En construcción
Escribir todo esto era la única salida que me quedaba.
miércoles, 12 de febrero de 2025
30 años vendiendo champú
Como decía mi madre que tengo mucha suerte, siempre regreso. Regreso de Guatemala y Honduras, vía El Salvador, tras una semana de intenso trabajo comercial y educativo con nuestros distribuidores y clientes. Acercarse a la realidad de cada mercado, convivir con los clientes, con los vendedores, y con los distribuidores, me aporta la información necesaria para poder actuar y colaborar de una manera más eficiente y personalizada. No hay dos mercados iguales, aunque todos se parezcan. No existen recetas mágicas ni soluciones fáciles. Hasta lo aparentemente más sencillo tiene su complejidad. Tengo claro que, en la mayoría de las ocasiones, el tamaño del esfuerzo refleja el tamaño de los resultados. Ayudar a alguien que se esfuerza y tiene ambición por crecer, y por mejorar, es mucho más sencillo y gratificante que intentar ayudar a alguien que no tiene claridad ni convencimiento en sus objetivos. Yo he venido, como siempre hago desde hace casi treinta años, a aportar mi visión del trabajo. A buscar la facilidad desde la comprensión de nuestro sector. A enseñar a nuestros clientes a desarrollarse. A que los vendedores entiendan su auténtica potencialidad no limitándose únicamente a vender sino a ejercer como asesores en la mejora de todos y cada uno de los clientes que conforman su ruta. Nunca he visto a los negocios de nuestros clientes como un lugar para ir a recoger, sino como un lugar a donde ir a construir un futuro mejor para ambas partes. Los clientes, más allá necesitar productos, que cualquiera les puede ofrecer, necesita apoyos y asesoramiento para ver el futuro con más confianza, seguridad, y rentabilidad. He viajado para compartir mi visión de una actividad milenaria como es el comercio, con una mirada renovada y actual, basada en la colaboración, para generar un crecimiento mutuo ordenado y sin asumir riesgos innecesarios. Una relación basada en la colaboración, el respeto, y la empatía. Esto es en lo que yo creo. Y esta visión renovadora y comprometida es la que me ha traído hasta aquí. Treinta años, se dice pronto...¿Quién me lo iba a decir? Treinta años buscando soluciones y vendiendo champú.
jueves, 6 de febrero de 2025
Segunda oportunidad
Cuando Bernardo Cienfuegos se dio cuenta de lo que había perdido ya era tarde. Atrás había dejado a su familia. Atrás había dejado a su negocio, que había traspasado por cuatro chavos. Y atrás había dejado un reguero de deudas. Y todo para irse a Cuba en busca de su propia revolución:¡pero hormonal! Y de Cuba regresó...vaya que si regresó; pero con una mano delante y otra detrás. En La Habana se dejó todo el efectivo y todo lo afectivo. Todo había sido un engaño. Ni Yuleisy era soltera, ni profesora de música, ni buscaba amor eterno. Yuleisy buscaba visa para un sueño, pero cuando vio que no había mucho más que rascar, de lo que ya había conseguido, se le acabó el amor. Pero no el que sentía por su marido, que se había marchado a Miami en busca de un mundo mejor, y, que a la postre, y pese a ser maestro, le había regalado una plaza de barrendero de turno de noche.
Bernardo Cienfuegos regresó del Caribe con el fuego tan agotado como su cartera. Llamó a la puerta de la que fuera su casa dos años atrás pero allí ahora vivía una familia ucraniana que había llegado a San Cosme del Robledal huyendo de la guerra. Preguntó a María, una vecina de toda la vida que vivía enfrente, y esta le informó de que su esposa y su hijo se habían marchado a vivir a Barcelona, pero que no sabía nada más. Por otra vecina, amiga de la infancia de su exmujer, se enteró de que Julián, el novio al que Marisa había dejado por él, le había ofrecido trabajo a ella y a su hijo Eduardo, en un restaurante de la Ciudad Condal del que era propietario.
Tras su marcha, todo se había transformado. Ya nada era igual. De hecho, no quedaba nada de su vida anterior y él era el único responsable. Fue a buscar a su hermano Gerardo, al que debía dinero, y este ni le abrió la puerta. Sin un trozo de pan que llevarse a la boca, y con un viejo macuto cargado de una ropa, tan sucia como su conciencia, a modo de almohada, se quedó dormido en un parque.
Una pareja de la policía local lo despertó.
-Oiga, buen hombre, aquí no se puede estar así, esto es un espacio público y hay niños. Levantesé y vayasé a otro lugar -le espetó el policía de más edad.
-¿Y qué otro lugar me sugiere, agente, si estoy en la calle y sin un duro? -le respondió.
-¿Eres Bernardo? -le preguntó sorprendido el más joven de la patrulla.
-¡Cienfuegos! Bernardo Cienfuegos, o lo que queda de él...
-¡Ostías, tío! Con esas pintas y con esa barba cualquiera te conoce...-¿Y qué tal por Cuba?-le cuestionó con cierto tono de sorna.
-Me equivoqué, tío. Me volví loco por esa mulata, y todo era mentira. ¡Lo he perdido todo! Y Bernardo rompió a llorar como un niño.
-¿No tiene adónde ir? -le preguntó el policía de más edad.
-Ni dinero, ni casa, ni familia. No tengo nada.
-¿Te importaría dormir en la cochiquera de mi cuñado? le han entrado a robar varias veces y está buscando alquien para que cuide la granja por las noches -le planteó.
-¿Me estás hablando en serio? -le preguntó Bernardo, emocionado.
-Como que me llamo Paco y llevo treinta años en la policía -le respondió.
-Pues claro que quiero ese trabajo. Si hay una cama y comida acepto.
Y así fue como, por un golpe de suerte de esos que a veces nos regala la vida, Bernardo Cienfuegos tuvo una segunda oportunidad. Aunque, todo hay que decirlo, se oyen rumores de que anda ahorrando para irse a la República Dominicana.
lunes, 3 de febrero de 2025
La diferencia
Qué quieren que les diga: como se escribe en las presurizadas tripas de un Airbus A300-200, sobrevolando el océano Atlántico rumbo a Centroámerica, no se escribe en ningún sitio. Y eso a pesar de la muchedumbre que, a mi alrededor, intenta distorsionar y confundir mis ínfulas literarias con sus idas y venidas, con sus voces, con sus melódicos ronquidos, o con el embriagador olor de sus pies. Krzystof viene conmigo; o más bien podría decir que lo he sacado a la fuerza de su helada Varsovia para acercarlo, por unos días, a una nueva dimensión. Allí, en el aeropuerto de Ciudad de Guatemala nos estará esperando Carlos, cubano mexicanizado y con pasaporte español, que, por cuestiones profesionales, que no vienen al caso, hace días que goza de un nuevo estatus, o, metafóricamente hablando, inicia su andadura vital en una nueva dimensión. Este viejo viajero que les escribe, que pronto será abuelo, vivirá una semana en la dimensión de los grandes viajes, que es una dimensión que inauguré hace veinticinco años y que me ha llevado a viajar por todo el mundo vendiendo champú, para no ser menos que el mítico comerciante italiano Marco Polo. En todo viaje grupal hay muchos viajes. De hecho, cada uno de nosotros tres viajará a su yo interior de la mano de lo exterior, en el que cada paisaje, cada paisano, cada comida, cada sonido, o cada experiencia, será tamizada e interpretada en base a la cultura y la visión del mundo que nos moldea. Y ese molde, cargado de prejuicios que nos atenazan sin que nos demos cuenta, se rompe en mil pedazos cuando nos lanzamos al vacío -que suele estar lleno de todo lo que desconocemos- y observamos el mundo que se abre ante nosotros con los ojos del corazón. Y es entonces, en esa especie de epifanía, cuando comenzamos a entender el infinito valor de lo diferente. Lo diferente, le pese a quién le pese, es la gran dimensión. La diferencia, para mí que no soy nadie, lo es todo.
miércoles, 15 de enero de 2025
El juego de la vida
La vida es un juego muy serio, aunque a veces no lo parezca. Hay gente que a la mínima dificultad se enroca. Otros, no pocos, que van de farol. Fanfarrones que se comen una y cuentan veinte. Aficionados de por vida al escondite o al corre corre que te pillo. Ricachones aburridos obsesionados con el Monopoly. Sabios frustrados por perder al Trivial. Parejas que se casan de penalti. Gente que nada sin guardar la ropa. Pacientes impacientes que juegan a los médicos. En fin, como creo que dijo un primo segundo de Calderón: "la vida es un juego y los juegos, juegos son".
viernes, 27 de diciembre de 2024
lunes, 16 de diciembre de 2024
Las lágrimas de la churrera
Mientras la tradicional masa se fríe en aceite hirviendo la mente de la churrera, tal vez miméticamente, también hierve. Hierve pensando en el incierto futuro de sus hijos. Hierve preocupada por la salud de su madre. Hierve agobiada por la ludopatía de su esposo que los está llevando a la ruina... Los churros ya no se venden como antes: los impuestos, la subida imparable de las materias primas, sobre todo del aceite, las dietas y la dichosa vida saludable. La gente ya no quiere hacer cola para comprar churros. Todo eso hierve en su cabeza... La churrera da la vuelta a su rueda de churros intentando, mentalmente, dar la vuelta a su desdichada situación. Piensa, cada vez de manera más recurrente, en dedicarse a la limpieza de oficinas, en cambiar de vida, en separarse de su marido al que ya no soporta ni un día más. Los churros ya están en su punto. Cruzando los palos, y haciendo un enérgico gesto que ha repetido miles de veces, saca los churros del aceite, los deposita sobre una rejilla metálica, y procede a cortarlos.
-¿Cúantos quería usted? -pregunta a un señor que hace años que peina canas.
-Quería solo dos euros -le responde.
La churrera corta, milimétricamente, con la intención de sacar algún churro adicional a cada rueda, buscando con ello ganar un poquito más. -¡Tú barre siempre para la casa! -le aconsejaba su madre, que también fue churrera antes de jubilarse, y traspasarle el puesto a la hija.
-¿Y cuántos quería usted, buen hombre? -le pregunta a un señor que, de tan bajito, obliga a la churrera a asomarse por encima del mostrador.
-Yo quiero tres eurillos. Me pone dos en un cartucho y el resto en otro, que son para mi suegra -le requiere el cliente.
Tras servir a los dos clientes, de nuevo se queda sola en el puesto. El aceite humea y le baja el fuego. El frio arrecia. Un gato negro cruza la carretera maullando su mal fario. La mujer pone la radio y en su emisora favorita suenan los Bee Gees. Inesperadamente, las lágrimas brotan de sus ojos y una de ellas se precipita sobre el aceite. Al observarlo, masculla entre dientes: ¡Se acabó!, no pienso freír más lágrimas.
miércoles, 11 de diciembre de 2024
Soy un llorón
Hay dos cosas que me caracterizan: la eterna sonrisa y la lágrima fácil. Lo sé, lo mío es para acostarse en el diván y hacer terapia a mansalva. Sonrío y lloro con la misma facilidad con la que un ultra, de lo que sea, se caga en tus muertos, o en los míos. Vivimos en una eterna y cansina confrontación sin darnos cuenta de que eso no nos conduce a nada bueno. O sin querer ver la dimensión del riesgo que estamos asumiendo. Recuerdo cuando hace catorce o quince años fui a Colombia a trabajar. Allí, en la Plaza de Bolívar, a pocos días de unas elecciones generales, un grupo de niños, acompañados de sus maestros, enarbolaban una bandera de Colombia, y respondían ante las preguntas de sus maestros: -¿Qué le pedimos al gobierno? y los niños gritaban emocionados: ¡PAZ! -¿Qué le pedimos a las FARC? y los alumnos gritaban desgañitándose: ¡PAZ! -¿Qué le pedimos a los paramilitares?: y todos chillaban como si se acabara el mundo: ¡PAZ! -¿Mis niños, qué le pedimos a los narcos? -¡PAZ, PAZ, y PAZ!
Y yo como soy llorón por naturaleza, lloraba a moco tendido, en aquella momumental plaza, mientras mi cuerpo era recorrido por un tremendo escalofrío y todos y cada uno de los pelos de mi cuerpo se erizaban.
Hoy, tantos años después, en mi cabeza, siguen retumbando las voces inocentes de esos niños colombianos pidiendo PAZ. Pienso, en la distancia, y con el paso de los años, en la lucha inmensa y admirable de esos maestros por seguir insuflando ilusión en los niños de un país acosado por las guerras y los intereses más espurios. ¿Qué será de aquellos niños? ¿Habrán perdido ya toda esperanza de alcanzar la paz? ¿Y qué será de nosotros? ¿Hasta cuando tendremos paz?
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