sábado, 29 de febrero de 2020

No es un día cualquiera


Hoy no es un día normal, corriente y moliente. Hoy es un día que no volverá a repetirse hasta dentro de cuatro años, dando por supuesto que, dentro de cuatro años, ustedes que me leen y yo que les escribo, hubieramos superado al coronavirus, a Donald Trump y a la madre que lo parió, con perdón...
Todo 29 de febrero tiene algo de nostalgia y de singularidad. Los que nacen un 29 de febrero cumplen un año cada cuatro lo que equivale a homologarse al ciclo vital de su propio perro, suponiendo que tuvieran o tuviesen perro. 
Yo no soy mucho de perros, y tampoco nací un 29 de febrero, pero reconozco que, por llevarle la contraría a la mayoría de los mortales, no me hubiera importado que mi madre, que en paz descanse, hubiera adelantado su cometido doce días. 
Sí, si sacarán cuentas, llegarían a la conclusión de que soy Piscis, un signo del zodíaco que se caracteriza por su gran concluencia con Acuario cuando éste se cruza en la órbita de Saturno y le hace un corte de mangas a Libra. 
La astenia primaveral, potenciada por el manto amarillo del polen de los pinos que asedia mi casa, me está haciendo delirar. No me hagan mucho caso, ya que mis conocimientos sobre astrología zaroastrica, astenia primaveral y el polen son nulos. Sin embargo, mi primo Paco, al que todos llamabamos Franqui, escribía el horóscopo para un grupo de comunicación y se lo pasaba en grande. "Los piscis tendrán está semana difícultades con el amor y con el trabajo. Salgan poco y no discutan de política con los vecinos de su escalera. No hagan comidas copiosas ni jueguen a la lotería" Escribía cosas así y se ganaba la vida muy bien.
Yo no pretendía acabar así este escrito; mi intención era cerrar mis relatos de este mes rindiendo un homenaje a todos los nacidos en tal día como hoy, ya que como todos ustedes comprenderán, hoy no es un día cualquiera.

jueves, 27 de febrero de 2020

El Cuco del sueño


Me cuenta mi amigo Carlos Pardo que casi siempre eran mujeres las que recogían los pésoles, en la Rambla del Parrilar, bajo un sol más propio de mayo o junio que de febrero. Dice que las cuadrillas comenzaban la faena bien temprano para no terminar muy tarde y aun sacarle tiempo al día para realizar las faenas de las casas y atender un poco a las familias. La recogida del guisante negret, variedad que trajeran tiempo atrás desde Cataluña era, como todos los del campo, un trabajo muy duro. Las espaldas se resentían lo mismo que las piernas. Con pañuelos multicolor, las mujeres cubrían sus caras y sus cuellos para evitar las indeseables manchas que les generaba la exposición al sol. Aquellas campesinas eran pobres de solemnidad pero no por ello perdían ni un ápice de su coquetería. 
A la hora de comer la colla se agrupaba bajo un gran lentisco cuyo interior había quedado abovedado por el uso. Su comida era sencilla: algún trozo de queso o tocino, pan, algún tomate, habas, higos secos de la temporada pasada, y el agua fresca que les brindaba un botijo que pendía colgado de una gruesa rama. 
Y antes de pegar una cabezada hablaban de este mundo y del otro porque aquellas mujeres de campo eran de mucho platicar. Hablaban del embarazo de la Juani, o de la tortuga gigante que habían visto cruzando la rambla, o sobre la zorra que había atacado, la noche antes, el gallinero del Alfonso y no había dejado títere con cabeza. 
Cuando se atenuaba la plática, como atraído por el silencio, el cuco del sueño se acercaba sigiloso a cumplir con su misión. Este pequeño e inofensivo abejorro emite un zumbido tan constante y singular que produce un efecto somnífero infinitamente mejor que cualquier droga de las de ahora. 
Cuando llegaba, el cuco revoloteaba un rato sobre las mozas y todas a dormir. Y esos quince minutos que duraba la siesta suponía para ellas un Potosí. 
Por desgracia, ya casi nadie conoce al cuco del sueño, y mucho menos la forma tan misteriosa en la que, este pequeño abejorro, ayudaba a la gente más humilde a soñar. 
Gracias, Carlos, por contarme esta bonita historia, y mil gracias por regalarme tan preciosa fotografía.

sábado, 22 de febrero de 2020

Relato por encargo


Mientras el famoso estilista internacional Andrés Pérez duerme plácidamente a mi lado en un avión de Turkish yo le escribo su relato. Tanto él como yo hemos sido testigos de cargo de lo que, a continuación, me dispongo a relatar. Y qué quieren que les diga, el artista quería su relato y se lo voy a relatar.
Willy cubría su boca con una mascarilla protectora llevando bajo el brazo una vieja cafetera envuelta en un patético plástico transparente. Al pasar por la cinta de seguridad del aeropuerto de Madrid Barajas, el personal del control de accesos, que para más inri estaba en huelga de servicios mínimos, se sorprendió. 
—¿Le gusta a usted mucho el café, caballero? —le preguntó la chica de seguridad. 
—Mai no comprender…. —le respondió el rubio que, dicho sea de paso, estaba más colorado que una gamba de Huelva poco hecha. 
—¿Viaja usted frecuentemente con su cafetera? —continuó insistiendo la mujer. 
—Duele mi cabeza  —explicó el extranjero sin venir a cuento. 
Tal vez por eso, o porque se estaba acumulando demasiado personal en la cinta seis, que era en la que Andrés, ahora mi durmiente acompañante, y yo, estábamos esperando nuestro turno, se acercó la pareja de la Guardia Civil. 
—¿Algún problema, señorita? —preguntó el agente de la benemérita, a la empleada del control, sacando pecho. 
—Este señor viaja con una cafetera como mascota y es un poco raro. Dice que le duele la cabeza… —les explicó a los uniformados. 
Sin pensárselo dos veces, uno de los agentes se lanzó a revisar la cafetera mientras que el otro le solicitó al cafeinómano la documentación. 
—¿Señor William Smith? —preguntó el agente, con un fuerte acento andaluz.
—Yes, Willy, yes —exclamó el susodicho con pasaporte de la Gran Bretaña. 
—¿Le duele la cabeza? —le preguntó el agente, que lucía el clásico bigote del cuerpo armado.
—Yes, yes, cabeza duele. Very dolor…¡Joder! —exclamó el colorado viajero.
—¿Ha estado usted recientemente en China? —le volvió a preguntar el de la benemérita.
—Gustar mucho China. Rollito primavera, pollo agridulce, pato de Pekín —respondió el sospechoso de ser sospechoso.
—¿Tiene usted fiebre? Está usted sudando mucho…—le preguntó el guardia civil.
—Yo mucho enfermo —explicó el señor mientras observaba con atención como el otro agente se desentendía de su cafetera. 
Ni que decir tiene que toda la escena había congregado a multitud de curiosos, y encabronado a los pasajeros que llevaban prisa, con el consiguiente revuelo que esas situaciones tan rocambolescas generan en los aeropuertos. 
El guardia del bigote, agarrando su walkie talkie, exclamó enérgicamente: ¡activando protocolo “Corona” cinta 6, control terminal 1!. Repito: activando protocolo “Corona”.
A los dos minutos un equipo de sanitarios ataviados con uniformes más parecidos a los de un astronauta que a los de un enfermero, se hizo cargo de la situación. 
En un periquete, introdujeron a Willy en una especie de carrito de golf con la cabina hermética, como la de un moderno tractor, accionaron una sirena que ofrecía bonitos destellos de color azul metalizado, aportando a la sala el aspecto de una discoteca de los años setenta, y salieron a toda pastilla con destino incierto. 
Mientras se despejaba la zona, un tipo con pinta de gorila, y con la cabeza rapada, aprovechando el desconcierto generado por el colosal descubrimiento de un nuevo infectado por el coronavirus, se hizo con la cafetera y se escabulló entre la multitud con la sutileza de un ladrón de guante blanco. 
—¿Andrés, no te ha parecido todo esto como si fuera una escena de una película de serie B? —le pregunté a mi acompañante antes de que se durmiera como un angelito. 
—La verdad es que aún no doy crédito a lo que ha pasado —me respondió el famoso estilista internacional. 
—¿No te da la impresión de que todo esto ha sido un montaje para que ese tipo se hiciera con la cafetera? —le pregunté a Andrés. 
—Pues…ahora que lo dices… —respondió el peluquero. 
Como les decía, Andrés Pérez, el estilista internacional que viaja conmigo a Uzbekistán, duerme a mi lado mientras le termino el relato que me ha encargado. Duerme, por fortuna, sin roncar, y sin saber que siete filas más adelante viaja el rapado cuellicorto con la cafetera, envuelta en plástico, rumbo a Estambul. 
Cuando se despierte se lo contaré. Lo de esa cafetera y lo del tipo del coronavirus me huele todo a chamusquina.

sábado, 8 de febrero de 2020

Una década prodigiosa


Este blog es tan largo como el cuello de una jirata. Me pesa tanto como una condena de diez años y un día. Los que cumple este mes esta insufrible bitácora, en la que conviven, a la limón, la cordura y la locura en perfecta armonía. Lo mejor de esta inusual andadura han sido las personas que se han asomado por aquí y han dejado su huella en forma de comentarios, algunos de ellos, por cierto, de mucha más calidad que mis recurrentes y ocurrentes publicaciones. 
Mi madre murió, mi hija Yolanda creció, y mi pequeña Ana María nació en este blog. He creado personajes, fabulaciones, reflexiones, distorsiones, y tonterías a más no poder. He creado sin parar para ejercitar mi creatividad. Este blog ha sido, y lo sigue siendo, un reto personal. Un gimnasio mental. Un desahogo. Una válvula de escape. Un blog anti-Influencer y pro-Cultura. Un abrazo al desvalido. Un canto a la razón sin ninguna razón aparente. Un cuaderno de viaje que echa humo. Un querer y no poder, que, pese a todo, sigue queriendo.
Llego siempre fatigado, pero llego, porque vivo en un constante ir y venir. Voy sin conocimiento de causa pero voy con el corazón. Siempre aprendí por el camino y del camino. Me posiciono, asumiendo las consecuencias, en lugar de ponerme de perfil. Soy totalmente impermeable a las tendencias a las que observo con la mirada de un niño que ve trajinar a sus mayores con displicencia. No creo en el cortoplacismo. Mi camino es largo y lento. Me inspiro con demasiada frecuencia en las tortugas, a las que considero sabias.
En el ciberhuerto que es este blog planto árboles de palabras y de sueños enzarzado en la lucha por un mundo mejor.
Esa ha sido y es su razón de ser. Por eso aún no ha muerto. 
Disculpen mis contradicciones.