No tengo por costumbre escribir a las cinco de la madrugada, pero eso no quiere decir que no lo pueda hacer. De hecho, me emociona hacer cosas que, a priori, no me creía capaz de lograr.
Por la ventana del sexto piso del hotel Holiday Inn Suites de la calle Londres, mi cuartel general en la capital mexicana, se ve todo oscuro. La ciudad aún duerme, pero yo no. Siempre que trabajo en México me desvelo a medianoche. Mi biología no entiende de franjas horarias, ni de fronteras. El todo en el que me desenvuelvo es un mismo, y diversificado, escenario. Trabajo sobre un único cliente que tiene mil caras y habla un montón de idiomas. Trabajo, ahí adónde voy, bajo una misma premisa: "provocar transformaciones que ayuden a mejorar la realidad de las personas y de las empresas". Me apasiona tanto lo que hago que mis emociones afloran tras cada palabra, o tras cada propuesta, que pronuncio, o que planteo, a quién me escucha con el corazón abierto. Arriesgo en mis valoraciones, en mis propuestas, y en mis planteamientos, pero sin dogmas ni radicalismo. La flexibilidad del muelle, que siempre me acompaña allá adónde voy, es mi santo y seña. Soy fundamentalista frente a la rigidez y un efusivo practicante y promotor de la flexibilidad, de la diversidad, de la adaptación, y de la innovación.
El inmovilismo, que es como un cáncer que nos corroe silenciosamente, suele estar bien enraizado en nuestra zona de confort. Abusamos de lo que "supuestamente" sabemos hacer y dejamos de avanzar en la búsqueda, y en la conquista, de nuevos espacios de mejora y crecimiento que tanto necesitamos. De ese modo, las personas, las empresas, y los países, sufrimos permanentemente el sabor agridulce de la frustración que nos provoca nuestro "consciente o inconsciente" estancamiento.
Apuesto por la cultura, por el debate, por la reflexión, y por la valentía, a la hora de tomar decisiones. Los miedos forman parte de las raíces invisibles de nuestra terrorífica zona de confort, la cual, nos atrae como un espejismo, tira de nosotros como un imán, o nos acaricia los oídos como El flautista de Hamelín, para que sigamos tumbados en nuestro cómodo sofá, que, a la larga, acaba convirtiéndose en la cama de un faquir.
Las grandes hazañas, los grandes descubrimientos, los grandes avances, y los grandes éxitos empresariales, siempre vinieron de la mano de personas que abandonaron su zona de confort y se lanzaron a la conquista de lo que no dominaban, de lo que desconocían, pese a los cantos de sirena de los agoreros que siempre intentan sofocar o reprimir cualquier conato de progreso. En lo que no hacemos se encuentran gran número de las soluciones que buscamos.
Cultura versus costumbre. Ser o no ser. El dilema shakesperiano que nunca cesa. He vuelto a transmitir en México mi forma de trabajar y vivir el trabajo y me siento muy afortunado por ello.
No tengo por rutina volver a meterme en la cama después de desvelarme, pero eso no quiere decir que no lo pueda intentar. Voy a dormir un ratito más. Afuera todo sigue oscuro, aunque por el ruido, parece que esta inmensa urbe, de más de veinticinco millones de almas, un día más, comienza a desperezarse.
Un avión me está esperando para transportarme a nuevas luchas. Salgo a batalla por día.