¿Alguna vez, de jovencitos, jugasteis al beso, atrevimiento, o verdad? Tan sólo el hecho de recordarlo me adentra en un halo de nostalgia. En aquellos años de transición democrática, en los que pasamos de una dictadura militar golpista a un estado nuevo hecho a la carrera y auspiciado por los mismos que lo habían ultrajado, mi infancia transitaba hacia la adolescencia. Años de convulsa inocencia.
Mientras yo intentaba dar ese primer beso a Elena, para acercarme un poco más hacia mi anhelada madurez, ETA ponía bombas lapa, mataba con tiros en la nuca, o hacía estallar supermercados. Frente a la inocencia de ese primer beso soñado, los asesinos, por su afán por imponer nuevas banderas y nuevas fronteras, asesinaron, extorsionaron y estigmatizaron a todo un pueblo durante décadas.
Ese primer beso de Elena no me hizo mayor de golpe, pero sí me acercó a un nivel de éxtasis cercano a la levitación. Ese primer beso fue el preludio de muchos más. De Elena y de otras Elenas. Elenicé mi vida normalizando el progreso con olor a pólvora y con el sabor amargo del odio. Fueron años de plomo que nunca deberían volver.
Estos días, en los que uno sigue aspirando a ser besado, que precisa tanto de afectos y de paz, otros nacionalistas exacerbados se empeñan en sumar fronteras a una Europa que lleva años sumando realidades para enfrentarse al mundo con personalidad propia. Un mundo controlado por bloques enormes, con intereses contrapuestos, en los que los pequeños son tan sólo una china en el zapato. Pequeños que, a la mínima de cambio, son atropellados por los grandes sin contemplaciones. Casos recientes, y no tan recientes, tenemos en todos los continentes.
España no ha sido ni probablemente será la panacea de un modelo de cohesión social. En España conviven muchas Españas, muchas sensibilidades y realidades distintas que los partidos políticos maliciosamente han confrontado y utilizado a su antojo por intereses electoralistas y en no pocas ocasiones espurios. Esa España, nuevamente herida, necesita de mejoras y adaptaciones constitucionales pero, ante todo, necesita seguir siendo España.
Cataluña, País Vasco, Navarra, Galicia, Aragón, Castilla León, Castilla La Mancha, La Rioja, Extremadura, Andalucía, Valencia, Madrid, Asturias, Cantabria, Baleares, Canarias, las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, tanto como mi pequeña Murcia, suman una serie de realidades históricas de innegable valor que han conformado desde hace más de quinientos años una entidad que ha sabido aceptar tanto la victoria como la derrota, que ha llegado a lo máximo para caer a lo mínimo, que ha vivido guerras fratricidas, que ha superado crisis de toda índole, y ha llegado hasta el día de hoy a las puertas de superar, con el esfuerzo de todos, la peor crisis económica de los últimos tiempos.
Aún queda mucho por mejorar en España, muchos cambios por hacer, mucho por arreglar y muchas heridas por curar.
Como en ese juego que recordaba de mi infancia, tengo el ATREVIMIENTO de reconocerlo: España se tiene que formatear para reiniciarse en un nuevo escenario de convivencia. España necesita quererse, sumar afectos, estrechar lazos y no generar más conflictos territoriales partidistas con fines estrictamente políticos. España, amigas y amigos, pide BESO, pero ante todo pide VERDAD, ya nos hemos sentido engañados demasiadas veces.