jueves, 24 de junio de 2021

San Juan Cenutrio

Pónganse en situación. Suena un teléfono. Ring. Ring. Ring. -Dígame. -¡Eres un cenutrio! -¿Quién es usted? -¡Eres un cenutrio! -¡Oiga usted, sin faltar! -¡Eres un cenutrio! ¡Y te vas a enterar de lo que vale un peine! -¡No tienes tú lo que hay que tener! Además, tengo su número de teléfono y le pienso denunciar. -No llegarías ni a la comisaría... -Pero...¿qué coñó quieres? -¿Quién, yo? -Sí, usted. ¿Qué es lo quiere de mi? -¿Y yo que voy a querer, Juan, que me invites a dos cervezas que para algo hoy es tu santo. -Pero qué santo ni qué niño muerto...¡Yo no me llamo Juan, me llamo Alberto! -¡Ostras pues disculpe usted, Cenutrio! Habrá sido un error. -¡Oiga sin faltar, que me cago en to´ lo que se menea! Y ahí fue cuando colgó.

viernes, 18 de junio de 2021

Galeradas

A galeras a remar, dice la mítica canción de Manolo García. Yo, por fortuna, me autocondené a galeradas. Como soy novato en esto de la escritura, reconozco que no conocía ni el término. Galeradas son las pruebas que la imprenta manda a los autores para su revisión. Yo he corregido tantas que he aburrido a la editorial. El olor a tinta me ha cargado de dudas. Miedo escénico. Arrepentimiento súpino. Temblor de piernas... ¿Qué narices hago yo escribiendo una novela y encima de un tema tan controvertido? Requiém por un guerrillero olvidado, mi primera novela, ya se asoma por el horizonte de mi esperanza. Espero reacciones a favor y en contra. Habrá quién lo considere la cagada de un novato. A otros les sonará a manifiesto político. Otros la verán como una historia de amor. Otros como un homenaje a la memoria histórica. Lo bueno de un libro es precisamente eso, la disparidad tan infinita de interpretaciones que puede llegar a generar. Mis personajes ya se están maquillando y peinando para desfilar ante la atenta mirada de mis lectores. ¡Alea jacta est!, la sentencia está echada.

jueves, 3 de junio de 2021

El puto microchip

La enfermera ni me ha dado tiempo a reaccionar. -¡Ya está, caballero! -me ha dicho sin que me haya enterado absolutamente de nada. -Espérese ahí sentado unos quince minutos antes de marcharse. -¿Para qué? -le he preguntado. -¿Para ver si le pasa algo? -¿Y qué me va a pasar...? Y entonces he oído: ¡el siguiente, por favor!. Tras el pinchazo, me he sentado en una silla de plástico y he empezado, ensimismado, a fijarme en las caras enmascaradas de las personas que habían a mi alrededor. Entonces ha sido cuando he sentido algo extraño. Todo me daba vueltas. Me ha dado calor. Luego frio. Uno de mis ojos, descontrolado, ha comenzado a guiñarse solo, y, como consecuencia, una mujer se ha ofendido. -No es lo que piensa señora, le he dicho para mi descargo -Es usted un grosero. Creo que ahí, tras la ofensa, es cuando he perdido el sentido. Y si lo he perdido es porque antes lo tenía. Después ha sido todo muy confuso. He notado algo extraño en mi brazo. Algo minúsculo, qué digo minúsculo, ¡microscópico! pero que se introducía en mis entrañas más entrañables. Y de pronto he pensado: ¡el puto microchip! De tal manera que he comenzado a gritar: ¡Saquenmé el puto microchip! ¡Saquenmé el puto microchip! Tres enfermeros y un segurata se han avalanzado sobre mí y me han puesto otro pinchazo que me ha dejado más suave que un guante. Como entenderán, la gran parte de lo que les estoy contando es mentira y la otra embuste, pero lo verdaderamente cierto es que ya, por fin, estoy vacunado. Aunque sea a medias porque aún me falta la segunda dosis.