miércoles, 11 de septiembre de 2024

Derrotas

No fui el estudiante que pude ser. No fui el futbolista que tanto soñé. No he llegado a ser como Félix Rodríguez de La Fuente, ni como Jacques Cousteau. Ni, tras cuatro intentos, aprobar las oposiciones a guardabosques. Deserté de mi propio negocio de hostelería cuando mi futuro ya estaba escrito. Abandoné mi trayectoria como ecologista y renuncié a meterme en política. Me dejarón en la estacada los que me usaron en el proyecto de acuario municipal. Me fallaron unos compañeros que me metieron en una empresa de mantenimiento de núcleos zoológicos ilógicos, y les doy las gracias por ello. Le fallé a mi madre cuando más lo necesitaba. Mi padre traspasó nuestro bar harto de esperarme. No he llegado a nada como pintor, ni como escultor, ni como escritor, ni como nada. Vendo champú para llegar a fin de mes, por los pelos. Me preocupo, y me desvivo, intentando que mi equipo piense como yo y que nuestros clientes crezcan hasta donde ellos quieran. Llevo 29 años entregado a una causa ajena, que he hecho propia, mientras intento recomponer los restos del naufragio de mis derrotas. Soy, lo quiera o no, el resultado de innumerables e inconfesables derrotas.

martes, 10 de septiembre de 2024

Mitologías imperfectas

La historia tiene muchas lagunas y muchas mentiras. Lo sé porque me lo dijo un historiador, sin estudios oficiales, pero historiador, según él. Un historiador-investigador de sus propias historias y teorias acusado por la oficialidad de ser un impostor y un embustero. Sin embargo, yo le creo. Él me hizo reflexionar de una manera muy contundente: -Pepe, si los sucesos del presente, dependiendo de quién los cuente, son de una manera o de otra, ¿qué no harán cuando nos cuentan el pasado? ¡Todo es un invento, Pepe! ¿Sabes la de veces que se ha reescrito la historia? Ganan unos, y la cambian. Ganas otros, y la cambian. Pues imagínate eso durante siglos y siglos. Y ahí fue cuando bajé la guardia y me contó su teoría sobre la mitología tartésico-murciana. Murcia fue la cuna de los tartesos, y no Andalucía Occidental -me explicó. Las minas de plata de Cartagena y Mazarrón fueron determinantes para que un pueblo como el Tarteso, tan amante de la plata, se asentara aquí. Eso y la belleza de sus mujeres. Y de la riqueza de sus aguas, de la abundante caza de sus montes y por disfrutar de un clima extraordinario. El rey que dominó Tartesos, mil años antes de Cristo, se llamaba Argantoufo, y su bandera de color blanco estaba engalanada con una figura mitologíca a la que llamaban "Equilion" mezcla bestial entre un león y un unicornio. En el castillo del rey vivía el único ejemplar vivo de la especie, que, según parece, tenía una inteligencia desmedida, y la capacidad de hablar como una persona. El problema vino cuando un terrorista enviado por los griegos, introduciéndose por la noche en el palacio, mató al "Equilion" y le arrancó el cuerno. Después de aquella deshonra el rey Argantoufo cayó en desgracia y, al poco tiempo, murió afectado por las fiebres tifuideas. La sabiduría del "Equilion", con toda probabilidad, habría hecho prosperar al pueblo Tarteso, y su muerte, y la del propio rey Argantoufo, marcaron el declinar de todo un pueblo. Yo no supe qué decir. No conozco la historia. Solo asentí con la cabeza y nos tomamos otras dos cervezas. En aquel chiringuito de Bolnuevo hacia más calor que en el mismísimo infierno.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Herencia inesperada

Recién llegado a Murcia, y para despejarme un poco después de una ardua mudanza, bajé a un jardín próximo a la casa que acababa de alquilar, en el murciano barrio de El Carmen. En el jardín del Conde de Floridablanca predominaban unos ficus centenarios que ofrecían unas sombras maravillosas para disfrutar de una de mis grandes aficiones: la lectura. Aquel día, pese a ser septiembre, la temperatura no era muy alta y el jardin se encontraba tranquilo, tal vez por el hecho de que los niños acababan de reanudar las clases tras las vacaciones estivales. El personal de mantenimiento cuidaba con mimo de la jardinería y de la limpieza. Unas madres extranjeras columpiaban a unos niños que iban desde el rubio platino hasta el cabello más negro y rizado. Recuerdo que leía a Murakami, pero no me sentía capaz de centrarme en sus fantasías, cuando de pronto ví a un anciano acercarse al arenero de los niños con una tortuga en las manos. Me quedé perplejo ante lo inusual de lo que estaba observando. El anciano depositó la tortuga en el arenero y se sentó a contemplar la evolución de la tortuga como haría cualquier propietario de un perro en un pipican. La tortuga de tierra deambulaba de un lado a otro, olisqueando todo aquello que se encontraba en su camino. Sin pensarlo dos veces, me levanté y fui al encuentro de aquel anciano tan peculíar. -Buenos días, buen hombre -le dije- que tortuga tan bonita tiene usted. -Sí, aunque ya está tan vieja como yo -me respondió. -¿Cúantos años tiene la tortuga? -le pregunté por curiosidad. -Exactamente los mismos que yo: ochenta y cinco -me dijo. -¿En serio? -Y tan en serio. Me la regaló mi abuelo, el día que cumplí cinco años, y me dijo que la tortuga tenía los mismos años que yo, asi que Tomasa y yo somos de la misma quinta -me explicó sonriente. -¿La baja usted siempre al jardín? -proseguí con mi improvisado interrogatorio. -No, hace unas semanas que la bajo para ver si hacemos amigos. -¿Y tiene usted más animales? -¡Qué va! Tomasa y yo vivimos solos desde que murió mi esposa, que Dios la tenga en su gloria, y como no tuvimos hijos, pues estamos los dos solitos en amor y compañia... -Pero una tortuga no debe ofrecer mucha compañía. No parecen animales que interactuen con sus dueños, como puede ser el caso de los perros o los gatos -le dije. Es cierto -me respondió- Tomasa no interactua demasiado conmigo pero hace que me sienta útil, sabe usted... Después de aquel encuentro, hice amistad con Mariano, que así se llamaba el señor. A veces paseabamos juntos. En otras quedabamos a tomar un café en la confitería Roses. Le encantaba hablarme de su esposa, y de los viajes que hicieron juntos, y de la frustración que sientieron, durante toda su vida, por el hecho de no haber sido padres. Cierto día, viendo mi gran afición por la lectura, me invitó a su casa, que estaba muy próxima a la mía, para regalarme, según él, todos los libros que quisiera. -Tengo la vista muy mal, y ya si apenas leo, seguro que a tí te vendrán muy bien. Puedes llevarte los que quieras, cuando me muera seguro que alguién los tirará a la basura... -¿Por qué dice usted eso, Mariano? -le pregunté, apesadumbrado. -Me voy a morir muy pronto. Hace semanas que lo sé. Por eso te quiero pedir un gran favor, antes de marcharme al encuentro de mi Teresa. Ella me esta esperando impaciente, con los brazos abiertos... -¡Claro! Si está en mi mano, eso está hecho. Pero no creo que se vaya usted a morir tan pronto, aún le queda mucha vida por delante... -¿Te podrías hacer cargo de Tomasa? -me propuso, de sopetón, mirándome fijamente a los ojos. -No pude negarme, y Tomasa se vino conmigo. Al día siguiente, la noticia corrió por el barrio como la polvora; habían encontrado muerto a un vecino en un banco del jardín de Floridablanca. Al preguntar en la confitería, el camarero me lo confirmo. -Siento decirte que el fallecido era tu amigo Mariano. Parece que no ha sufrido, dicen que estaba como dormido y con una sonrisa en la boca. Me quedé sin palabras. Con lágrimas en los ojos, y como si me hubieran dado una paliza, llegué hasta mi casa. Allí estaba Tomasa, en la terraza, tomando el sol. La levanté hasta la altura de mis ojos, y ella abrió su boca en un gesto que no supe muy bien como interpretar, pero que me pareció un saludo. Después, fui hacia el estante en el que había colocado los libros que me regaló Mariano, y al azar abrí uno; era "Congreso en Estocolmo" de José Luis Sampedro. Ensimismado, me senté en el sofá y decidía ojear el libro. Y allí, entre sus hojas, me encontré con una foto. Mariano y Teresa posaban felices frente a unos típicos edificios daneses de fachadas de colores. Al voltear la foto, leí esta dedicatoria: "Al hijo que siempre quisimos tener y que nunca tuvimos" ¡Te queremos! Han pasado algunos años y siento que Tomasa esta menos activa. Cuando se mueve sus movimentos son más lentos y a pensas si tiene ganas de comer. Dure lo que dure, Tomasa siempre estará conmigo. Soy un hombre de palabra.

martes, 3 de septiembre de 2024

El lujo de estar vivo

Callejear, caminar, observar, recordar, sentir, comprender, respetar, coincidir, saludar, conversar, y celebrar que estamos vivos.

viernes, 30 de agosto de 2024

Granadas

Soy dueño y señor de un granado. Yo lo mimo y él, agradecido, cada septiembre, me devuelve ese cariño en forma de fruta. Mi árbol y yo estamos ansiosos; lo sentimos cuando me acerco y acaricio sus granadas, que ya lucen un tono rojizo, para avisarme de que se acerca el momento cumbre de nuestra relación. Siempre hay una espera y una esperanza. Todo tiene un ritmo, un tiempo, una maduración, y no entienden de inmediatez. Mis granadas y yo estamos sincronizados. Valoramos adecuadamente el tiempo y los tiempos. Nos brindamos paciencia y cariño. Las prisas nunca fueron buenas. Así, entre ustedes y yo, la inmediatez es una trampa mortal.

jueves, 1 de agosto de 2024

Agosto a gusto

Hoy comienzo agosto bien a gusto. El trabajo me ha aportado alegrías, tengo salud, y estoy de vacaciones. Es, por tanto, tiempo de bermudas, de saldalias, de protector solar, de repelente de mosquitos, de gorras, de sudar la gota gorda, de bañarse hasta que se arruguen las manos, de comer y beber sin mesura, de hacer polvo las tarjetas de crédito, de siestas de baba, de ver las olimpiadas, de leer dos o tres buenos libros, de caminar sin prisas, de escuchar el jaleo de los abejarucos entre el estridular intermitente e impenitente de las cigarras. Este agosto, que hoy comienza, espero estar bien a gusto. Prometo intentarlo.

martes, 30 de julio de 2024

A mis lectores que ya no están

Quiero, con permiso de la audiencia, rendir un homenaje a todos aquellos lectores que en algún momento pasaron por este blog y me leyeron. Pensándolo bien, parece un milagro. Con la de millones y millones de cosas interesantes que hay en la vida para hacer, y la de maravillas inmensas que hay para leer, y hay personas, por esos mundos lejanos, y otros más cercanos, que se han dignado a regalarme unas lecturas. Yo soy un escritor de falsete, camarero de profesión, y reconvertido a vendedor de champú. Viajo por el mundo para encontrarme. Escribo para redimirme. Motivo para motivarme. Dibujo para entretenerme y hago collages para curarme. Por lo demás, sufro las inclemencias de un mundo inclemente. Observo, absorto, el devenir de tiempos endiablados. A veces me rendiría y otras veces pienso que sería mejor morir matando. Sin embargo, y pese a todo, sigo aquí. Soñando con un mundo en paz. Con gente buena. Con personas con alma de terciopelo. Con vidas que sueñan bonito. Con gente que me lee, y que me comprende, y que me perdona. A todos mis lectores, a los que resisten y a los que se marcharon: ¡GRACIAS!

martes, 23 de julio de 2024

Portadas

¡Atención, atención, próximo libro a la vista! Ya estoy líado con las portadas. Estas son las dos finalistas. El libro llevará por título "De Samarcanda a La Raya", Pensamientos de un escritor presurizado. Relatos, microrrelatos, aforismos y colleges. Me gustaría conocer vuestra opinión: ¿Cuál de las dos os gusta más?

jueves, 11 de julio de 2024

El mejor esposo del mundo

Cuando a Herminio Toribio Del Toro le salieron cuernos a nadie le sorprendió. Y no fue porque le salieran cuernos en la frente, cosa poco dada en nuestra biología, sino porque su mujer se fue con un abogado picapleitos metido en política para medrar. La esposa, tras aburrirse de ser influencer pero sin monetizar, también estaba loca por medrar pero, al parecer, con Herminio no veía la cosa clara. El esposo mancillado, dejándose llevar por su innata bravura, se plantó en el chiringuito, que el abogado tenía por despacho, para decirle al susodicho que no tenía derecho a arrebatarle a su legítima. El usurpador marital, que de derecho iba sobrado, le arreó un soplamocos con un tomo de derecho procesal que le reventó la nariz. La cosa no fue a más porque un joven pasante becario, que llevaba varios meses sin cobrar, y que trabajaba en el despacho a media jornada, y la otra media en un gimnasio en el que le pagaban en negro, sujetó a Herminio como si fuera en pelele, y lo sacó a la calle sin comtemplaciones. No contento con el desenlace de su arrebato, Herminio Toribio, fue a un chino que había en la esquina, compró un bote de pintura en spray, y escribió en la fachada del despacho: ¡Abogado corrupto y ladrón!. Orgulloso de su pintada, y para verla más en perspectiva, dio unos pasos hacia atrás sin percatarse de que venía a todo trapo un autobús de la línea que une Pinto con Valdemoro. Tras el fatídico desenlace, el abogado consiguió que a su adorable amante le concedieran la pensión de viudedad en tiempo record. En la tumba reza el siguiente epitafio. Aquí yace Herminio Toribio Del Toro "el mejor esposo del mundo". Y qué verdad era...

martes, 9 de julio de 2024

El reino de las pequeñas cosas.

Existe un lejano lugar, oculto entre la inmensidad de nuestra memoria, en el que las pequeñas cosas tienen un enorme valor. De hecho, todo en él tiene valor: una sonrisa, un buenos días, un abrazo, el vuelo de una golondrina, una pequeña higuera que brota espontáneamente, un grillo que canta en la noche, un niño jugando en un parque, una abuela cocinando un plato que ya apenas si nadie cocina, un mundo en el que lo real y lo auténtico gana la partida a lo ficticio y lo aparente. Existe un mundo así dentro de todos nosotros, solo tenemos que dejarlo salir, animarlo a regresar y a crecer, y olvidarnos de tantas mierdas algorítmicas.

jueves, 4 de julio de 2024

Ladrón de tiempo

¿Cúanto tiempo seré capaz de seguir robándole tiempo al tiempo?

miércoles, 3 de julio de 2024

Censuras

Las palabras, como los colibríes, nacieron para ser libres. Enjauladas mueren.

lunes, 1 de julio de 2024

Superé las 400.000

Uno se va poniendo sus pequeñas metas. Las metas de uno pueden ser insignificantes o ridículas para otros. Yo soy de pequeñas metas y de pequeños logros. Dejar la Cocacola fue uno de ellos. Dejar la leche, cosa que festejó con creces mi colon y afectó a los balances de las celulosas, fue otro. Salir a caminar a diario, cosa en la que fallo más que una escopeta de feria, pero ahí voy. Leer cuatro libros al mes. Escribir fuera y dentro de este blog. Y mantenerme vivo, y alerta, ante todo lo que acontece que no es moco de pavo. Entre esas pequeñeces que configuran nuestro hecho diferencial, y van construyendo nuestra personalidad, yo vengo a festejar aquí el hito de haber superado la barrera psicológica de las 400.000 visitas. No me darán ni un diploma. No saldré en los medios de comunicación como un referente de la comunición de masas. Si compartiera bulos seguro que otro gallo me cantaría. Pero no, tan solo escribo para decirle al mundo que sigo vivo; vivo pero con dolor ante la deriva extremista que esta inundándolo todo como una sigilosa y sibilina mancha de aceite. Seguiré alerta.

viernes, 28 de junio de 2024

Veranear

Para celebrar el primer día de vacaciones de Anita, nos hemos ido a la playa. Un ligero lebeche mueve las olas. El sol se asoma sigilosamente entre unas nubes despistadas mientras Ana juega con la arena. Yo contemplo la escena con devoción mariana. Soy padre con la edad de un abuelo. Pienso en mi primera paternidad; una paternidad arrebatada por el ansia de conquistarlo todo. Una paternidad perdida con una hija que no pudo disfrutar de su padre como hubiera debido. Viendo a mi hija pequeña pienso en el dolor de mi hija mayor. Anita escarba en la arena en busca de un tesoro y yo urgo en la herida de mi memoria y encuentro fracasos. Ahora pienso en mi padre; en lo que pudo haber sido y no fue. En su inmovilidad y en su fracaso. En sus errores y en sus demonios internos. Yo rumio los mios propios bajo un sol que quema con disimulo. Ana quiere que nos bañemos. Está rebozada de arena como una croqueta. Mi madre hacia unas croquetas de merluza que hacían las delicias de los clientes del Bar Josepe. Pienso que mi libro del Bar Josepe al Cielo no fue suficiente homenaje a lo que aprendí allí. Casi trece años sirviendo cafés, y cervezas, y marineras, y trozos de pulpo, y pinchos de tortilla que hacían las delicias de nuestros clientes. -¿En qué piensas papá? -me dice Anita. -En nada cariño, en nada. -le respondo. -Pues vamos a jugar y deja de pensar tanto...

jueves, 27 de junio de 2024

Dique seco

He pasado todo el mes en el dique seco. Literariamente hablando, claro. Al menos en lo concerniente a este humilde blog. Un barco en el dique seco es un barco parado. Un barco improductivo que no ejerce su única y gran función que no es otra que la de navegar. Yo he dejado de escribir en este blog por estar últimando los detalles de mi próximo libro. Un libro que, por cierto, se va a nutrir de muchos de los relatos que se almacenaban criando polvo en este rinconcito insignificante de la blogosfera. En este trabajo de revisión, y de recopilación, he revivido momentos inolvidables cargados de emociones. He sentido, por tanto, el sabor de la nostalgia, el peso mental del paso del tiempo, el asombro por lo escrito y por todo lo que en cada momento renuncié a escribir. Mirar para atrás es lo que tiene, pero en el fondo lo hice para intentar seguir hacia adelante. La vida es una continua huida hacia adelante.

jueves, 16 de mayo de 2024

El dichoso síndrome

Estoy, porque he venido, en Estocolmo. Más concretamente en el aeropuerto de Arlanda. Regreso de Estonia y espero, plácidamente, un maravilloso y comodísimo vuelo de Ryanair que me devuelva a Alicante. En Murcia, que no se diga, también tenemos aeropuerto, pero ese es otro cantar. La cuestión es que estoy en el aeropuerto de Estocolmo y llevo un montón de horas de espera. ¡Esto es el colmo! He repasado una y otra vez todas las tiendas y también los restaurantes. He revisado concienzudamente a las suecas y, de ipso facto, se ha desvanecido el mito erótico que representan. He caminado, de un lado a otro, como un león enjaulado, con la loable intención de alcanzar los diez mil pasos diarios que garanticen mi inmortalidad. He escrito varios relatos tan pésimos como éste. He leído en la prensa el intento de asesinato al presidente eslovaco. He respondido con eficiencia decenas de correos. He cotilleado Facebook. Me he comido una hamburguesa con mayonesa trufada, que era una cagada, y, más tarde, una salchicha a la diabla que no picaba. Al revisar, por enésima vez la pantalla de vuelos, compruebo como alegremente, y como el que no quiere la cosa, han anunciado un nuevo retraso. ¡Esto es el colmo! Vuelvo a la cafetería en la que ya me miran como a un okupa. Pasan los minutos tan lentos que parecen horas. Camino de nuevo intentando plantar cara a mi desdicha, cuando me doy cuenta de que vivir en este aeropuerto de diseño sueco no estaría nada mal. Comería salchichas, tortas de gambas, pizzas reventonas de masa gorda. Bebería sidra transparente semiseca. Ligaría, o en su defecto lo intentaría, con suecas de la mismísima Suecia, o de los alrededores. Me lavaría por parroquias en el aseo. Podría cargar la batería de mi teléfono a tutiplén y chupar wifi sin limitaciones. De repente, me doy cuenta -de vez en cuando me doy cuenta de las cosas- de que estoy siendo víctima del conocido como Síndrome de Estocolmo y que le estoy tomando cariño a mi carcelero. Y esto sí que me parece el colmo de todos los colmos...

viernes, 26 de abril de 2024

Pese a todo, sigo vivo

Nos guste o no siempre habrá alguien que encontrará el motivo perfecto para matarnos. En mi caso, y ya casi rondando las seis primeras décadas de vida, me han amenazado de muerte lo menos tres o cuatro veces. Posiblemnte hayan sido más pero no me habré enterado. La primera fue durante el servicio militar. Al llegar a la escuadrilla -recuerdo que ese día tenía servicio de refuerzo nocturno a la guardía-, encontré a un cabo con los reclutas formados, desnudos de cintura para arriba, y quemándoles los pezones con una colilla. Sin perder ni un minuto salí corriendo, calle arriba, hasta el puesto de guardia, y di parte al suboficial de lo que acontecía en la escuadrilla. Al cabo en cuestión le cayó una buena y, al salir del arresto, fue a buscarme para decirme que era hombre muerto. Por fortuna sigo aquí. Todo lo que tenía de grande lo tenía de borracho. Ahora, ese matón cuartelero es policía municipal y lleva un arma en la cintura, lo cual me hace entender que la amenaza sigue vigente. La segunda vez que me quisieron matar fue por declararme publicamente antitaurino. Por aquel tiempo yo dirigía uno de los grandes grupos ecologistas de mi región, y un periodista, coincidiendo con la Fería de Septiembre, tuvo la geníal idea de hacerme una entrevista en la radio sobre la tauromaquía. Al parecer mis palabras levantaron ampollas entre los aficionados al toreo y comenzaron a llover en mi casa llamadas teléfonicas insultándome y amenazándome de muerte. -¡Maricón, eres hombre muerto! o ¡Si tienes cojones sal a la calle! -me decían cariñosamente. Hubo un tiempo en el que cada vez que salía del portal de mi casa miraba para ambos lados de la calle antes de salir, más que nada para ver si me estaban esperando los taurinos para pegarme una estocada o algún municipal de metro noventa y con la cara colorada para pegarme un tiro. No sé si merezca la pena seguir enumerando y describiendo las veces que me han deseado la muerte. Creo que lo importante es poder gritar a los cuatro vientos que sigo vivito y coleando. Seguro que habrán miles de razones para matarme, pero yo también encuentro miles de razones para seguir vivo.

lunes, 15 de abril de 2024

jueves, 11 de abril de 2024

Aventuras y desventuras en el Pisuerga

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que yo estaba en Valladolid, alojado en un hotelito a orillas del Pisuerga; no quise perder la oportunidad de recrearme en la contemplación, y el disfrute, de uno de los ríos más renombrados del refranero español. Pisuerga y aprovechamiento, dos palabras vinculadas durante tanto tiempo y que yo tenía la oportunidad de aprovechar. Así que, ni corto ni perezoso, lo de corto nunca lo entendí muy bien, ¿corto de qué? ¿de sesera? ¿de altura?... salí a caminar por sus orillas, que, como la mayor parte de las orillas fluviales, especialmente a su paso por las ciudades, se han convertido en espacios en los que practicar todo tipo de deportes y actividades recreativas. Como no llevaba ropa deportiva la gente me miraba con desconfianza. Yo era el raruno entre una caterva de neodeportistas que desfilaban luciendo un look estandarizado por Decathlon y controlado por multitud de aplicaciones de salud. Yo disfrutaba del paisaje mientras otros lo sufrían, o al menos eso pensé al escuchar los quejicosos bufidos y el resoplar asfixiante de algunas de las personas que me sobrepasaban en mi lento caminar. Una nevada de algodón caía sobre nuestras cabezas arrojada por unas choperas que de ese modo celebraban la llegada de la primeravera. Unos niños pescaban en un coto sin muerte. Unos inmigrantes jugaban al fútbol al ritmo de sonidos africanos. Unos novios quinceañeros se comían a besos sin temor a quedarse sin respiración. Unas chicas practicaban voley-playa con unos shorcitos tan cortos que quitaban el hipo. Pese a todo lo que me distraía, yo seguía aprovechándome del Pisuerga y de aquella preciosa tarde soleada, cuando de pronto sentí que el reloj se me paró. Un silencio sepulcral lo inundó todo. Mis piernas se paralizaron. Mi respiración incontroladamente y sin justificación alguna se aceleró. De repente, esa mujer estaba allí, levitando como Santa Teresa, pero sentada como una yogui flotando en el aire a dos palmos de altura de un pequeño embarcadero. Los pájaros, que hasta ese momento se desgañitaban, de ipso facto pasaron a un inesperado y sepulcral silencio. La chica, tras unos segundos suspendida en el aire, que me parecieron horas, volvió a apoyar sus bien definidas posaderas sobre la rugosa y húmeda madera de aquella plataforma flotante. Los pájaros comenzaron a cantar. Los ciclistas prosiguieron su desbocada marcha. Un matrimonio de ancianos continuó con su acalorada discusión sobre unos obras en la cocina. Avancé, medio aturdido por lo acontecido, por un pequeño sendero que se alejaba del camino principal, ¡craso error!: ante mis ojos, entre unos arbustos recubiertos de nieve de las choperas, estaba aquella pareja con la ropa deportiva decathloniana a la altura de los tobillos y empujando con el brio que tan solo dos deportistas de élite de alrededor de treinta años pueden llegar a conseguir. Las nalgas sin depilar de aquel macho ibérico castellano-leones contrastaban con el culo blanco y niveo de aquella buena moza contorsionista y aficionada al amor silvestre. Y allí fue cuando me di media vuelta y puse rumbo al hotel. Puedo certificar, después de tantos años esperando este preciso y precioso momento, que el Pisuerga, señoras y señores, pasa por Valladolid.

lunes, 1 de abril de 2024

Mal de ego

En boca de todos estaba aquel santón, envuelto en una túnica blanca desilachada, que había ocupado una vieja casa cueva a las afueras de Peñafloja. Poco a poco se supo que el santón era un sabio filósofo, agnóstico y anárquico, que recorría el país haciendo apostolado de su particular visión del mundo. En principio la gente se mostró un tanto excéptica ante tan enigmática presencia en el pueblo. Su pelo cano, esa barba, larga y blanca, que le llegaba hasta la cintura, su extrema delgadez y su mirada penetrante no ayudaban a generar confianza. Primero fue la señora Asunción, que se acercó para ofrecerle unos rollos de anís. Luego fue Juan, el frutero, quien le llevó una bolsa con manzanas. Después fue la señora Marta, que le ofreció una manta porque estaba refrescando mucho por las noches. La curiosidad, y la solidaridad, fueron acercando al pueblo, y Pablo, que así se llamaba, o se hacía llamar el santón, sabía ganararse a la gente. El recién elegido alcalde estaba muy agobiado. Nunca llegó a imaginar que en ese pequeño pueblo, en el que habitan poco más de tres mil almas, pudieran haber tantas rivalidades, y tantas necesidades. Los tejemanejes de los políticos de otras latitudes, y las tensiones que se generaban en las grandes ciudades, habían calado hasta los huesos de aquella pequeña y pacifica población. Desde la Guerra Civil no se había vivido nada igual. Tal vez por eso, o quién sabe si por otras razones más personales, Roque Ortuño, alcalde de Peñafloja, sintió la necesidad de acercarse a Pablo. Al principio intentó hacerlo de manera discreta, pero en los pueblos pequeños esto no es fácil de conseguir. Al poco tiempo sus visitas ya era vox populi. En los bares y en las plazas, en las tertulias del círculo recreativo, las madres en las puertas de las escuelas, el cura en el púlpito, y los barberos en las barberías, no hablaban de otra cosa. Y los concejales de la oposición, reunidos en una especie de comité, fueron a visitar al santón. Todo el mundo quería saber el motivo de aquellas continuas visitas. Pronto, sin ningún motivo aparente, el nivel de crispación se fue relajando. Uno y otros empezaron a mirarse sin tensión. Los acuerdos, hasta ahora imposibles, comenzaron a llegar y los problemas del pueblo comenzaron a encontrar solución. El hijo del alcalde anunció su boda con la hija del jefe de la oposición. Los niños jugaban sin preocuparse de quién era el padre de cada quién. Se rumoreó que Pablo había dado a probar una extraña infusión, compuesta por un conjunto de hierbas silvestres que él tan solo conocía, que tenía la mágica facultad de combatir el "Mal de ego". Su ingesta diluía el "yoísmo", el egoísmo, y el partidismo, y fortalecía el entendimiento entre distintos y el bien común. Tras beberlo no había vuelta atrás. Cuando Pablo dio por cumplida su misión en Peñafloja, desaparecio sin hacer ruido, tal y como había venido, pero dejando atrás mucha paz. Dicen que, hace unos días, se le ha visto por Choperas de Arriba. Allí los vecinos ya habían llegado a las manos.

jueves, 14 de marzo de 2024

El cargador

Antes de meter cualquier otra cosa en la maleta, antes incluso que acomodar mi lencería fina, meto el cargador del móvil. Sin él no sería nada ni nadie. El móvil es el cordón umbilical del siglo XXI. Todo lo que necesitamos nos llega a través de él. Sin el móvil no seríamos capaces de vivir. Solo falta que nos lo metan dentro de la cabeza, pero tiempo al tiempo. Supongo que cuando nos lo consigan meter ya no tendremos que enchufarlo a la red, bastará conque nos tomemos un café, o una hamburguesa con doble queso, para que sintamos como la batería se nos recarga. Y seguro que el wifi desaparecerá también, y la señal nos llegará como nos llega el aire a los pulmones, o la saliva a la boca. No quiero ser agorero, ni parecer un habitante de las Cuevas de Altamira -aunque a veces lo parezca- pero es que cada día que pasa me gusta más lo antiguo. Todo esto pienso mientras busco como un loco, por toda la casa, el cargador del móvil. Seguro que me lo dejé olvidado ayer en el hotel. ¡No gano para cargadores!

viernes, 8 de marzo de 2024

El incendio

El teléfono sonaba con urgencia. Sonaba y sonaba sin encontrar respuesta. El fuego crecía y los bomberos tardaban en llegar. Al parecer, otro fuego en un viejo desguace de vehículos tenía ocupados a gran parte de sus efectivos. Mientras las llamas ascendían por el lateral de la vivienda todo parecía en calma. Todo a excepción de los fieros perros de la finca que ladraban enloquecidos. Un vecino, joven y fuerte, quiso trepar por la pared de hormigón que protegía el amplio perímetro de la parcela, pero las concertinas que protegían los altos muros se lo impidieron. El avance del fuego era sobrecogedor. Los vecinos de la urbanización, arremolinados en torno a la finca, observaban aterrorizados como, de entre las llamas, surgían pequeñas explosiones. Las impresionantes medidas de seguridad que ostentaban aquellos vecinos venidos del este, que no solían relacionarse demasiado con el vecindario, siempre les habían sorprendido. El fuego, inexorable, proseguía su avance. Cuando llegaron los bomberos el fuego ya se había adueñado casi por completo de la casa. La puerta blindada parecía inexpugnable. Alguien dijo que la familia venía de un país en el que no se puede disentir. Un país en el que solo se puede opinar tal y como dice la televisión. Un país sometido, al que, al parecer, aquellos sigilosos vecinos no habían querido someterse.

viernes, 16 de febrero de 2024

Vivo y hago

Cuando me pongo a dibujar, hacer collages, o esculturas, olvido patrones, reglas, y normas para adentrarme, sin ataduras, en mi propio y caótico mundo creativo. El niño loquito que habita en mí, y que cuido y mimo como se merece, juega con las formas, los colores, las dimensiones, los materiales, y las palabras en busca de lo inexistente para darle forma temporal, antes de regresar nuevamente a la inexistencia. De la intrascendencia a la inexistencia hay, por consiguiente, un solo paso. Lo efímero de lo que hago es la forma de representar lo efímero de mi propia existencia. Hacer, por tanto, es vivir. Vivo, luego hago. El resultado, o el valor que se le otorgue, o adquiera cada creación, depende en exclusiva del ojo ajeno; del molde único y singular que condiciona cada mirada. Toda mirada juzga y dicta sentencia.

jueves, 8 de febrero de 2024

El mal amor

Con dificultad, abrió la puerta y encendió la luz. La casa le pareció un vil congelador. Arrastró un silla de la cocina y se derrumbó sobre ella. Como pudo, agarró su móvil con la mano izquierda y, usando únicamente su dedo índice, atinó a marcar el número de su madre. Su madre había fallecido varios años atrás pero aún figuraba en su agenda. El tono sonó como muy lejano, como si la llamada se hiciera a los confines de la galaxia. Y una voz femenina, aunque algo ronca, respondió: -Dime Raúl. Raúl se quedó de piedra, tan de piedra como la lápida que él mismo había elegido para ella en aquella cutre funeraria de Caraponte. -¿Cómo estás, mamá? -acertó a preguntar sin saber muy bien si aquella conversación era real o tan solo fruto de su imaginación. -Más muerta que cuando me dejaste, pero sigo esperándote; sé que ya no tardarás en venir a por mí. -Imaginaba que lo sabrías, le respondió Raúl. Eras la única persona que me entendía. -No tardes, cariño, que aquí hace mucho frio -le suplicó su madre. Raúl, sin pensarlo demasiado, cerró la puerta, se acercó a la encimera y abrió el gas de los tres quemadores. Cuando escuchó el sonido del gas y percibió el olor dulzón y caractarístico del butano, se sentó plácidamente a esperar. Antes de reencontrarse con su madre, aún alcanzó a mandar un wasap a su exmujer: "Hola Marta: ahora es cuando me alegro de que no hayamos tenido hijos. Lo he dejado todo a tu nombre. Espero que sepas disfrutar la vida como yo no he sabido. Pese a que todo estaba a nuestro favor, no supimos amarnos."

miércoles, 17 de enero de 2024

El calentón

-¿Anacleto, puedes venir un momento? -le preguntó Fermín. -Dime Fer: ¿qué necesitas? -¿Tú sabes contar? -le preguntó su amigo Anacleto, con cara de pocos amigos. -Claro, sabes que lo mío son las matemáticas. -No, no me refiero a contar números, me refiero a contar historias... -Ah, claro, perdona, pensé que era una cuestión de cuentas no de cuentos -le respondió Anacleto. -¿Y me podrías contar que rollo te llevas con mi mujer? -le inquirió Fermín. -¿Pues no sé de qué va ese cuento, ni quién te lo habrá contado, Fer -respondió Anacleto. -No te hagas el listillo. Lo sé todo -exclamó Fermín, visiblemente alterado. -¿Y si lo sabes todo, qué es lo que tengo que contarte? -le contesto su amigo. -¡Como te acerques otra vez a mi esposa te voy a dar una hostía que se te va a parar hasta el reloj! ¿Me has entendido, mamón? -La fiesta de la empresa se nos fue un poco de las manos. Bebimos demasiado. Pero te juro que estamos muy arrepentidos y que no hay nada entre nosotros. Fue solo un calentón... Y entonces fue cuando Fermín, en un arrebato de locura, agarró una pantalla de ordenador, y la rompió en la cabeza de su amigo. Fermin está detenido, a espera de juicio, y Anacleto criando malvas. Las cosas siempre pueden ir a peor.

jueves, 11 de enero de 2024

Evolución

Rompe la horma. Cambia de forma. Deja atrás todo lo que te obstruye. Si lo intentas en serio, verás como lo nuevo fluye.

jueves, 4 de enero de 2024

2.024

Recuerdo que de pequeño -hubo un tiempo lejano en el que fui pequeño- me aterraba el año 2.000. El cambio de siglo era un territorio desconocido, abrumador, e inquietante. Llegué a él a la nada despreciable edad de 32 años. Ahora, unas cuantas batallas después, llego al 2.024. Haber llegado ya es un logro. Seguir escribiendo es desfachatez. Seguir soñando es infantil. Pero, pese a todo, lo sigo haciendo. Sigo viajando y admirando el mundo. Sigo creyendo que las cosas pueden mejorar. Sigo soñando, tal vez por simple autodefensa, que la paz y la cordura conquistaran el mundo. Sigo. Sigue. No te pares: "Camarón que se duerme se lo lleva la corriente".