sábado, 30 de mayo de 2020

Las brevas


Mi fallido cumpleaños fue el pasado doce de marzo. Y digo fallido porque la pandemia se nos echó encima y nos aguó la fiesta. Hoy hubiera sido para mí un día grande y, sin embargo, no lo ha sido tanto. Siempre celebro la llegada de las primeras brevas como un día especial del año; como el que celebra el día San Roque comiéndose una mona. Pues yo me como media docena de brevas y me pongo fino. Mientras quedan, es lo primero que tomo cada mañana.
Las brevas me acercan a un verano al que siempre llego agonizante, casi a rastras, o como un boxeador noqueado pidiendo la campana; pero un verano, al fin y al cabo, que me aporta oxígeno y energías. 
Y sí, hoy me he comido las primeras brevas. Las ricas y jugosas brevas de Albatera. El kilo estaba a 4.80€ en el murciano Mercado de Verónicas. Deliciosas. Dulces como el almíbar. Qué quieren que les diga yo, si es la fruta que con más ansia espero durante todo el año. 
Lo peor, en la plaza todos con mascarilla. Todos mirando con desconfianza. Todos locos porque el verano se lleve al bicho por delante. 
¡Ay las brevas! Cuánto me gustan las brevas y qué poco duran. Menos mal que luego, para mi consuelo, vienen los higos. 
Aunque el famoso dicho dice: “De higos a brevas” yo creo que lo correcto sería al revés: “De brevas a higos”. 
Aunque tanto monta monta tanto Isabel como Fernando. 

miércoles, 27 de mayo de 2020

Calle muerta en fase dos


Si vinieran a contarlos lo comprobarían: setenta y cuatro pasos tiene la calle muerta en la que yo sobrevivía. A ella me escapaba por las noches, clandestinamente, después del telediario. A esa calle que no conduce a ningún sitio y que siempre, sin saber el motivo, tanto me había atraído. No sé si ella, o el pitido perpetuo de un autillo que por allí habita, y que  intermitentemente emite para confirmar que aún existe. Tal vez yo me adentraba también cada noche en la calle muerta para confirmar mi existencia. La cuarentena era un espacio temporal inhabitable. Como en una nube de ceniza, costaba respirar. Los muertos se sumaban cada jornada por centenares. ¿Cuántos han muerto hoy? —preguntábamos sistemáticamente, como en una conversación de ascensor.
El virus asesino acechaba detrás de la puerta. Y yo, al bajar la basura, me adentraba en ese callejón sin salida alumbrado por una luz ambarina, como de un velatorio de posguerra, o como de una morgue, en busca de un oxigeno balsámico con olor a pino. 
En el trance entre el paso uno y el paso setenta y cuatro me solía tropezar con una fauna de lo más variopinta: caracoles, babosas, escalopendras, ciempiés, mariposas nocturnas de sencilla factura, murciélagos revoloteando en círculo sobre las farolas en busca de todo tipo de insectos voladores, hasta un gato híbrido, mitad casero y mitad salvaje, que me miraba con sus ojos amarillentos mientras se adentraba, con un ratón en la boca, entre unos pinos condenados a muerte por el barrenillo. 
A cada paso, entre el uno y el setenta y cuatro, pensaba que el coronavirus estaba haciendo con nosotros lo mismo que el barrenillo de los pinos hace con los indefensos árboles. Enraizados, no pueden salir huyendo de su destino y esperan silentes la llegada de su diminuto pero mortal invasor que se los comerá por dentro. 
La naturaleza nos manda plagas continuamente. Las chumberas sucumbieron ante el arreón de la cochinilla. El Mar Menor muere mirándonos con cara de pena. Los ríos agonizan arrastrando la espuma de nuestras eficientes lavadoras. Los basureros revientan en espontáneas explosiones de desarrollismo. En los mares ya no hay otra cosa que pescar que nos sean plásticos a la deriva. Y las temperaturas suben, incontroladas. Y las hambrunas y las guerras se eternizan. Y los migrantes que mueren buscando un futuro, que no estamos dispuestos a concederles, ya ni tan siquiera son noticia. 
Entre el paso uno y el setenta y cuatro le he dado muchas vueltas a todo aquello de lo que nadie quiere acordarse. 

Subsisto. Respiro. Resisto. Aplaudo. Respeto. Lucho. Paso a paso. Así hasta setenta y cuatro.

sábado, 23 de mayo de 2020

Pandemio ha sido detenido


¡Últimas noticias! ¡Últimas noticias!


Científicos becarios de la Universidad de Ahiogua, provincia de Ojayo, que llevaban tres décadas sin cobrar la beca, han encontrado lo que, al parecer, pudiera ser el origen de la colosal pandemia que asola el planeta.
Todo hace indicar que en el interior de un viejo tubo de ensayo, que llevaba sin lavar varios meses por falta de presupuesto para detergente, los becarios han encontrado un virus agazapado debajo de un cultivo de hongos peniciliumsobaquensis.  
Al verse sorprendido, el virus ha levantado una microscópica bandera blanca y ha dicho:¡me rindo! Y los becarios, que de batallitas no sabían nada porque habían sido objetores de conciencia, le han aceptado la rendición y lo han entregado a las autoridades del condado.
El sheriff, tras tomar declaración al detenido, ha convocado una rueda de prensa para evitar que el presidente del gobierno, el señor Donald Trumpo, le quitase la primicia. 
-El virus se ha rendido sin oponer resistencia. Estaba agotado y acorralado por uno de los mejores equipos de científicos que ha dado este país en toda su larga historia. Es un pequeño paso para la ciencia, lo sabemos, pero una gran victoria para la humanidad -ha declarado el uniformado. 
-¿El virus ha pedido perdón? -preguntó un periodista de la CENEENE.
-Se ha acogido a su derecho a no declarar. ¡Más preguntas!
-¿Han tomado alguna fotografía al acusado?
-A la salida se les hará entrega de una a todo color. 
-¿Será juzgado por un tribunal ordinario o será sometido a un consejo de guerra?
-Eso último, o lo contrario. ¡Más preguntas!
-Se ha hablado mucho durante todo este tiempo de que el virus podría ser de origen chino. ¿Es de color amarillo? ¿Llevaba el pasaporte? ¿Come arroz tres delicias?
-Usted mismo lo verá en la fotografía. ¡Siguiente pregunta!
-¿El virus actuaba como un lobo solitario o contaba con apoyo del exterior?
-Comenzó solo pero la lió parda. Le dio por reproducirse por puro aburrimiento y ahora hay hijos suyos diseminados por todo el planeta. 
-¿Cómo Julio Iglesias?
-Siguiente pregunta.
-¿Es cierto que el presidente le ha comunicado su intención de inocularse él mismo el virus públicamente?
-No le daré esa oportunidad. Yo mismo lo haré en este momento delante de todos ustedes. 
Y ante la sorpresa mayúscula de los cientos de periodistas y curiosos que inundaban la sala, el sheriff ha agarrado una jeringuilla y se la ha clavado con destreza en el antebrazo.
-¡Hala, ya está! -ha dicho el sheriff más orgulloso del mundo ante los flashes de cientos de cámaras.
Y ha sido en ese preciso instante, cuando, entre la multitud, ha aparecido un señor con una máscara de Anonymous armado con un Ak-47 y ha disparado todo el contenido del cargador sobre el cuerpo del oficial y ha acabando con su vida.
El anónimo asesino ha conseguido escapar ante el descomunal desconcierto que se había generado en la sala de audiencias del Condado de Ahiogua. Unidades de policía y del ejército continúan rastreando la zona. 
Gobiernos, y desgobiernos, de medio mundo, están solicitando información al gobierno de los Estados Unidos de Supramérica para esclarecer tan extraño suceso.
Seguiremos informando. 

viernes, 22 de mayo de 2020

Brillo de cacerolas

                                      

Las cacerolas son unos cacharros multiusos presentes en las cocinas de casi todo el mundo y que, como se ha visto, a veces carga el diablo. Algunas están vacías, casi la mayor parte del tiempo, anhelando tener algo que ofrecer a sus propietarios. Otras, deprimidas, acumulan polvo sin ser usadas porque sus dueños van de restaurante en restaurante y ni saben qué hacer con ellas. En los últimos años, las cacerolas brillan en su desdicha acorraladas por el imparable envite de la Thermomix. La Thermomix se ha convertido en el Atila de las cacerolas. 
Las cacerolas, ya sometidas, como un ejército asimilado envuelto en banderas para otorgarle algo de credibilidad, han salido relucientes a las calles portadas por gentes que nunca antes se habían visto en la necesidad de salir a la calle a nada que no fuera a gastar, y mucho menos a darle porrazos a una triste cacerola en público de manera impúdica.
Eso sí, para no perder la elegancia y la categoría, algunos manifestantes han optado por sacar al personal del servicio con las cacerolas, y pese a ser bolivianos, o ecuatorianos, o filipinos, les han engalanado con una bandera patria, a modo de capa de Superman, y les han invitado a salir a dar la tabarra a la calle para exigir un nuevo gobierno que lo ponga todo en orden y, después, a poder ser, los eche del país. 
La revolución de las cacerolas representa un hito libertario sin precedentes. Por lo visto, en el siglo XXI las revoluciones vienen de la mano de los pudientes que quieren poder más y no pueden. Los señores y las señoras de bien, que exigen libertad con una bandera y una Biblia en las manos, nunca antes habían salido a la calle a exigir libertades ni nada que se le pareciera. De hecho, eso de reclamar libertades era algo propio de los que nada tenían, por lo que exigir derechos era para ellos algo ajeno, que les daba urticaria, y que ni se les pasaba por la cabeza.
Las libertades, y su democracia, les eran inherentes; era algo que ellos mismos concedían y proporcionaban en pequeñas dosis, como el cura a las hostias. La revolución de los Pocholos y los Borjamaris es una revolución a la inversa digna de estudio. Una revolución, para involucionar, ávida de desfiles militares y de esculturas ecuestres. Una revolución uniformada con chalecos acolchados y banderitas a manta. Una revolución con olor a Pachuli y a Barón Dandy. Una revolución con manos de parafina y pelos engominados. Una revolución, por fin, gracias a Dios, de categoría, y no de gente triste, hambrienta y mal vestida como las de antaño. Evidentemente, las revoluciones han cambiado mucho. Ahora tienen clase. Mucha más clase. 

sábado, 16 de mayo de 2020

Abanderados


Esta mañana he leído en un medio digital que una millonada de autores, y no tan autores, han escrito, o están escribiendo, el diario de su confinamiento. Y mi gozo en un pozo. Yo que me creía original y brillante, me he sentido una triste fotocopia emborronada y en blanco y negro. Yo que ilusionado esperaba el Cervantes, ahora tan solo aspiro a que, como todo el mundo, esto pase pronto y mis relatos coronavíricos acumulen el consabido polvo del olvido. 
Pero eso vendrá después, ahora, de momento, permanecen vigentes, plagados de historias, ansiedades, contagios, contradicciones, esperpentos y muertes. 
Ojiplático, veo como algunos tienen prisa por darle más trabajo a los de cuidados intensivos. En Murcia han clausurado un bar porque los clientes estaban en su terraza como piojos en costura. En un acaudalado barrio de Madrid la gente ha salido a la calle ondeando banderas para presionar al gobierno. O tal vez a modo de tinta de calamar. 
Las banderas…otra vez esos dichosos trapos atados a un palo. Las banderas también, qué curioso, frente a la pandemia. Las banderas, nuevamente, frente a la ciencia y frente a la razón. Trump y Balsonaro erigidos como gloriosos modelos del buen gobierno. Negacionismo populista castizo y abanderado, como los calzoncillos. “El hombre viste por dentro: “Abanderado”. Décadas de calzoncillos “Abanderado” han dado como fruto un sinfín de abanderados patrios que a golpe de banderazo, como los linieres, tienen respuestas y soluciones para todo. 
—¿Por qué ha levantado usted la bandera? —le preguntaron al linier, tras una polémica decisión.
—Había mucho lío en el área, y la levanté por instinto —respondió el de negro. 
—Pero usted no vio, en concreto, ninguna infracción — insistió el periodista. 
—Si le digo la verdad, no. Pero, entre unos y otros, tenían montado un pollo de mil demonios —reconoció el juez de línea.
Sacar la bandera siempre ayuda. Aporta autoridad y carga de razones al que la enarbola. 
Ya echábamos de menos a los de las banderas en este interminable confinamiento. Pues ¡hala! ya estamos todos.
Haciendo uso de la dialéctica belicista que últimamente se ha puesto tan de moda, les diré: “Cuando se agitan las banderas tiemblan las trincheras”.
Los partidos a ganar su partido y nosotros a seguir padeciendo a golpe de banderazos. A ellos qué más le da… Lo importante es que entremos al trapo.
El viejo spot televisivo de los calzoncillos “Abanderado” decía: “Especialistas en vestir al hombre por dentro” y una voz de panfila, en off, preguntaba: 
—¿Y para nosotras, qué?
—¡Bragas “Princesa”!
La de cosas que nos quedan por ver, y no precisamente en ropa interior. 

miércoles, 13 de mayo de 2020

Dos meses


Dos meses. Dos eternos y tortuosos meses. Días tan repletos de temores como de incertidumbres. Días de muertos e infectados. De guerras intestinas. De bulos maliciosos. De memes para para hartar de reír. De noticias para hincharte a llorar. Dos meses entre cuatro paredes. De bizcochos. De puzzles. De series que se quedan cortas. De niños incontinentes. De reuniones por Zoom. De redes sociales envenenadas. De compras por Internet. De duelos en solitario. De aplausos y caceroladas. De denuncias. De geles y mascarillas. De fusilamientos y de homenajes. De colas. De desconfianza. De añoranza. De nostalgia. De ganas de salir al mundo o meterte debajo de la cama a llorar. 

Dos meses para la historia. Posiblemente, la historia más negra jamás vivida y jamás contada de nuestra generación. Hoy se cumplen dos meses del estado de Alarma y amaneció lloviendo. Creo que el cielo llora: no es para menos.

domingo, 10 de mayo de 2020

Cultura confinada


No tiene lógica, pero estarán conmigo en que hay infinidad de cosas que no la tienen. Todo ha sucedido sin premeditación, como al azar, suponiendo que tal cosa exista. Esta mañana he bajado al sótano de mis frustraciones y he agarrado una de las muchas cajas que tengo sin clasificar. Uno siempre debería de guardar sus frustraciones clasificadas por orden alfabético. 
La caja en cuestión contenía una puñado de mis viejas esculturas. Esculturas abandonadas en la eterna confrontación entre el pequeño formato y el boceto con afán de monumentalidad. Abandonadas en la húmeda oscuridad dentro de una triste caja de zapatos. Al abrirla las he sentido lloricosas. Desesperadas de su injusto confinamiento, me han recriminado mi pasividad artística:
—¿Para eso nos creaste, Pepe? ¿Para encarcelarnos sin juicio previo en una caja de zapatos? ¿Para condenarnos al olvido y a la nada? Pues que sepas que no deberías de haberlo hecho. No deberías de habernos creado para esto. ¿Para qué demonios nos diste forma si nos niegas las miradas de la gente? Toda forma, toda belleza, necesita de unos ojos, de una mirada que la observe, que la admire, o que la repudie —me ha recriminado la más osada.
Ante tamaña reclamación, me he venido abajo. Acongojado, y sin capacidad de racionalizar lo sucedido, he sacado a la pequeña colección de su caja, las he colocado frente a mí, les he limpiado el polvo con una bayeta húmeda, las he perfumado con una esencia floral, y les he leído un relato de Cortázar para hacerles participes de la cultura de la que, sin saberlo, forman parte. 
Y ha sido entonces cuando las he visto tranquilas, sosegadas, aceptando lo que son y lo que les espera. A cada una de ellas, las he envuelto minuciosamente en papel cebolla y las he acomodado en su olvido. 
Aunque nadie los vea, hasta los olvidos ocupan un lugar. Tan solo difieren en la forma y en los motivos.

viernes, 8 de mayo de 2020

Encuentros en la tercera fase


Apenas si alcanzamos la primera fase, y ya soñamos con los encuentros en la tercera. O mejor en la cuarta. ¿Quién lo diría?: la vida por fases. Antes, antes de todo esto me refiero, la vida era a mogollón, vertical, de prisa y corriendo, aquí te pillo y aquí te mato, de aquí para acullá en un santiamén, el libre albedrío, Sodoma y Gomorra, a tutiplén, todo era posible a la voz de ¡Ya!. O al menos eso pensábamos. Bueno, pues ahora, no. Ahora vamos de a poquito. Por fases. O como dicen en Italia: “Chi va piano, va sano; chi va sano, va lontano”.
¿No sería qué, según el conocido refrán, y dicen que todos los refranes son sabios, íbamos un poco a ciegas y demasiado deprisa?
Mi amigo, el sabio que lo dejó todo para irse a vivir dentro de una tinaja, dice que: ¡Equilicua!, coño, lo que yo os decía. ¡Qué no podía ser! ¡Qué así no! Eso decía, y nos partíamos de la risa. Lo veíamos y lo escuchábamos como el loco anacoreta que quería ser, y que ahora es. 
He leído por ahí que la gente mira de nuevo a las zonas rurales para, después de la desescalada, volver a la vida a otro ritmo, bajo otros planteamientos, y con la mirada puesta en otras metas. 
Por el contrario, los hay que no. Qué están deseando pasar a la segunda fase, a la tercera, a la cuarta y pisar el acelerador a tabla y ¡Ras! Regresar al alocado sueño americano a todo dar. 
Nadie sabe lo que nos depara el futuro. Hay quién analiza la pandemia como algo aislado, otros que hablan de cierta temporalidad, otros que hablan de una guerra biológica encubierta. Otros muchos son los que la relacionan con el agotamiento del planeta: la tierra, “Gaia” según Lovelock, está acelerando su enfermedad por el cambio climático y más pandemias, y otros desastres naturales, nos acechan. 
Sea como fuere, me temo que poco o nada va a cambiar. O al menos eso es lo que opina mi amigo el de la tinaja, que siempre me hablaba de manera obsesiva de James Lovelock y su hipótesis “Gaia”.
¡Ojalá y se equivoque!



jueves, 7 de mayo de 2020

Mesa redonda


La de cosas que se han quedado en nada. Mi agenda es un erial de involuntarios incumplimientos. Cosas que no se han hecho y que tal vez ya nunca se hagan. Viajes, reuniones, visitas, prospecciones, presentaciones, formaciones… 
Hoy mismo, por poner un ejemplo, estaba invitado a una mesa redonda sobre comercio internacional en la Universidad de Murcia. A  sus alumnos, les hubiera hecho partícipes, a partes iguales, de mis excedentes de ilusión y de mi humilde pero dilatada experiencia. Les hubiera intentando hacer fácil lo que para otros puede resultar muy complicado. Siempre reconozco que soy un simple camarero venido a más, y al que nadie enseñó a vender, pero no sé si la gente me cree. Cada vez que tengo ocasión me gusta hablar de la facilidad con la que se pueden abordar las cosas más complejas. Mi máxima es bien sencilla: lo mucho comienza por lo poco. Así que poco a poco. Las prisas no son buenas.
Pero a lo que iba, si es que iba para algún sitio. Mi agenda es un cementerio de elefantes. Me comparo con esos agricultores que contemplan impotentes como se les pudre la cosecha sin poder hacer nada para evitarlo. 
Confieso que anhelo volver a mi alocada rutina, a mis viajes, a mis formaciones, a mi lucha. En mi casa parezco un viejo león enjaulado.  
Puertas a fuera, todo transcurre a una lentitud vertiginosa. Todo está cambiando y no somos aún capaces de encontrarle la forma. Dicen, los que saben de lo que hay que saber, que el mundo será otro y que nosotros habremos cambiado. 
La verdad es que no sé ni qué decir ni qué pensar ante semejante aseveración. Tan solo les digo que quiero que todo esto pase y no recordarlo jamás. 

No será fácil, lo sé. ¿Pero acaso hay algo que lo sea?

miércoles, 6 de mayo de 2020

Desescalada


Tras más de cincuenta días de confinamiento, curva para arriba y curva para abajo, las emociones se suceden en cascada. La paciencia se agota. He decidido aislarme, en la medida de lo posible, del ruido mediático y político que se está generando alrededor de está dramática situación. Lo de siempre: los unos contra los otros y los otros contra los unos. Sigo trabajando al treinta por ciento más intenso que se haya conocido nunca. 
Entre tanto, me visita con frecuencia la ansiedad. Siento a los muertos como algo ajeno, como una cifra que mide la desolación que genera un enemigo invisible que se ha erigido como el protagonista absoluto de nuestra existencia. 
Debo reconocer que, en varias ocasiones, he utilizado el humor balsámico de Tricicle como terapia familiar. Soy un afortunado que cuestiona a cada minuto su fortuna. Vivo en una montaña tan plagada de vida como de incertidumbres. El futuro, como en tantas ocasiones, vuelve a ser un señor desconocido con cara de pocos amigos. 
Juego a la pelota con mi hija, pero ya no hago ni bizcochos, ni puzzles. Me cuesta mucho escribir. Leo a trompicones con escasa capacidad para seguir el hilo. 
A veces no me reconozco en esta inesperada reclusión. Mi día a día, como el de un feriante, se ha quedado enclaustrado entre las zigzagueantes vías de una oxidada montaña rusa. 
Mi vida fluye y transcurre a través de la pantalla de un móvil. Es el arma con la que me defiendo y con la que me muero.

sábado, 2 de mayo de 2020

Mens sana in corpore sano


El confinamiento avanza mientras suben las temperaturas. Treinta y dos grados. Esta mañana se me ha quemado la calva cuando he salido a hacer deporte. Hasta mi vecino, que en su vida ha hecho deporte, ha salido con un chandal de la Guerra Fría que, para llevarle la contraria, hoy estaba bien caliente. Eusebio lucía su chandal, una gorra de beisbol, su panza cervecera, y su cigarro al más puro estilo americano. Sin embargo, a la vuelta de la esquina ya resoplaba como un tren de mercancías de fabricación nacional. 
—Es que hace mucho calor, joder… —me ha dicho al ver mi cara de perplejidad. 
—Ya lo creo. Hoy no hace día para iniciarse en el deporte, Eusebio. Yo te veo mejor para la halterofilia que para el running —le dije.
—Algún día tenía que empezar. El médico lleva cinco años insistiéndome con eso y con lo del tabaco. Así qué, aquí estoy. Lo de levantar peso, lo dejo para los vascos —me confesó. 
—La salud está al alcance de cualquiera. La fórmula es bien sencilla, vecino: comida saludable y equilibrada, una hora de ejercicio al día, y el tabaco y el alcohol a tomar por saco —le aconsejé. 
—Claro, eso lo sabemos todos pero a ver quién es el guapo que lo hace —se lamentó.
—No es tan difícil, solo es cuestión de voluntad —le aseguré. 
—Pues tú, bonito, también te has echado unos cuántos kilos encima con la cuarentena… y no es por criticar. Cada uno sabemos nuestras martingalas, pero parece que te esté bajando un poco la voluntad—me comentó con cierto recochineo.
—Es cierto. Me he consolado con demasiada frecuencia abriendo la puerta del frigorífico —le confesé.
—No te preocupes, de ahí hasta que peses lo que yo peso aún tienes que pasar tres o cuatro confinamientos —me dijo sonriendo. 
—¿Y tu mujer, está bien? No la veo mucho… —le pregunté, más bien por cortesía que por otra cosa. 
—¿Ella? ¡De maravilla! No para de trabajar desde la salita de estar. Trabaja más ahora que cuando iba a diario a su oficina. Y lo hace con todo el gusto del mundo. Se siente útil y eso le reconforta —me explicó. 
—Pues si lo tiene que hacer y lo hace con gusto, miel sobre hojuelas.
—¿Y tú, Pepe, sigues escribiendo a diario? —me preguntó.
—Lo intento, es mi terapia, ya lo sabes bien. 
—¡Bendita terapia! Ojalá pudiera yo escribir algo, pero es que es ponerme delante de una hoja en blanco y no sé ni por dónde empezar, así que nunca empiezo.
—Deberías de perder ese miedo, te lo he dicho muchas veces. El camino se empieza andando. 
—Pues a eso iba, a andar, pero es que no paras de hablar…
—Apaga el cigarro, hombre. ¡Déjate ya el tabaco, Eusebio! —le rogué.
—Me voy, joder, que se acaba el horario del deporte y aún no he hecho nada…
—Ale, pues a darle duro a ese cuerpo.
—Te juro, Pepe, por la gloria de mi madre, que me pongo en forma antes de que llegue el verano. ¡Mens sana in corpore sano!
—¡Ea! ¡Y yo que lo vea!
Y se fue resoplando como una locomotora.


viernes, 1 de mayo de 2020

Incumplimientos



Siempre fui muy cumplidor lo mismo que siempre me han quemado la sangre los que incumplen. En consecuencia, desde que se decretó el confinamiento, he intentado cumplir a rajatabla con las instrucciones que se nos han ido dictando desde el gobierno, pero he de confesar que conforme se han ido aumentando y cambiando estas disposiciones he constatado que no tengo la suficiente capacidad mental como para adaptarme plenamente a su debido cumplimiento. Y esto me pone en riesgo permanente frente al virus, y frente a las autoridades. Soy un mar de dudas. Vivo en un sinvivir.
Para que entiendan mi elevado nivel de cumplimento, cuando me desplazo al trabajo llevo el salvoconducto, mascarilla, guantes, gel hidroalcohólico, solución desinfectante en spray, un Epi, y una vieja revista Interviú, debajo del asiento, con el desnudo integral de Marujita Díaz. También una rueda de repuesto, un triángulo de emergencias, un chaleco refractario, un juego de lámparas, dos bujías, un gato hidráulico, un cabrestante, el cargador del móvil, una linterna, una pistola de lanzar bengalas, una caja de bengalas de señalización náutica, una lata de sardinas con tomate, un plátano maduro, un paquete de frutos secos surtidos y una cantimplora, hasta ahí bien. 
Evidentemente, también salgo a comprar, a la farmacia, a pasear a mi hija, al perro, a hacer deporte, y entre tanto lío, no me acuerdo de regresar a casa y, lo qué es peor, no sé si estoy cometiendo algún delito por el que me puedan crujir seiscientos pavos, o quién sabe si más. 
Desconfió plenamente de mi capacidad para desconfinarme así que mejor me quedaré en casa in secula seculorum. 
Me temo que seguiré engordando como un lechón.