Hace unos cuantos días me tiré esta foto en Guimaraes. Llovía, tal como hoy, un chaparrón gracioso que limpió las calles y aportó frescura a la visita por aquellas viejas callejuelas empedradas. Sin saber ni cómo ni por qué me tomé esta fotografía a modo de autorretrato que hoy tengo el atrevimiento de mostrar al mundo.
El autorretrato es un género artístico muy exigente y profundo, que no he prodigado demasiado porque siempre he sido un hombre de gran belleza interior y muy simpático, lo que equivale a decir, poco más o menos, que soy más feo que pegarle a un padre. Uno puede pretender mostrarse tal como se ve o tal como le gustaría que le vieran. En mi caso, no hay trampa ni cartón. Así soy yo cuando estoy de vacaciones, otra persona totalmente distinta de quien ahora les escribe, victima de la depresión postvacacional y aturdido por una avalancha de quehaceres cuando mi body se había adecuado, perfectamente y sin ningún esfuerzo, a la más exquisita y continuada vagancia.
La lluvia es algo así como una ducha suave de nostalgía. Como un orín del cielo por aspersión. Como un maná para los campos o como una limpiadora cachonda a tiempo parcial, que viene a trabajar cuando le da la gana, pero que, por lo buena que está, no la despedimos nunca.
Que venga el agua como quiera y cuando quiera, pero que venga. Que nos moje, que nos inunde, que nos deje cara de tontos contemplativos en las fotos, pero que no nos abandone por mucho tiempo, ya que, en su ausencia, nos quedamos secos como un esparto y nos huelen los sobacos y los pinreles.
En el autorretrato, si te ves feo, te jodes. Total: ¿A quién te vas a quejar, si lo has hecho tú mismo?
La próxima vez que me dé por hacerme un autorretrato me voy a preparar a conciencia y con mucha antelación, como si me fuera a presentar a un examen. También pienso tomar clases de pose, modelaje y hasta un curso express de fotografía.
Mi hija Yolanda que tiene 17 años y mi sobrina Paula que tiene 11 son unas auténticas expertas en el difícil género del autorretrato. Se fotografían, ellas solas, en multitud de poses acrobáticos algunos de los cuales serían dignos de representarse en el prestigioso Circo del Sol. Lo hacen con la máxima naturalidad y las cuelgan ifso facto en su página de facebook o tuenti. Yo me rasgo las vestiduras por colgar esta fotico en mi blog. Me rebano los sesos con argumentos inverosímiles para justificarlo, desde un punto de vista intelectual, cuando en el fondo, lo hago porque me sale de las narices.
Quisiera sentir la libertad para jugar, para gritar, para pelearme, o para hacerme autorretratos cada vez que me diera la gana sin sentir ningún pudor como cuando era niño.
Quizás por ello, anoche en pleno aguacero, sin poder contenerme, me lancé desnudo al patio y me acosté boca arriba en el suelo bajo la incesante lluvia. El agua comenzó a calarme poco a poco. Luego apretó y sentí incluso dolor en mis ojos al recibir el impacto de unas gotas cada vez más grandes y violentas. Los relámpagos y los truenos ponían luz y sonido a la improvisada performance. El agua del cielo corría sin control sobre mi cuerpo serrano hasta que comencé a sentir frío. Anoche, durante esa primera cabañuela estival, me volví a trasformar, por un rato, en el niño que fui; un niño de casi 45 años que, como tal, sube fotos alegremente a su blog.
No sé qué pasa que, de un tiempo a esta parte, los niños nunca nos hacemos viejos.
Mi hija Yolanda que tiene 17 años y mi sobrina Paula que tiene 11 son unas auténticas expertas en el difícil género del autorretrato. Se fotografían, ellas solas, en multitud de poses acrobáticos algunos de los cuales serían dignos de representarse en el prestigioso Circo del Sol. Lo hacen con la máxima naturalidad y las cuelgan ifso facto en su página de facebook o tuenti. Yo me rasgo las vestiduras por colgar esta fotico en mi blog. Me rebano los sesos con argumentos inverosímiles para justificarlo, desde un punto de vista intelectual, cuando en el fondo, lo hago porque me sale de las narices.
Quisiera sentir la libertad para jugar, para gritar, para pelearme, o para hacerme autorretratos cada vez que me diera la gana sin sentir ningún pudor como cuando era niño.
Quizás por ello, anoche en pleno aguacero, sin poder contenerme, me lancé desnudo al patio y me acosté boca arriba en el suelo bajo la incesante lluvia. El agua comenzó a calarme poco a poco. Luego apretó y sentí incluso dolor en mis ojos al recibir el impacto de unas gotas cada vez más grandes y violentas. Los relámpagos y los truenos ponían luz y sonido a la improvisada performance. El agua del cielo corría sin control sobre mi cuerpo serrano hasta que comencé a sentir frío. Anoche, durante esa primera cabañuela estival, me volví a trasformar, por un rato, en el niño que fui; un niño de casi 45 años que, como tal, sube fotos alegremente a su blog.
No sé qué pasa que, de un tiempo a esta parte, los niños nunca nos hacemos viejos.