jueves, 30 de julio de 2015

Zona de Confort


No tengo por costumbre escribir a las cinco de la madrugada, pero eso no quiere decir que no lo pueda hacer. De hecho, me emociona hacer cosas que, a priori, no me creía capaz de lograr. 
Por la ventana del sexto piso del hotel Holiday Inn Suites de la calle Londres, mi cuartel general en la capital mexicana, se ve todo oscuro. La ciudad aún duerme, pero yo no. Siempre que trabajo en México me desvelo a medianoche. Mi biología no entiende de franjas horarias, ni de fronteras. El todo en el que me desenvuelvo es un mismo, y diversificado, escenario. Trabajo sobre un único cliente que tiene mil caras y habla un montón de idiomas. Trabajo, ahí adónde voy, bajo una misma premisa: "provocar transformaciones que ayuden a mejorar la realidad de las personas y de las empresas". Me apasiona tanto lo que hago que mis emociones afloran tras cada palabra, o tras cada propuesta, que pronuncio, o que planteo, a quién me escucha con el corazón abierto. Arriesgo en mis valoraciones, en mis propuestas, y en mis planteamientos, pero sin dogmas ni radicalismo. La flexibilidad del muelle, que siempre me acompaña allá adónde voy, es mi santo y seña. Soy fundamentalista frente a la rigidez y un efusivo practicante y promotor de la flexibilidad, de la diversidad, de la adaptación, y de la innovación.
El inmovilismo, que es como un cáncer que nos corroe silenciosamente, suele estar bien enraizado en nuestra zona de confort. Abusamos de lo que "supuestamente" sabemos hacer y dejamos de avanzar en la búsqueda, y en la conquista, de nuevos espacios de mejora y crecimiento que tanto necesitamos. De ese modo, las personas, las empresas, y los países, sufrimos permanentemente el sabor agridulce de la frustración que nos provoca nuestro "consciente o inconsciente" estancamiento.
Apuesto por la cultura, por el debate, por la reflexión, y por la valentía, a la hora de tomar decisiones. Los miedos forman parte de las raíces invisibles de nuestra terrorífica zona de confort, la cual, nos atrae como un espejismo, tira de nosotros como un imán, o nos acaricia los oídos como El flautista de Hamelín, para que sigamos tumbados en nuestro cómodo sofá, que, a la larga, acaba convirtiéndose en la cama de un faquir.
Las grandes hazañas, los grandes descubrimientos, los grandes avances, y los grandes éxitos empresariales, siempre vinieron de la mano de personas que abandonaron su zona de confort y se lanzaron a la conquista de lo que no dominaban, de lo que desconocían, pese a los cantos de sirena de los agoreros que siempre intentan sofocar o reprimir cualquier conato de progreso. En lo que no hacemos se encuentran gran número de las soluciones que buscamos.
Cultura versus costumbre. Ser o no ser. El dilema shakesperiano que nunca cesa. He vuelto a transmitir en México mi forma de trabajar y vivir el trabajo y me siento muy afortunado por ello.
No tengo por rutina volver a meterme en la cama después de desvelarme, pero eso no quiere decir que no lo pueda intentar. Voy a dormir un ratito más. Afuera todo sigue oscuro, aunque por el ruido, parece que esta inmensa urbe, de más de veinticinco millones de almas, un día más, comienza a desperezarse.
Un avión me está esperando para transportarme a nuevas luchas. Salgo a batalla por día.

sábado, 25 de julio de 2015

Vuela, vuela, mi colibrí


Siempre fui amante de heroicidades. De guerras sin cuartel. De causas perdidas. De utopías. De sueños. Y vuelo. Vuelo nuevamente sobre un océano empequeñecido por el uso y la costumbre. Cada día todo me parece más pequeño. Cada día la vida me aporta menos asombro y más lucidez. Mi clarividencia avanza en función de mi edad, y a los kilómetros que recorro, y a las batallas que hago frente. 
Heridas tengo hasta en la vísceras. En cada rincón de mi cuerpo, y de mi alma, acumulo cicatrices y secuelas que, en lugar de perjudicarme, me hacen más fuerte, a pesar de que mi cuerpo se debilita y encoje por el inevitable paso del tiempo. 
Y vuelo. Vuelo hacia mis sueños. Vuelo hacia lo imposible y hacia lo maravilloso. México me espera atrincherado en su grandeza, y yo me lanzo al ataque con la inconsciente consciencia de mi calma. A grandes retos, grandes calmas. Pienso. Planifico. Construyo. Remuevo. Invento. Arriesgo.
Estoy volando en un albatros de acero. Llegaré en unas horas al Aeropuerto Internacional Benito Juárez. Mas sin embargo, mi cabeza hace semanas que habita entre el Zócalo, la Zona Rosa, y el Bosque de Chapultepec. Por Guanajuato y por Morelia. Por Pátzcuaro y por Catemaco. Por la selva Lacandona y por el Cerro de la Silla. Por Salamanca y por León. Por los cenotes de Yucatán y por las blancas e infinitas arenas de Cancún o de Playa del Carmen. Por el horno encendido de Villahermosa. Por la malinche Puebla y su eterno vigía el Popocatepetl. O por las vallas envenenadas de Tijuana. Personas. Momentos. Historias comprimidas vividas a la carrera en un país vertiginoso e irrepetible que siempre me acoge como no merezco.
Balas de Plata, chiles, aguacates, cocaína, mariachis, gazpachos, aguas, tequilas, enchiladas, sincronizadas, tortas, cabrito, marimbas, tacos, chelas, Lupitas, zócalos, ceviches, cuadras, carros, bochos, pesos, guaruras, cuartos vacíos, salas repletas de gente a la espera de que les brinde lo mejor de mí.
Como siempre, desde hace dieciséis años, vengo a entregarme. A darlo todo. A ser uno más de entre los mexicanos de afuera que regresa. Viajo, por unos días, a reencontrarme con mi efímera dualidad. Vuelo, para reactivar la parte de mí que se queda latente en México cada vez que regreso a España.
Vivir doble. Soñar doble. Amar doble. Sufrir doble.
Siempre que viajo a México, la noche antes, un pequeño colibrí quiebra mi sueño. Revolotea dulcemente a mi alrededor como anunciándome un nuevo reencuentro con mi otra realidad, con mi otro pasaporte que no tengo.
Ya vuelo. Escribo y vuelo en penumbra, en este vuelo de Iberia, escuchando "Ghost Stories" de Coldplay. En la intimidad compartida de la repleta cabina de este enorme pájaro de acero, me ha parecido verlo de nuevo. El colibrí, ese pequeño y precioso colibrí, que siempre me acompaña para recordarme a México y a todo lo que allí he vivido. 
Según dice una vieja leyenda, que le leí al incomparable escritor uruguayo Eduardo Galeano, un pequeño colibrí salvó al mundo pinchando con su fino pico a las nubes que amenazaban con aplastarlo. Tal vez por eso, siempre que viene a verme me trae buena suerte.
Viviré unos días, nuevamente, en una especie de triángulo amoroso en el que yo soy la parte doliente, débil, e intermitente. Tan sólo puedo decir, como un Pancho Villa de falsete: ¡Viva México!
Soy un extraño mojado que regresa al llamado de su colibrí.

viernes, 24 de julio de 2015

Perfume endiablado


-¿Le gustaría oler este perfume, caballero?
-Disculpe, señorita, pero uso la misma fragancia desde hace años y no soy mucho de cambiar. Si hubiese querido probar ese perfume se lo habría pedido yo mismo, y ha sido usted quien me lo ha ofrecido.
-Este que le propongo, es un perfume muy especial, tiene la facultad de multiplicar por varias veces su capacidad de seducción. Además, en este momento, lo tenemos en oferta: con la compra de un perfume le regalamos un paraguas.
-No me haga reír. ¿Usted entiende de matemáticas o de física cuántica?
-Aquí donde me ve, estudié magisterio. Después, derecho. Más tarde, hice un curso de jardinería china, y, antes de vender perfumes, trabajé desde casa para un teléfono erótico. Lo más aburrido fue lo del teléfono erótico.
-¿Por qué? A priori parece lo más emocionante de su carrera.
-No, en absoluto, apenas si podía expresarme, era todo muy onomatopéyico.
-¡Menudo curriculum el suyo! Entonces, como le iba diciendo, señorita, multiplique usted por cero lo que quiera y verá como sigue dando cero.
-Usted no es un cero. No sé quién le habrá dicho eso.
-Me lo dice mi espejo cada mañana, y también me lo dijo mi ex-esposa.
-A los espejos los carga el diablo, como a las armas.
-¿Y a las ex-esposas, quién las carga?
-Los picapleitos y las amigas que saben de juicios.
-Lo de usted tiene mucho mérito, señorita, estudiar dos carreras para acabar en el aeropuerto vendiendo perfumes a ejecutivos de mediopelo.
-Me encanta vender. Sería capaz de vender mi alma al diablo, si pudiera.
-El diablo es todo un seductor.
-Lo sé, me ha seducido varias veces.
-¿Acaso el maligno usa este perfume?
-Imagínese, lo fabrica él mismo.
-¿No me diga?...¿Y qué más fabrica su endemoniada excelencia?
-Armas nucleares, conglomerados bancarios, contratos basura, un poco de todo. Le gusta diversificar su negocio. Lo último ha sido esto de los perfumes.
-¿Sabe qué?: ¡Me lo llevo!. No tanto por el perfume, sino por el paraguas. Ayer me dejé olvidado el último en un taxi. Salgo a paraguas por semana.
-Lo sabía. Lo leí en sus ojos mientras se acercaba al stand.
-¿Y qué más leyó en mis ojos, señorita?
-Que usted es más de Bukowski que de Coelho.
-Me encantan las señoritas que todavía son capaces de leer algo en mis ojos.
-Usted es todo un seductor, un lobo con piel de cordero. Pero a mí no me ha podido engañar...dándoselas de blandito.
-¿Qué le debo, diablilla?
-Son noventa euros, galanzote.
-¿Noventa eurossss? ¡Diablos! Hay que ver cómo se las gastan en el infierno.

domingo, 19 de julio de 2015

Figura desfigurada sobre fondo negro



Esta mañana, como no sabía de qué escribir -me lo van a perdonar-, he puesto música de piano bar para propiciar la inspiración y, de ese modo, atenuar mis derivas emocionales. Nada. No había manera.
Como segunda opción, he bajado al sótano, en el que duermen mis recuerdos, y he rebuscado entre mis cientos de viejos colleges alguno que me transmitiera una clave misteriosa con la que poder tirar del hilo y contarles algo ciertamente coherente. He seleccionado uno. No me pregunten por qué, pero siempre cojo uno que parece que estuviera esperándome desde hace tiempo. Lo he subido y lo he colocado junto al iPad en el que suena la música de bragueta. De coro improvisado cantan las cigarras avisando de que, hoy, el calor nos golpeará como un boxeador acorralado y agónico.
Así, con este escenario tan musical y tan plástico, me he frotado las sienes con las dos manos en busca del punto G de mi creatividad. Y nada de nada.
Tal vez la culpa la tenga este collage. La elección me ha resultado, a todas luces, contraproducente. Ha sido mucho peor el remedio que la enfermedad. 
Esa figura andrógina que sufre en la oscuridad, en estado de espera permanente, y castigada contra la pared de la indiferencia, me ha recordado lo que en realidad somos: entes solitarios en ansioso estado de espera.
¿Y qué esperamos? ¡Equilicuá!: quimeras, utopías, fantasías, Mundos de Yupi, rescates bancarios, orgasmos interminables, la sopa boba, el regreso del Mesías... Para gustos colores. La cuestión es esperar. Lo que nos mola es la espera. Somos Penélopes, de una estación cualquiera, esperando nuestro tren.
Yo espero una hija. Espero un avión. Espero los resultados de las pruebas de mi hígado hipertrofiado como un foie gras. Espero a la vida venidera asomado desde el balcón de mi conciencia. Todos esperamos soluciones mágicas a problemas con difícil solución. Nudos corredizos que, a cada movimiento erróneo, acentúan más nuestra asfixia y nuestra zozobra. Alivio de luto. Agua de mayo. Abracadabra. ¡Milagros! Eso es lo que esperamos y de ahí nuestra ansiedad. 
Mi "figura desfigurada sobre fondo negro" ha sido un bálsamo corrosivo. Suele pasar cuando uno no acierta en las decisiones.
Y, entonces, ni la música del piano bar te sirve absolutamente para nada.

miércoles, 15 de julio de 2015

No tengo tiempo


Les aseguro que hoy no tengo tiempo. Tengo de todo: deudas, asuntos pendientes que abordar, varias reuniones en la agenda, un libro a medio leer, una novela a medio escribir, la compra sin hacer, un viaje aún por preparar... pero no tengo tiempo de nada.
De hecho, no uso reloj para sentirme menos esclavo de la dictadura del minutero y los quehaceres. 
Como no tengo tiempo para nada, no hago deporte, ni el amor, ni leo, ni veo televisión, ni trabajo, ni como con gracia, ni escribo en este blog, ni salgo al cine, ni escucho la radio, ni voy a trabajar, ni hablo de política, ni nada de nada. No tengo tiempo y, por tanto, me duele mucho desaprovecharlo en cosas superfluas y banales que a nadie le importan.
La carencia de tiempo me está jodiendo esta vida de prisas y estrés; esta existencia deshumanizada y sometida a la infalible tiranía del cronómetro, y las prisas, y a la congoja, y al ansía. 
Me gustaría escribirles algo coherente que les ayudara a entender la importancia de aprovechar bien su tiempo. No hagan como yo, por favor, no se dejen llevar por la dejadez, ni se abandonen a la desidia, ni a la holgazanería, ni al Candy Crush, ni a las series de vampiros guays, ni a las páginas web de gatos, se lo pido por favor.
El tiempo es oro. Sí, lo sé, es una frase hecha, manida, no digo nada nuevo, pero es que, pónganse en mi lugar, no tengo tiempo para andar con florituras, bastante hago con lo que me esfuerzo sin tener tiempo para nada.
Me voy. Es tarde y estoy un poco cansado...hace días que no tengo ni tiempo para descansar.

lunes, 13 de julio de 2015

Siete casas vacías


Samanta Schweblin me ha contado las historias de "Siete casas vacías". Esta escritora argentina espesa los textos con la precisión de una chocolatera, de las de antes, hasta alcanzar la consistencia que se precisa. Una casa vacía, o una casa ajena, siempre tienen muchas cosas que contarnos. Historias por venir o historias enquistadas. La densidad de sus relatos seduce y engancha con sutileza desde los primeros párrafos. Sin que te des cuenta ya estás dentro de la trama y no puedes dejarla hasta el final. Maneja la tensión sin brusquedades ni excesos de fantasía. Sus descripciones, sus ambientaciones, son paisajes marcadamente intimistas. Lo que se siente importa más que el hecho en sí mismo. Nos describe su mundo interior, enfatizando en las percepciones y los sentimientos de sus intensos, a la par que cotidianos, personajes. El entorno lo describe de una manera más somera, como si para ella tuviera menos importancia el continente que el contenido.
Schweblin se sumerge en el epicentro emocional de sus protagonistas como medio de conectar con los sentimientos de sus lectores y lo consigue fácilmente y sin alharacas.
Siete casas vacías es el libro laureado con el que nos premia esta argentina de diván y de letras elocuentes. Un pequeño libro de relatos, en el que la autora desnuda tanto a su país, Argentina, como a cada uno de sus deliciosos personajes. Editado por Páginas de Espuma, es ideal para leerlo, a ratitos, entre baño y baño, escuchando como rompen las olas en la orilla de una playa o al borde de una refrescante piscina. 
Esta escritora tiene aún mucho que decir.


sábado, 11 de julio de 2015

Proposición indecente


- Hola vecino: ¿podrías dejarme un poquito de sal y mañana te la devuelvo cuando compre?.
- Claro, Marisa, pasa, pasa, no te quedes ahí en la puerta.
- ¿Y tu esposo, cómo está?
- Supongo que bien. Está en China, y no me llama desde el lunes.
-¿Pero ya estamos a sábado?
- Pues eso digo yo. Debe ser que no quiere tirar de roaming. Está de un ahorrador que no veas.
- ¿Y tus hijos?
- De campamento de inglés. ¿Y tu esposa?
- ¿La mía?
- Claro, la tuya. 
- Está cuidando a su madre. Mi suegra tiene para largo con lo de su operación.
- Imagino. Esas operaciones son muy feas. Ojalá que todo vaya bien.
- ¿Necesitas mucha sal?
- En realidad, no necesito sal. Es que estaba aburrida y... como sabía que estabas solo.
- ¿Lo sabías?
- Sí, me lo dijo tu esposa ayer en el supermercado.
- ¿Entonces?
- Ah..No sé. He pensado que en lugar de comer los dos solos nos podríamos hacer un poco de compañía. ¿Qué vas a comer, Leonardo?
- Un bocata de jamón con tomate con una cerveza bien fría. No soy mucho de cocinar. Sé que está de moda, pero paso.
- Yo tengo una ensaladilla rusa y me queda un poco de sushi que compré anoche. ¿Te animas?
- ¿Y de postre?
- El mismo que te comes siempre cuando mi marido se va a China. ¿Te parece?
- Eso nunca debió pasar, ya lo hemos hablado varias veces. Así que me comeré mi bocata en casita tan ricamente. No quiero líos, Marisa. Lo que pasó, pasó, y ya.
- Dicen que el hombre es el único animal que tropieza de nuevo en la misma piedra, y yo no soy de piedra. Tú sabes bien que no lo soy.
- No se dice de nuevo en la misma piedra, es dos veces en la misma piedra. Y yo tropecé ya las dos.
- Dicen que no hay dos sin tres...
- Déjate de refranes, Marisa.
- Vente, Leonardo, no te hagas el estrecho. Sé que en el fondo lo estás deseando.
- No, Marisa. Por favor, entiéndeme. No me lo pongas todavía más difícil.
- Al contrario, lo que pretendo es ponértelo bien fácil.
- No. Ene o. No. ¿Quieres sal o no?
- No quiero sal, quiero que te vengas a mi casa.
- No, Marisa, pierdes el tiempo. Cometí un error y no lo pienso repetir.
- Fueron dos.
- Bueno dos, da igual.
- No me gusta que me rechacen. Odio que un hombre me rechace.
- Sal de mi casa, Marisa.
- No quiero. Vente conmigo. Yo te daré lo que tu esposa no sabe darte.
- Pues ya lo aprenderá. ¡Vete, por favor! No me lo pongas más difícil.
- Eres un puto maricón, eso es lo que eres.
- No pienso entrarte al trapo. Eres una buena mujer, Marisa. Sé que no estás pasando por un buen momento, pero por favor, entiende que yo no soy el tipo de ayuda que necesitas. 
- ¡Vete a la mierda, Leonardo!

Y como dijo Joaquín Sabina: "el portazo sonó como un signo de interrogación".

¿Adónde irán las palabras que se lleva el viento?


La vida, como este blog, es una simple y compleja escalera. Voy ascendiendo vertiginosamente hacia una hipotética puerta que nadie sabe qué tiene al otro lado. Vivo, amo, lucho, y moriré en plena ascensión hacia la nada, dejando la débil arqueología de mi legado, como un fertilizante más, o como un estorbo menos. 
Ya he alcanzado las setecientas entradas en este blog, que es lo mismo que decir que no he logrado absolutamente nada. He recorrido tantos kilómetros en mi vida que darían para ir y volver dos veces y media a la Luna. Tiro para atrás y siento vértigo. Toda ascensión lo produce. Mi vida, también. 
Deambulo por tierras movedizas con la naturalidad con la que un funambulista camina por la cuerda floja de su existencia. Equilibrios forzados como modo de vida. Machete en la boca. Cerebro en ebullición. Maleta preparada. Escrituras pendientes. Análisis postergados. Calendario a perpetuidad. Besos en la boca.
Esta mierda de blog es una bitácora envenenada. Mi vida es una apasionante travesía, un camino permanente plagado de actos de tal profundidad que la superficie me hace daño a los ojos. Veo en la oscuridad y en aquellos lugares sombríos en los que las miradas de otros no ven nada. Me apasionan los detalles y me aburre lo grandioso. Me emociono de lo humilde y me cansa lo aparente. Las poses irritan mis delicados intestinos. 
Me refugio en lo que escriben los demás para no caer víctima de mis propias letanías. Y pese a todo, sin causa ni motivo aparente, sigo escribiendo, caminando, y viviendo a diario porque la biología me ha condenado a cadena perpetua.
El viento se lleva por delante todos los discursos y los convierte en arena, o en agua, o en nada.

jueves, 9 de julio de 2015

Banderas


Con el paso del tiempo, todas las banderas sufren una tendencia natural a perder el lustre.

miércoles, 8 de julio de 2015

Sanfermines


Julio. Como cada mes de julio, cuando llega el día siete, comienzan los Sanfermines con un chupinazo que retumba en toda España. Yo nunca fui de toros. Ni de cornadas. Ni de pólvoras. Ni de grandes demostraciones testosterónicas. Yo soy más de los mansos, esos actores secundarios y bonachones, en los que nadie repara nunca, pero que siempre están ahí, dónde se supone que deben de estar, y haciendo lo que hay que hacer.
Se palpa la tensión. Resuena la algarabía. Murmullos. Chillidos. Carreras. El comentarista de la televisión narra el encierro como si de un partido de fútbol se tratara. Yo me tomo un café con leche mientras turistas norteaméricanos, británicos, australianos, mexicanos, y otros venidos desde las más lejanas tierras, se juegan el tipo en honor a San Fermin.
Jugarse la vida es el juego máximo. ¿Qué más se puede apostar que la propia vida?.Todo o nada. Dejar que nuestra vida penda de un hilo, mientras la gente nos aplaude la gallardía. Héroe de lo absurdo. 
Grecia corre tras el toro de la troika. Yo corro tras el toro de mis limitaciones. España corre aparentado que camina. El termómetro sube sin parar. Mi café con leche desaparece absorbido por un bizcocho sediento y traicionero.
Escribo, como cada mañana, con el sueño sanferminero de triunfar. Anhelo ser un superhéroe literario. Un corredor de fondo de las letras capaz de lidiar con novelas, y con relatos, y con el toro negro zaino de mis contradicciones. Intento defenderme con mis palabras lo mismo que un corredor intenta hacerlo con las letras impresas de un periódico enrollado. Aunque los corredores modernos, como no acostumbran a leer, ya no llevan el periódico. La cultura de los toros, de ese modo, está perdiendo intensidad a la espera de que los mozos corran, Ipad en mano, golpeando a las bestias con la portada del New York Times, o la del Diario de Albacete, abierta en su pantalla.
Los corredores se excitan ante el olor a morlaco. Los banqueros lo hacen al olor de la carroña: carroña de jubilado, o de una pequeña empresa, o de un país entero. El sistema corre, y embiste, amenazante, mientras los ciudadanos huimos despavoridos en busca de la barrera invisible e inexistente de la seguridad. 
Tal vez, esos mozos que corren, con un pañuelo rojo al cuello, sean unos visionarios, y ante la certeza de que nada es seguro, se consuelan corriendo delante de un toro porque les da la gana. Y esa demostración de incoherencia colectiva a Hemingway le fascinaba. 

domingo, 5 de julio de 2015

Los caracoles de Xian


Ha vuelto a funcionar. Siempre que dejo sin correr la cortina de la ventana me despierto temprano. Mi reloj biológico está perfectamente sincronizado con la luz solar. Me asomo a la ventana y, ante mis ojos, por fin sin lluvia, se ofrece la antigua y fortificada ciudad de Xian. Observo, desde la atalaya de mi cuarto, sus milenarias murallas, sus detalladas torres, sus majestuosas puertas, y el foso que rodea su rectangular trazado. La gente, desde el piso diecisiete del hotel Howard Johnson en el que se encuentra mi habitación, parecen laboriosas hormiguitas. 
El reloj marca las seis cuarenta de la mañana. Me visto a la carrera para disfrutar un rato de turismo tempranero, antes de comenzar mi jornada de trabajo. El tráfico ya está muy pesado a esta hora. Un catálogo de vehículos de todas las épocas, y todos los modelos y presupuestos, inundan unas calles que se despiertan con sabor a plomo en la boca. Los cruces, pese a contar con un policía que intenta poner un poco de orden, son un auténtico caos. Los puestos de comida ya huelen a fritanga. Los niños corren con energía, rumbo a la escuela, portando enormes mochilas a modo de penitencia pagana. Pequeñas motocicletas trasportan a familias numerosas y parece que vayan a reventar en cualquier momento. Un señor sin piernas se arrastra, sonriente, sobre un cajón de madera con ruedas parecido a los que nos hacíamos de pequeños en mi barrio para jugar. Un grupo de chicas jóvenes reparan en mi atípica presencia y se sonríen.
Ya, al pie de la muralla, la gente hace deporte o simplemente disfruta del espacio, se integra en él y en la colectividad. Comparten. Unos practican Kung-Fu, otros Tai chi, otras bailes de jardín. También hay gente que corre. Otros tocan instrumentos: acordeón, saxo, flauta travesera. La gente hace estiramientos como si sus cuerpos fuesen de goma. Confronto su flexibilidad con mi rigidez. Los barrenderos, y las barrenderas, llevan un brazalete rojo, adherido a su uniforme de lino, que yo relaciono con alguna vinculación orgánica con el partido comunista. Observo, durante todo el viaje, como los chinos, cualquier trabajo, lo hacen con orgullo, con dignidad, por humilde que este sea. Da igual que su trabajo sea barrer, revisar equipajes, dirigir el tráfico, o ser recepcionista en un hotel; lo hacen con orgullo, con dignidad, y me produce una sensación extraña y emocional que no he percibido en otros países.
Hoy me siento bien caminando. Mi cuerpo necesitaba desentumecerse. Me veo como el protagonista de un documental de viajes de ensueño. Sigo caminando entre la gente y llego a la puerta de un colegio. Observo el trasiego habitual de las familias. Madres y padres dejando a sus hijos a las puertas de la escuela como en cualquier otro lugar del mundo a estas horas de la mañana. Los niños atraviesan orgullosos el umbral de la escuela como si fueran conscientes de la importancia de lo que están haciendo. Todos menos uno. El pequeño, a medio camino, se para, observa como se aleja su padre y, en un instante, sale corriendo del colegio rumbo a un señora que vende chucherías y le compra algo. Todo ha sucedido en menos de un minuto. Cuando el niño regresa a la escuela un señor lo coge del brazo y lo regaña. El pequeñajo, haciendo pucheros, se adentra en el colegio con sus brazos cruzados, enojado, balanceando sobremanera su pesada mochila a modo de repulsa, y en la que, previamente, había guardado su preciado tesoro. 
Los comerciantes están montando sus tenderetes. En el único que está montado compró unas figuritas de terracota muy simpáticas. Compro seis sin saber muy bien por qué ni para quién. Más adelante reparo en una tienda que venden artículos para dibujar: pinceles de todos los tamaños, tintas chinas -por supuesto-, papeles de diferentes texturas, grosores y colores. Me atraen mucho unos sellos que estampan figuras de animales haciendo referencia a los diferentes años chinos: conejos, cabras, monos, perros, pájaros, etc. Me compro un sello que lleva un perro y un frasquito de crema rojiza con la que impregnarlo y sellarlo todo. Camino pensando que, a partir de ahora, a todos mis collages, a parte de mi firma, les imprimiré mi sello perruno de Xian.
Miro el reloj de mi teléfono. La caminata matutina tiene que comenzar su regreso. Mis obligaciones profesionales me llaman. Camino sobre mis pasos. Lo hago por un camino que discurre en paralelo al foso que rodea a la ciudad antigua y que antaño la protegía. 
Delante de mi va un joven que, a cada poco, se agacha, recoge algo del suelo, y lo deposita sobre las jardineras. Acelero mi ritmo con la intención de averiguar de qué se trata. Mi curiosidad siempre es más grande que mi prudencia. Me sitúo a escasamente dos metros de él. Veo que se agacha nuevamente coge un pequeño caracol que se cruzaba en su camino y lo deposita en la jardinera. Lo sigo. Unos metros más adelante repite la operación. Lo hace varias veces hasta que, en un momento dado, se para a hablar con un anciano que está pescando en el foso.
Reanudo mi marcha. Tengo el tiempo justo para ducharme, vestirme, y desayunar. De repente, veo uno de esos pequeños caracoles que se cruza en mi camino. Instintivamente hago lo mismo que el joven chino: me agacho, cojo el caracol, y lo coloco delicadamente sobre una jardinera. Y en ese preciso instante, veo que él me está mirando. Ahora era el quien seguía mis pasos. Sonriente, me mira a los ojos. Dice algo en chino, que no sería capaz de reproducir ni aunque me quedara tres meses más en China, y me hace una reverencia. Emocionado, inclino el cuello imitando su delicado gesto.
Mientras acelero el paso para cumplir escrupulosamente con mi horario, no dejo de pensar en la grandiosidad de las pequeñas cosas. Lamentablemente, hay mucha gente que no repararía en un caracol que se cruzara en su camino. Miramos mucho pero no vemos nada. Lo más grande surge de lo más pequeño.

sábado, 4 de julio de 2015

Parecidos



-¿Usted es José Mota? 
-¿Quién, yo?
-Sí, usted.
-¿Usted me ve algún parecido físico con ese señor?
-Es que no veo bien. Se me han roto las gafas. Mi primo, que está gordo como una croqueta de Alcafrán, se sentó el otro día encima de ellas y me las reventó.
-¿Y también le falla el oído?
-Sí, en ocasiones, escucho voces.
-¿Qué tipo de voces?
-No sé, yo creo que son voces del más allá.
-¿Más allá de dónde?
-Más allá del tabique de mi casa. O sea de los vecinos.
-¿Y qué es lo que escucha?
-Mucha onomatopeya y los Cuarenta Principales, entre toma y toma.
-¿Y cuántas tomas al día, más o menos? Más que nada por hacer un cálculo...
-Pues entre tres y cuatro tomas al día. Y a veces más. Están recién casados...ya me entiende.
-¿Y cómo lo va llevando?
-Ahí vamos...el psicoanálisis me está ayudando mucho.
-¡Quién lo diría!  
-¿Y usted no está casado?
-¿Quién yo?
-¡Pues claro! ¿Estoy hablando con usted o con su vecino?
-Mi vecino no da ni el habla. Está en las últimas. O bueno, ya ni está...
-¿El recién casao?
-Sí, claro, el mismo.
-¿Y cómo lo sabe?
-Ayer bajó la basura, arrastrando los pies, con la cabeza gacha. Yo lo miraba sin querer mirarlo desde el portal. Después de la cena siempre tengo muchos gases y bajo al portal a liberarlos. Y en esas estaba cuando lo ví, ¿sabe usted?. Llegó frente al contenedor. Abrió la tapa de par en par. Dejó la bolsa de basura en el suelo. Se inclinó sobre el contenedor. Se metió dentro y cerró la tapa. 
-¿Y dejó la basura afuera, en plena calle?
-¡Pero hombre! ¿Qué importancia tiene la basura? ¿No es más preocupante ver cómo tu vecino se siente un detritus?
-Visto así.
-La cuestión es que me acerqué al contenedor, levanté la tapa y ahí estaba él, en posición fetal, rodeado de bolsas de basuras pestilentes. Y fue cuando le dije -vecino salga usted de ahí, por el amor de Dios.
-No me atrevo. Déjeme morir, se lo suplico.
-¿Pero por qué dice usted eso, recién casado como está?
-Recién casado no, que ya llevamos siete semanas. He perdido doce kilos y hasta las ganas de vivir.
-¡Venga hombre! Salga usted de ahí. ¡No será para tanto!
-No, no y no -dijo él. A todo esto llegó el camión de la basura, levantó el contenedor y se lo tragó.
-¿Y qué hizo usted?
-Pues lo normal en estos casos, fui a darle el pésame a la familia.
-¿A su mujer?
-No a la suya...¡Pues claro, coño, a su mujer!
-¿Y qué pasó?
-Me invitó a pasar.
-¿Y?
-Lo hicimos. Sí. Lo hicimos y mucho. En cantidad, como si no existiera el mañana. Con mucha ansia.
-¿Y no sienten remordimientos?
-Yo no. Y ella creo que tampoco. Al parecer es el sexto marido que se le marcha por la puerta falsa. El anterior a este saltó por el balcón desde un noveno piso.
-¿Y no siente usted miedo?
-No amigo. Yo no me pienso casar con ella. Nunca he creído en el matrimonio.
-¿De verdad que usted no es José Mota, el famoso humorista?
-Qué más quisiera yo, ¡soo mugroso!

miércoles, 1 de julio de 2015

Bocas del tiempo


Rai es un compañero argentino que de chico pasó más hambre que el perro de un ciego. Su hermano y él recorrían, a diario, cinco kilómetros en bicicleta hasta llegar al colegio. Cuando diluviaba sobre los inmensos campos de soja de La Patagonia el padre los llevaba en su viejo tractor. Esos días de lluvias siempre llegaban tarde a las clases ya que transitaban por un camino sin asfaltar y los camiones se quedaban atrapados en el fango. El padre paraba a socorrerlos del contratiempo y los sacaba del atolladero tirando de ellos con su tractor. Raimundo, ahora, rondando los cincuenta años, corre durante horas para huir de todos esos recuerdos de precariedad que aún le persiguen y de los que durante tantos años lleva intentando zafarse. Como se zafaba de sus rivales cuando hizo carrera como futbolista en Bolivia hasta que las lesiones fueron más fuertes que sus huesos y sus huesos más débiles que sus ilusiones. Todo eso me lo contaba hace unas semanas, un día en el que tuve la fortuna de acompañarle a trabajar, para seguir aprendiendo los dos. A él le cuesta mucho aprender porque tiene la cabeza muy dura. Es más de hablar que de escuchar, lo mismo que se fía más de la cantidad que de la calidad. Dice que corre para pensar, pero yo creo que piensa para correr. Eso le pasa por ser hijo de la inmensidad y oriundo del camino.
De manera inesperada, Raimundo me habló del escritor Eduardo Galeano, en su empeño de enseñarme todo aquello que se sentía en la obligación de darme a conocer de su mundo interior. Se supone que yo soy su jefe. Yo me veo más como su compañero, pero él, por eso de las jerarquías, y por todo lo que lleva corrido a uno y otro lado del charco, me ve como lo que soy.
Así que, como buen alumno de la vida que intento ser, me compré de urgencia un libro de ese uruguayo de Montevideo, fallecido recientemente, cuya boca enterrada, pero no callada, sigue clamando por todos los indefensos de la tierra. Esas víctimas, de color transparente, cada vez están mas cerca de nosotros, tan cerca, que hasta nos hemos contaminado de su indefensión y nuestros sofás y nuestros repletos frigoríficos corren, cada día, más peligro de incendiarse y de vaciarse.
Eduardo Galeano murió donando su voz, y su conciencia, para la eternidad, advirtiéndonos de nuestros errores, alarmado ante nuestra falta de solidaridad. Pese al desesperado llamado de ultratumba del uruguayo, los refugiados siguen creciendo de manera alarmante por todo el mundo, los desempleados crecen por doquier, las guerras campan a sus anchas, los atropellos nos siguen atropellando, los dictadores dictan sin mesura, los demócratas se burlan de sus democracias, y nosotros jugamos con gran destreza al Candy Crush. 
Por eso Raimundo corre, lucha, y no se rinde nunca. A más velocidad, menos se oyen los lamentos de los que ya ni fuerzas tienen para lamentaciones. Él sabe mucho de todo eso. Tuvo la suerte, o la habilidad, para salir de ahí. Sabe que otros no. Corre, suda, y vende, sabedor de que otros nunca saldrán. Cuando nadie lo ve llora al recordar que ya no están ahí ni su padre, ni su hermano, para sacarlos con el tractor. Los afortunados no entendemos de tractores, ni de charcos, ni de todo eso.