
—Vicio no, Manolo, devoción. 
—Devoción se le tiene a los santos, y la camarera de santa tiene poco.
—¿Qué estás insinuando, Manolo?
—No. No. Dios me libre de insinuar, nada. 
—Sí, sí, estás insinuando que es una cualquiera. 
—No. Nada de eso. La Nadiuska es muy correcta. Pero te recuerdo que el bar del Nacho es un putiferio y allí no se venden credos…
—Pero ella me ha dicho que solo acepta confesiones, practica la psicología erótica, para algo estudió hasta segundo de carrera. Ni se quita la ropa ni nada. Es más, eso me lo ha jurado a mí por sus dos hijos. 
—Y a mí también me lo contó mientras se desnudaba. 
—¿Pero tú no dices que no…?
—Claro que no. 
—¿Entonces?
—Pues eso que muy normales, muy normales, no somos, Julio.
—Pues eso estoy viendo…
—Y lo que no ves, Julio. Y lo que no ves…

viernes, 19 de junio de 2020

Planteamientos para mi nueva normalidad



El domingo seremos normales. Volver a la normalidad consistirá, con toda probabilidad, en continuar inundando el mundo de inmundicias, en seguir fabricando armas y matándonos, en seguir fomentando odios y divisiones, en definitiva, retomaremos la misma normalidad anormal de la que disfrutábamos antes de que nos atacara el bicho.
Las secuelas de la pandemia son cuantiosas. Personales, económicas, sociales y psicológicas. La enrarecida normalidad nos hará cuestionarnos cosas que hasta hace tan sólo unos meses eran incuestionables. En mi caso, de hecho, he de confesar que me estoy planteando volver al ecologismo activo y dejar de ser una célula durmiente. Creo que ya he dormido bastante. Me estoy planteando levantar mi voz, más aún si cabe, contra todo tipo de injusticias. Me estoy planteando no gastar ni un solo euro en grandes plataformas digitales ni en grandes cadenas de distribución. Me estoy planteando, muy seriamente, en desviar todos mis gastos y mis recursos hacia la economía de proximidad, a la tiendita de la esquina, a la zapateria, a la librería de mi barrio, a los mercados tradicionales. Me estoy planteando potenciar la cultura y el respeto como vacunas contra la intransigencia. Me estoy planteando, desde lo más profundo de mi ser, que a partir del próximo domingo, en el que en Murcia volveremos a ser normales, ser un persona muy distinta. 
"Piensa globalmente y actúa localmente. 

sábado, 13 de junio de 2020

Gracias, Miguel Bosé


Ojiplático me dejó el otro día el “Bandido” de Miguel Bosé. Si no lo veo no lo creo. Nada más leer sus declaraciones tuve que salir corriendo a una gasolinera para comprar un bidón de gasolina, rociarme y prenderme fuego. Pero luego pensé que si salía corriendo, calle abajo, envuelto en llamas, algún vecino podría pensar que le estaba brindado un homenaje a tan iluminado cantante. ¡Don diablo se ha escapado…! Cantarían ante mi llameante performance.
Así que, tras pensarlo mejor, le vendí la garrafa de gasolina, que me había costado seis pavos, a un señor que venía en una Vespino a comprar otra garrafa de gasolina. 
—¿Viene usted también por lo de Miguel Bosé? —le pregunté sin mayor preámbulo.
—Sí, la vida ya no merece la pena. —me confesó poniendo cara de pollo rustido.
—Pues miré usted, buen hombre, por dos euros le vendo yo la mía y así usted se inmola a lo low cost —le expliqué. 
—¿Y usted ya no…? —me preguntó extrañado.
—No, lo he pensado mejor. Voy a gastarme todo lo que tengo en ir a Estados Unidos y rociaré con gasolina a Bill Gates, y me rió yo de las Fallas de Valencia —le confesé.
—¡Ah! Entiendo…pero yo no. A mí me dan pánico los aviones. Yo quiero prenderme ahora mismo. ¡La vida es un infierno y yo quiero arder! —dijo mirándome con una mirada que me recordaba a la del cantante en uno de sus famosos videoclip.
—Pues agarré usted el Vespino y rocíese en un descampao, ¡coño!; que los demás no tenemos culpa. 
—Así lo haré. Ni Fallas hemos tenido este año…¡Pero eso lo arreglo yo!
Y diciendo eso, me soltó un billete de diez euros y salió zumbando. El Vespino echaba más humo que la chimenea del Titanic quince minutos antes de hundirse. 
No queriendo beneficiarme del dinero de un finado,  compré diez euros en cupones de la ONCE y me han tocado 100.000. 

La de vueltas que da la vida. ¡Gracias por tus “más que afortunadas” declaraciones, Miguel. Sobre todo para mí…

miércoles, 10 de junio de 2020

Armisticio


Demasiadas muertes a destiempo. Demasiados héroes anónimos y con nombres y apellidos. Demasiados provocadores. Demasiados perdedores. Demasiados oportunistas. Lo mejor frente a lo peor. Como el anverso y el reverso de una misma moneda.
Los balcones languidecen convertidos en un recuerdo de lo que fueron. Los recuentos de difuntos se disipan. Los brotes de la confianza estallan diseminados por toda la geografía ávidos de cobrarse, quién sabe, si las últimas víctimas. El desfasamiento nos lleva, de su mano fría, hacia otra fase desconocida.
En las guerras, tras el armisticio, comienza el recuento de daños. Daños personales irreparables. Daños económicos cuantiosos que, en este caso, yacen bajo los escombros del confinamiento. Daños que nos llevará años reparar. Pero aquí, para mayor desgracia, no hemos tenido un armisticio. 
Sería urgente que, unos y otros, al unísono, como una sola voz, fueran capaces de diseñar un gran plan de reconstrucción. No sería de recibo que continuáramos arreándonos golpes con la pala del enterrador mientras el país se desangra.
Creo que la sociedad, en su conjunto, debería de exigir desde los balcones, desde las calles, desde las plazas, desde las redes sociales, o desde la barra del bar, la firma unánime de un armisticio. 
Solo así, todos juntos, podremos arreglar este desastre.

sábado, 6 de junio de 2020

Escultura sociedad


Tocando con los dedos la fase tres, vuelvo a escuchar sobre mi cabeza el zumbido de los aviones como prueba evidente de que se acerca la tan anunciada nueva normalidad. 
Les contaré que en un rincón de mi patio languidece una de mis viejas esculturas. En un rincón intrascendente en el que apenas nadie repara. Sin embargo hoy, en el desayuno, su contemplación me ha ayudado a reflexionar. 
Aunque no lo aparente, su aspecto sencillo encierra en una enorme complejidad, y su meditada contemplación me ha vuelto a ofrecer grandes respuestas. 
Tal vez por ello, he pensado que la sociedad es como mi vieja escultura. Fíjense: formada por dos elementos visibles y dos invisibles. Acero galvanizado y madera. Soldadura que da forma al cuerpo principal. Pegamento, que une ambas partes, y el cemento que, en su interior, desequilibra el inmóvil equilibrio de la pieza. 
La sociedad-escultura está formada por distintos materiales sustancialmente contrapuestos. Materiales enfrentados por su composición y por su ductilidad. Materiales de diversa naturaleza y apariencia. Materiales que, pese a su contundencia, necesitan de otros materiales para encontrar su propia estabilidad. 
Los distintos materiales de la sociedad luchan encarecidamente por imponerse, por uniformizar. Lo mismo que sucede con una plaga forestal o con un virus. Todos, en mayor o menor medida, pretendemos replicar la forma de pensar que conforma nuestro material social, nuestro magma. 
Mi escultura olvidada no sería lo que es sin el pegamento invisible que le da forma. No sería lo que es sin el cemento que, amontonado en una de sus esquinas oxidadas, le aporta el frágil equilibrio que le caracteriza. 
La sociedad bajo presión, convulsionada, intoxicada, tiende a buscar una nueva forma. Los materiales sociales luchan por imponerse unos sobre otros. Y en esa eterna confrontación entre palomas y halcones, entre la fuerza y la razón, surge la importancia del pegamento, del hilo que hilvane diferentes géneros, de la soldadura, de la parte silenciosa e invisible que aporta el equilibrio social. Hay materiales que equivocan su naturaleza y desaparecen engullidos por los materiales imperantes; sin embargo, hay materiales que sabedores de su humildad, pero al mismo tiempo de su trascendencia, unen y engrasan, suavizan y atemperan, calman y alivian.  
Mi primera exposición de esculturas, que se llevó a cabo en el Colegio Mayor Azarbe, de la Universidad de Murcia, llevaba por título “Democracia Escultórica” tal vez, sin saberlo, encerraba en sí misma un nombre premonitorio. 
Tanto mis esculturas como yo mismo, siempre hemos demandado: libertad, democracia y respeto. 
Los radicalismos no conducen a nada. O conducen a lo peor. Abogo por la moderación.

miércoles, 3 de junio de 2020

Fernando Simón



Llegamos al ecuador del año como si nos hubiese pasado por encima un tren de mercancías. En ocasiones, todavía nos sorprendemos estrujándonos los ojos con las manos para comprobar si todo esto no habrá sido una terrible pesadilla. Pero no, las pesadillas, en este caso, han sido mucho más benévolas que la realidad. 
Mientras les escribo, buscando con ello mi propio consuelo, arden las puertas de la “Casa Blanca”. Evidentemente, lo blanco, en ese país, y en otros, es hegemónico frente al resto de colores. Y eso lo sabe la policía, los vendedores de hamburguesas, y hasta el sursum corda.
El primer mandatario global metió sus presidenciales posaderas en el búnker de la Casa Blanca durante una hora, por si las moscas. La cosa se ha puesto muy fea por el imperio de las barras y las estrellas por culpa de un policía con cara de asesino que resultó ser un asesino. 
En una formación de un showman motivador, de a seis mil euros por charla, escuché algo así: “si ves a un tipo con cara de hijoputa que viene a por ti que sepas que en el noventa y nueve coma nueve por ciento de las veces es un hijoputa”. Y la gente se partía el culo.
Mi abuela decía que la cara es el espejo del alma. Y es que menudos caretos tienen algunos y algunas. Y menuda verborrea. Insultan y calumnian como si no costara. 
Yo estoy acojonado porque aquí quieren arrojar a la hoguera al doctor Fernando Simón mientras que lo beatifican en el New York Times. Ahora que tengo tiempo y ganas, quiero expresar mi apoyo y mi admiración a este gran científico y, sobre todo, a esa grandísima persona. 
Gracias doctor. Personas como él son las que necesitamos.