Mientras el famoso estilista internacional Andrés Pérez duerme plácidamente a mi lado en un avión de Turkish yo le escribo su relato. Tanto él como yo hemos sido testigos de cargo de lo que, a continuación, me dispongo a relatar. Y qué quieren que les diga, el artista quería su relato y se lo voy a relatar.
Willy cubría su boca con una mascarilla protectora llevando bajo el brazo una vieja cafetera envuelta en un patético plástico transparente. Al pasar por la cinta de seguridad del aeropuerto de Madrid Barajas, el personal del control de accesos, que para más inri estaba en huelga de servicios mínimos, se sorprendió.
—¿Le gusta a usted mucho el café, caballero? —le preguntó la chica de seguridad.
—Mai no comprender…. —le respondió el rubio que, dicho sea de paso, estaba más colorado que una gamba de Huelva poco hecha.
—¿Viaja usted frecuentemente con su cafetera? —continuó insistiendo la mujer.
—Duele mi cabeza —explicó el extranjero sin venir a cuento.
Tal vez por eso, o porque se estaba acumulando demasiado personal en la cinta seis, que era en la que Andrés, ahora mi durmiente acompañante, y yo, estábamos esperando nuestro turno, se acercó la pareja de la Guardia Civil.
—¿Algún problema, señorita? —preguntó el agente de la benemérita, a la empleada del control, sacando pecho.
—Este señor viaja con una cafetera como mascota y es un poco raro. Dice que le duele la cabeza… —les explicó a los uniformados.
Sin pensárselo dos veces, uno de los agentes se lanzó a revisar la cafetera mientras que el otro le solicitó al cafeinómano la documentación.
—¿Señor William Smith? —preguntó el agente, con un fuerte acento andaluz.
—Yes, Willy, yes —exclamó el susodicho con pasaporte de la Gran Bretaña.
—¿Le duele la cabeza? —le preguntó el agente, que lucía el clásico bigote del cuerpo armado.
—Yes, yes, cabeza duele. Very dolor…¡Joder! —exclamó el colorado viajero.
—¿Ha estado usted recientemente en China? —le volvió a preguntar el de la benemérita.
—Gustar mucho China. Rollito primavera, pollo agridulce, pato de Pekín —respondió el sospechoso de ser sospechoso.
—¿Tiene usted fiebre? Está usted sudando mucho…—le preguntó el guardia civil.
—Yo mucho enfermo —explicó el señor mientras observaba con atención como el otro agente se desentendía de su cafetera.
Ni que decir tiene que toda la escena había congregado a multitud de curiosos, y encabronado a los pasajeros que llevaban prisa, con el consiguiente revuelo que esas situaciones tan rocambolescas generan en los aeropuertos.
El guardia del bigote, agarrando su walkie talkie, exclamó enérgicamente: ¡activando protocolo “Corona” cinta 6, control terminal 1!. Repito: activando protocolo “Corona”.
A los dos minutos un equipo de sanitarios ataviados con uniformes más parecidos a los de un astronauta que a los de un enfermero, se hizo cargo de la situación.
En un periquete, introdujeron a Willy en una especie de carrito de golf con la cabina hermética, como la de un moderno tractor, accionaron una sirena que ofrecía bonitos destellos de color azul metalizado, aportando a la sala el aspecto de una discoteca de los años setenta, y salieron a toda pastilla con destino incierto.
Mientras se despejaba la zona, un tipo con pinta de gorila, y con la cabeza rapada, aprovechando el desconcierto generado por el colosal descubrimiento de un nuevo infectado por el coronavirus, se hizo con la cafetera y se escabulló entre la multitud con la sutileza de un ladrón de guante blanco.
—¿Andrés, no te ha parecido todo esto como si fuera una escena de una película de serie B? —le pregunté a mi acompañante antes de que se durmiera como un angelito.
—La verdad es que aún no doy crédito a lo que ha pasado —me respondió el famoso estilista internacional.
—¿No te da la impresión de que todo esto ha sido un montaje para que ese tipo se hiciera con la cafetera? —le pregunté a Andrés.
—Pues…ahora que lo dices… —respondió el peluquero.
Como les decía, Andrés Pérez, el estilista internacional que viaja conmigo a Uzbekistán, duerme a mi lado mientras le termino el relato que me ha encargado. Duerme, por fortuna, sin roncar, y sin saber que siete filas más adelante viaja el rapado cuellicorto con la cafetera, envuelta en plástico, rumbo a Estambul.
Cuando se despierte se lo contaré. Lo de esa cafetera y lo del tipo del coronavirus me huele todo a chamusquina.