jueves, 30 de diciembre de 2021

Los sublevados

Distinguidos señores: Les hemos traído aquí, contra su voluntad, ante los agrios comentarios que se están vertiendo contra nuestro movimiento y, más concretamente, contra mi persona. A ustedes que, curiosamente, nunca antes se han dignado a hablar conmigo, pero tanto y tan mal hablan sobre mí, voy a tener que demostrarles mi denodada elocuencia, mi sobrada educación, y, ya de paso, hablarles un poco sobre su futuro. No voy de falsete como alguno de ustedes. Que mi universidad haya sido la calle, y el pueblo al que ustedes dicen representar, y que tanto pisan y roban, no me hace menos brillante que aquellos a los que su papaíto les compró un título en una universidad de sus amiguetes, al mismo tiempo que les regalaban un carguito oficial y un futuro de color de rosa. "Poderoso caballero es Don Dinero", que escribiera el gran Quevedo y cantara Ibánez. He galopado a contracorriente para llegar hasta donde otros no llegan, pero, como pueden ver, aquí estoy. No soy de los de arriba porque vengo de los de abajo y eso es lo que a ustedes les incomoda. Soy un intruso incómodo y descarado que dice todo aquello que se supone que no hay que decir. Mi madre fregaba los suelos que las suyas escupían, tal vez por eso ustedes se creen con el derecho de escupirme, y de escupir sobre lo que escribo y lo que propongo a este pueblo hambriento para sacarlo de sus penurias. Sepan que mi tinta es indeleble porque está hecha con la sangre de mi pueblo, que no es el suyo, porque aunque ustedes vivan aquí, viven en un mundo diferente, abstraídos de la realidad, y que se nutre y subsiste sobre el sacrificio y el dolor de los que realmente lo habitan y lo trabajan. Por eso escribimos sobre las paredes: ¡Fuera parásitos!. Ustedes son parásitos de traje y corbata, perfume francés, de buenos vino y carnes magras, y nosotros somos los apestados que estamos hartos de echar peste, de pasar frío, y de morir en la más absoluta miseria. Saben que les digo: Nosotros somos más que ustedes y no tenemos miedo porque no tenemos nada que perder: ¡ya nos lo han robado todo!. Aunque no me crean, nosotros también somos ricos porque, a diferencia de ustedes, tenemos tres Dioses: la tierra, el agua, y el sol. Nuestra santísima trinidad. -Ya podeís soltarlos- ordenó el sublevado. Marchaos y contárselo a los de vuestro mundo, y como sois mucho de rezar, id rezando, pero os aseguro que no habrá Dios ni santo que os libre de vuestro destino. Corred, corred, parásitos -gritó el lider de los sublevados soltando una sonora carcajada -vuestros días están contados.

miércoles, 22 de diciembre de 2021

La puta próstata

Yo estaba allí pero ahora que lo pienso lo tenía que haber evitado, pero ya es tarde. Era temprano y hacía un frio que se metía en los huesos. Yo iba hacia el trabajo. como cada mañana cada vez que voy al trabajo. La hierba del suelo estaba escarchada y resbaladiza. De hecho caí. Caí por aquel terraplén al ir a mear. ¡La puta próstata! -me dije, mientras caía por aquella ladera que me precipitó al rio. El agua del río estaba congelada y olía a perros muertos. O me muero congelado, o de una gripe, o muero envenenado -pensé. Pero como bicho malo nunca muere, tras nadar arrastrado por la corriente, pude acercarme hasta una orilla, en el mismo lado sobre el que me había precipitado con mi cremallera abierta y el pájaro en la puerta, y pude salir. Me guardé mi miembro viríl que había encogído hasta su mínima expresión, o sea hasta quedarse sin expresión y sin virilidad, y empapado y lleno de barro, y gracias a un camino de cabras, pude volver a la carretera. Imagino la cara de los conductores al verme andar por aquel arcén como un zombie. Algunos me pitaban y yo les mostraba mi dedo anular en señal de protesta. Por suerte llegué hasta mi coche. Y por más suerte aún las llaves seguían puestas y el motor encendido. Me dió exactamente igual llenar de mierda toda la tapicería, lo mismo que también me dio exactamente igual la bronca que me echó mi mujer cuando me vió regresar a casa justo en el mismo momento en el que ella salía bien emperifollada para ir a su trabajo. Lo peor fue cuando tuve que explicarle a mi jefe todo lo que me había sucedido. -Sí, sí, campeón -me dijo- mañana levántate un poquito más temprano y no me cuentes más milongas. Y todo por la puta próstata...¡Qué malo es llegar a viejo!

lunes, 20 de diciembre de 2021

Chef Falsarius

Pienso, a menudo me da por pensar, en todo lo que he hecho y conseguido este año y en todo lo que podía haber hecho, o al menos intentado, y he dejado arrinconado en el cajón de los buenos deseos. En lo físico voy a peor. Y en lo demás creo que también. De lo único que me siento orgulloso es de mi novela, aunque cuanta más gente la lee más defectos y errores me aparecen. Así que he llegado a la conclusión de que incluso en aquello de lo que nos vanagloríamos hay un espacio infinito de mejora. No me arrepiento de mis errores, ya están hechos y a lo hecho pecho, pero sí que tengo claro que he de seguir esforzándome y aprendiendo, y, si pudiera ser, dándole un poquito más de cocción a mis pucheros. Siempre dije que soy un chef falsarius y que las apariencias engañan. Me equivoco más que nadie, ustedes sabrán perdonarme.

lunes, 13 de diciembre de 2021

¡Qué bonito!

Ayer le estuve dando un poco de lustre a mi nueva novela. Avanzando, retocando, embelleciendo, replanteando. Tener una novela en ciernes es tener una ventana abierta a un mundo en el que todo puede suceder. Lo importante es avanzar dando coherencia al relato, generando situaciones entretenidas, atractivas, sorprendentes y emotivas que inciten a la lectura. Escribo poniendome en la piel del lector. Escribiendo como me gustaría leer. Busco la verticalidad hacia la meta que pretendo alcanzar como el buen extremo derecha que fui. Planto inquietudes y reflexiones como el viejo ecologista que soy. Sorprendo con la destreza del camarero que llevo dentro, que gusta de robarte una sonrisa cuando te sirve un café. Escribo con todas mis caras y con todas mis pieles. Escribo para ensanchar y embellecer mi mundo. Ayer pensé en la última página de mi nueva novela. Creo que pondré algo así: "Gracias por haber leído esta sencilla novela, ahora, si me lo permites te pediría un pequeño favor: abraza la novela contra tu pecho como si me abrazaras a mí. ¡Qué bonito!"

jueves, 2 de diciembre de 2021

Esperando a la muerte

Hoy he visto nuevamente a esa anciana sentada en la puerta de su vieja casa. La veo a menudo, siempre sentada en el mismo portal, apoyando su cabeza en el quicio de la puerta, esperando pacientemente la llegada de los rayos de sol. En su abandono, solitaria, observa a los coches pasar, como esperando a alguien que nunca llega, tal vez ese alguien que se marchó y le prometió regresar pero que nunca lo hizo. Siempre que paso en mi coche por esa carretera ella gira su cabeza como queriendo reconocerme. Tal vez me confunda con alguien, o simplemente sea un gesto mécanico que su cuerpo acciona sin control ante el rugido de un motor. Hoy, como otras tantas veces, lucía una bata de guatiné de color negro, que contrastaba enormemente con una bufanda, un gorro, y unas calcetas de lana rojiblancas, como si perteneciesen a una vieja indumentaria del Atlético de Bilbao. Y allí bajo el marco, como homenajeando al gran Iribar, la señora espera. Espera sin prisas. Espera luciendo sus colores al sol cuando hace sol, y a las nubes cuando sale nublado. Y hoy me dió por frenar y paré. No debí hacerlo pero lo hice. Tantas cosas hago que no debo hacer, total que una más... -Buenos días, señora. -Hola joven, ¿por quién pregunta? -No, no busco a nadie, tan solo quería preguntarle si vive usted sola. -Solica. Mis hijos viven fuera y yo no quiero salir de aquí. Esta es mi casa y no saldré de aquí a no ser que sea con los pies por delante. Mi casa está vieja, con goteras, con las paredes llenas de humedades, pero es mía; la levantamos mi marido, que en paz descanse, y yo con nuestras propias manos. -¿Y no le da a usted miedo estar sola? -Pero qué miedo voy a tener yo si salgo todos los días a la puerta a esperar a la muerte. Me quedé sin palabras.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Éxito

Hoy acaricio el éxito. Percibo y disfruto su presencia con todos mis sentidos. Mi alegría se desborda y siento la necesidad de embridarla, de echarle el freno, para que no se convierta en arrogancia ni en imprudencia. El éxito desmedido ofende. Unos ganan y otros pierden, y hoy me ha tocado ganar. Mientras lo disfruto pienso en el camino recorrido, en el esfuerzo desplegado por todo mi equipo, en los errores cometidos, en el tiempo bien invertido y en el tiempo desaprovechado, en todas y cada una de las pequeñas decisiones que me han conducido hasta aquí. Siento la obligación de teorizar sobre mi éxito, de entenderlo, de valorarlo, de contextualizarlo, y, sobre todo, de relativizarlo para poder explicarlo y compartirlo. Siempre he creído que lo díficil no es alcanzar el éxito, lo difícil es saber convivir con él. Gestionar el éxito es tan complicado como gestionar la derrota, pero, a diferencia de esta última, el éxito es un bonito lugar para quedarse. Sin duda, merece la pena intentarlo. A lo largo de los años, he encontrado un común denominador entre personas que lo han alcanzado: tenían muchas ganas de lograrlo. Por encima de todo, para tener éxito hay que querer.