viernes, 26 de abril de 2024

Pese a todo, sigo vivo

Nos guste o no siempre habrá alguien que encontrará el motivo perfecto para matarnos. En mi caso, y ya casi rondando las seis primeras décadas de vida, me han amenazado de muerte lo menos tres o cuatro veces. Posiblemnte hayan sido más pero no me habré enterado. La primera fue durante el servicio militar. Al llegar a la escuadrilla -recuerdo que ese día tenía servicio de refuerzo nocturno a la guardía-, encontré a un cabo con los reclutas formados, desnudos de cintura para arriba, y quemándoles los pezones con una colilla. Sin perder ni un minuto salí corriendo, calle arriba, hasta el puesto de guardia, y di parte al suboficial de lo que acontecía en la escuadrilla. Al cabo en cuestión le cayó una buena y, al salir del arresto, fue a buscarme para decirme que era hombre muerto. Por fortuna sigo aquí. Todo lo que tenía de grande lo tenía de borracho. Ahora, ese matón cuartelero es policía municipal y lleva un arma en la cintura, lo cual me hace entender que la amenaza sigue vigente. La segunda vez que me quisieron matar fue por declararme publicamente antitaurino. Por aquel tiempo yo dirigía uno de los grandes grupos ecologistas de mi región, y un periodista, coincidiendo con la Fería de Septiembre, tuvo la geníal idea de hacerme una entrevista en la radio sobre la tauromaquía. Al parecer mis palabras levantaron ampollas entre los aficionados al toreo y comenzaron a llover en mi casa llamadas teléfonicas insultándome y amenazándome de muerte. -¡Maricón, eres hombre muerto! o ¡Si tienes cojones sal a la calle! -me decían cariñosamente. Hubo un tiempo en el que cada vez que salía del portal de mi casa miraba para ambos lados de la calle antes de salir, más que nada para ver si me estaban esperando los taurinos para pegarme una estocada o algún municipal de metro noventa y con la cara colorada para pegarme un tiro. No sé si merezca la pena seguir enumerando y describiendo las veces que me han deseado la muerte. Creo que lo importante es poder gritar a los cuatro vientos que sigo vivito y coleando. Seguro que habrán miles de razones para matarme, pero yo también encuentro miles de razones para seguir vivo.

lunes, 15 de abril de 2024

jueves, 11 de abril de 2024

Aventuras y desventuras en el Pisuerga

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que yo estaba en Valladolid, alojado en un hotelito a orillas del Pisuerga; no quise perder la oportunidad de recrearme en la contemplación, y el disfrute, de uno de los ríos más renombrados del refranero español. Pisuerga y aprovechamiento, dos palabras vinculadas durante tanto tiempo y que yo tenía la oportunidad de aprovechar. Así que, ni corto ni perezoso, lo de corto nunca lo entendí muy bien, ¿corto de qué? ¿de sesera? ¿de altura?... salí a caminar por sus orillas, que, como la mayor parte de las orillas fluviales, especialmente a su paso por las ciudades, se han convertido en espacios en los que practicar todo tipo de deportes y actividades recreativas. Como no llevaba ropa deportiva la gente me miraba con desconfianza. Yo era el raruno entre una caterva de neodeportistas que desfilaban luciendo un look estandarizado por Decathlon y controlado por multitud de aplicaciones de salud. Yo disfrutaba del paisaje mientras otros lo sufrían, o al menos eso pensé al escuchar los quejicosos bufidos y el resoplar asfixiante de algunas de las personas que me sobrepasaban en mi lento caminar. Una nevada de algodón caía sobre nuestras cabezas arrojada por unas choperas que de ese modo celebraban la llegada de la primeravera. Unos niños pescaban en un coto sin muerte. Unos inmigrantes jugaban al fútbol al ritmo de sonidos africanos. Unos novios quinceañeros se comían a besos sin temor a quedarse sin respiración. Unas chicas practicaban voley-playa con unos shorcitos tan cortos que quitaban el hipo. Pese a todo lo que me distraía, yo seguía aprovechándome del Pisuerga y de aquella preciosa tarde soleada, cuando de pronto sentí que el reloj se me paró. Un silencio sepulcral lo inundó todo. Mis piernas se paralizaron. Mi respiración incontroladamente y sin justificación alguna se aceleró. De repente, esa mujer estaba allí, levitando como Santa Teresa, pero sentada como una yogui flotando en el aire a dos palmos de altura de un pequeño embarcadero. Los pájaros, que hasta ese momento se desgañitaban, de ipso facto pasaron a un inesperado y sepulcral silencio. La chica, tras unos segundos suspendida en el aire, que me parecieron horas, volvió a apoyar sus bien definidas posaderas sobre la rugosa y húmeda madera de aquella plataforma flotante. Los pájaros comenzaron a cantar. Los ciclistas prosiguieron su desbocada marcha. Un matrimonio de ancianos continuó con su acalorada discusión sobre unos obras en la cocina. Avancé, medio aturdido por lo acontecido, por un pequeño sendero que se alejaba del camino principal, ¡craso error!: ante mis ojos, entre unos arbustos recubiertos de nieve de las choperas, estaba aquella pareja con la ropa deportiva decathloniana a la altura de los tobillos y empujando con el brio que tan solo dos deportistas de élite de alrededor de treinta años pueden llegar a conseguir. Las nalgas sin depilar de aquel macho ibérico castellano-leones contrastaban con el culo blanco y niveo de aquella buena moza contorsionista y aficionada al amor silvestre. Y allí fue cuando me di media vuelta y puse rumbo al hotel. Puedo certificar, después de tantos años esperando este preciso y precioso momento, que el Pisuerga, señoras y señores, pasa por Valladolid.

lunes, 1 de abril de 2024

Mal de ego

En boca de todos estaba aquel santón, envuelto en una túnica blanca desilachada, que había ocupado una vieja casa cueva a las afueras de Peñafloja. Poco a poco se supo que el santón era un sabio filósofo, agnóstico y anárquico, que recorría el país haciendo apostolado de su particular visión del mundo. En principio la gente se mostró un tanto excéptica ante tan enigmática presencia en el pueblo. Su pelo cano, esa barba, larga y blanca, que le llegaba hasta la cintura, su extrema delgadez y su mirada penetrante no ayudaban a generar confianza. Primero fue la señora Asunción, que se acercó para ofrecerle unos rollos de anís. Luego fue Juan, el frutero, quien le llevó una bolsa con manzanas. Después fue la señora Marta, que le ofreció una manta porque estaba refrescando mucho por las noches. La curiosidad, y la solidaridad, fueron acercando al pueblo, y Pablo, que así se llamaba, o se hacía llamar el santón, sabía ganararse a la gente. El recién elegido alcalde estaba muy agobiado. Nunca llegó a imaginar que en ese pequeño pueblo, en el que habitan poco más de tres mil almas, pudieran haber tantas rivalidades, y tantas necesidades. Los tejemanejes de los políticos de otras latitudes, y las tensiones que se generaban en las grandes ciudades, habían calado hasta los huesos de aquella pequeña y pacifica población. Desde la Guerra Civil no se había vivido nada igual. Tal vez por eso, o quién sabe si por otras razones más personales, Roque Ortuño, alcalde de Peñafloja, sintió la necesidad de acercarse a Pablo. Al principio intentó hacerlo de manera discreta, pero en los pueblos pequeños esto no es fácil de conseguir. Al poco tiempo sus visitas ya era vox populi. En los bares y en las plazas, en las tertulias del círculo recreativo, las madres en las puertas de las escuelas, el cura en el púlpito, y los barberos en las barberías, no hablaban de otra cosa. Y los concejales de la oposición, reunidos en una especie de comité, fueron a visitar al santón. Todo el mundo quería saber el motivo de aquellas continuas visitas. Pronto, sin ningún motivo aparente, el nivel de crispación se fue relajando. Uno y otros empezaron a mirarse sin tensión. Los acuerdos, hasta ahora imposibles, comenzaron a llegar y los problemas del pueblo comenzaron a encontrar solución. El hijo del alcalde anunció su boda con la hija del jefe de la oposición. Los niños jugaban sin preocuparse de quién era el padre de cada quién. Se rumoreó que Pablo había dado a probar una extraña infusión, compuesta por un conjunto de hierbas silvestres que él tan solo conocía, que tenía la mágica facultad de combatir el "Mal de ego". Su ingesta diluía el "yoísmo", el egoísmo, y el partidismo, y fortalecía el entendimiento entre distintos y el bien común. Tras beberlo no había vuelta atrás. Cuando Pablo dio por cumplida su misión en Peñafloja, desaparecio sin hacer ruido, tal y como había venido, pero dejando atrás mucha paz. Dicen que, hace unos días, se le ha visto por Choperas de Arriba. Allí los vecinos ya habían llegado a las manos.

jueves, 14 de marzo de 2024

El cargador

Antes de meter cualquier otra cosa en la maleta, antes incluso que acomodar mi lencería fina, meto el cargador del móvil. Sin él no sería nada ni nadie. El móvil es el cordón umbilical del siglo XXI. Todo lo que necesitamos nos llega a través de él. Sin el móvil no seríamos capaces de vivir. Solo falta que nos lo metan dentro de la cabeza, pero tiempo al tiempo. Supongo que cuando nos lo consigan meter ya no tendremos que enchufarlo a la red, bastará conque nos tomemos un café, o una hamburguesa con doble queso, para que sintamos como la batería se nos recarga. Y seguro que el wifi desaparecerá también, y la señal nos llegará como nos llega el aire a los pulmones, o la saliva a la boca. No quiero ser agorero, ni parecer un habitante de las Cuevas de Altamira -aunque a veces lo parezca- pero es que cada día que pasa me gusta más lo antiguo. Todo esto pienso mientras busco como un loco, por toda la casa, el cargador del móvil. Seguro que me lo dejé olvidado ayer en el hotel. ¡No gano para cargadores!

viernes, 8 de marzo de 2024

El incendio

El teléfono sonaba con urgencia. Sonaba y sonaba sin encontrar respuesta. El fuego crecía y los bomberos tardaban en llegar. Al parecer, otro fuego en un viejo desguace de vehículos tenía ocupados a gran parte de sus efectivos. Mientras las llamas ascendían por el lateral de la vivienda todo parecía en calma. Todo a excepción de los fieros perros de la finca que ladraban enloquecidos. Un vecino, joven y fuerte, quiso trepar por la pared de hormigón que protegía el amplio perímetro de la parcela, pero las concertinas que protegían los altos muros se lo impidieron. El avance del fuego era sobrecogedor. Los vecinos de la urbanización, arremolinados en torno a la finca, observaban aterrorizados como, de entre las llamas, surgían pequeñas explosiones. Las impresionantes medidas de seguridad que ostentaban aquellos vecinos venidos del este, que no solían relacionarse demasiado con el vecindario, siempre les habían sorprendido. El fuego, inexorable, proseguía su avance. Cuando llegaron los bomberos el fuego ya se había adueñado casi por completo de la casa. La puerta blindada parecía inexpugnable. Alguien dijo que la familia venía de un país en el que no se puede disentir. Un país en el que solo se puede opinar tal y como dice la televisión. Un país sometido, al que, al parecer, aquellos sigilosos vecinos no habían querido someterse.

viernes, 16 de febrero de 2024

Vivo y hago

Cuando me pongo a dibujar, hacer collages, o esculturas, olvido patrones, reglas, y normas para adentrarme, sin ataduras, en mi propio y caótico mundo creativo. El niño loquito que habita en mí, y que cuido y mimo como se merece, juega con las formas, los colores, las dimensiones, los materiales, y las palabras en busca de lo inexistente para darle forma temporal, antes de regresar nuevamente a la inexistencia. De la intrascendencia a la inexistencia hay, por consiguiente, un solo paso. Lo efímero de lo que hago es la forma de representar lo efímero de mi propia existencia. Hacer, por tanto, es vivir. Vivo, luego hago. El resultado, o el valor que se le otorgue, o adquiera cada creación, depende en exclusiva del ojo ajeno; del molde único y singular que condiciona cada mirada. Toda mirada juzga y dicta sentencia.

jueves, 8 de febrero de 2024

El mal amor

Con dificultad, abrió la puerta y encendió la luz. La casa le pareció un vil congelador. Arrastró un silla de la cocina y se derrumbó sobre ella. Como pudo, agarró su móvil con la mano izquierda y, usando únicamente su dedo índice, atinó a marcar el número de su madre. Su madre había fallecido varios años atrás pero aún figuraba en su agenda. El tono sonó como muy lejano, como si la llamada se hiciera a los confines de la galaxia. Y una voz femenina, aunque algo ronca, respondió: -Dime Raúl. Raúl se quedó de piedra, tan de piedra como la lápida que él mismo había elegido para ella en aquella cutre funeraria de Caraponte. -¿Cómo estás, mamá? -acertó a preguntar sin saber muy bien si aquella conversación era real o tan solo fruto de su imaginación. -Más muerta que cuando me dejaste, pero sigo esperándote; sé que ya no tardarás en venir a por mí. -Imaginaba que lo sabrías, le respondió Raúl. Eras la única persona que me entendía. -No tardes, cariño, que aquí hace mucho frio -le suplicó su madre. Raúl, sin pensarlo demasiado, cerró la puerta, se acercó a la encimera y abrió el gas de los tres quemadores. Cuando escuchó el sonido del gas y percibió el olor dulzón y caractarístico del butano, se sentó plácidamente a esperar. Antes de reencontrarse con su madre, aún alcanzó a mandar un wasap a su exmujer: "Hola Marta: ahora es cuando me alegro de que no hayamos tenido hijos. Lo he dejado todo a tu nombre. Espero que sepas disfrutar la vida como yo no he sabido. Pese a que todo estaba a nuestro favor, no supimos amarnos."

miércoles, 17 de enero de 2024

El calentón

-¿Anacleto, puedes venir un momento? -le preguntó Fermín. -Dime Fer: ¿qué necesitas? -¿Tú sabes contar? -le preguntó su amigo Anacleto, con cara de pocos amigos. -Claro, sabes que lo mío son las matemáticas. -No, no me refiero a contar números, me refiero a contar historias... -Ah, claro, perdona, pensé que era una cuestión de cuentas no de cuentos -le respondió Anacleto. -¿Y me podrías contar que rollo te llevas con mi mujer? -le inquirió Fermín. -¿Pues no sé de qué va ese cuento, ni quién te lo habrá contado, Fer -respondió Anacleto. -No te hagas el listillo. Lo sé todo -exclamó Fermín, visiblemente alterado. -¿Y si lo sabes todo, qué es lo que tengo que contarte? -le contesto su amigo. -¡Como te acerques otra vez a mi esposa te voy a dar una hostía que se te va a parar hasta el reloj! ¿Me has entendido, mamón? -La fiesta de la empresa se nos fue un poco de las manos. Bebimos demasiado. Pero te juro que estamos muy arrepentidos y que no hay nada entre nosotros. Fue solo un calentón... Y entonces fue cuando Fermín, en un arrebato de locura, agarró una pantalla de ordenador, y la rompió en la cabeza de su amigo. Fermin está detenido, a espera de juicio, y Anacleto criando malvas. Las cosas siempre pueden ir a peor.

jueves, 11 de enero de 2024

Evolución

Rompe la horma. Cambia de forma. Deja atrás todo lo que te obstruye. Si lo intentas en serio, verás como lo nuevo fluye.

jueves, 4 de enero de 2024

2.024

Recuerdo que de pequeño -hubo un tiempo lejano en el que fui pequeño- me aterraba el año 2.000. El cambio de siglo era un territorio desconocido, abrumador, e inquietante. Llegué a él a la nada despreciable edad de 32 años. Ahora, unas cuantas batallas después, llego al 2.024. Haber llegado ya es un logro. Seguir escribiendo es desfachatez. Seguir soñando es infantil. Pero, pese a todo, lo sigo haciendo. Sigo viajando y admirando el mundo. Sigo creyendo que las cosas pueden mejorar. Sigo soñando, tal vez por simple autodefensa, que la paz y la cordura conquistaran el mundo. Sigo. Sigue. No te pares: "Camarón que se duerme se lo lleva la corriente".