A mis quince años el mundo era algo a lo que yo tenía la obligación de salvar. La naturaleza me absorbía como los bizcochos a la leche caliente de mi desayuno con Cola Cao. Me apasionaba y me apasiona. Conocía, ahora conozco menos, cada planta, cada pájaro, cada bicho, y, junto a otros amigos del barrio, organizamos el grupo ecologista más motivado e invencible del planeta. Y, maravillosamente, la gente nos quería. Nos apoyaban, eso sí, mirándonos con cara de incredulidad. ¡De dónde habrán salido estos locos bajitos!
Una de las miles de acciones que llevamos a cabo para cumplir con nuestras aspiraciones conservacionistas consistía en ir a dar charlas de ecología por los colegios. Les estoy hablando de hace algo más de treinta años, cuando decir ecologista era algo así como decir extraterrestre, o revolucionario.
Por aquel entonces, yo escribía más torpemente aún de lo que escribo ahora, aunque, pese a mis limitaciones gramaticales, era yo quien escribía todo lo que tuviéramos que escribir, esto es: notas de prensa, cartas, informes, solicitudes, denuncias, y un largo etcétera de documentos en los que se ponía de manifiesto que no tenía ni aprobado el graduado escolar, pero que ganas para pedir, exigir y luchar no me faltaban.
Entre todas esas cosas que escribí de imberbe, recuerdo con mucho cariño una carta que, supuestamente, había recibido de un sapo escritor.
Aquella carta, como tantas miles de cosas emotivas de esa maravillosa época de mi vida, se perdió. Sin embargo, parte de ella, de tanto repetirla en infinidad de colegios, se me quedó grabada a fuego en la mente, como también lo están las miradas de entusiasmo de esos niños y sus aplausos cuando finalizaba cada lectura.
Creo recordar que decía algo así:
¡Hola amigos!:
Aunque todo el mundo me confunde con una rana, yo no soy una rana, ¡Soy un sapo! Soy más gordito, y si cabe, tengo los ojos más saltones que mis primas las ranas. Mi piel también es mas rugosa, ya que, a nosotros los sapos, nos gusta alejarnos mucho más del agua y andar por ahí conociendo mundo sin incordiar a nadie.
Sin embargo, pese a que todo el día estamos comiendo bichos, que tanto os molestan y perjudican vuestros cultivos, hay muchos niños que nos matan. A algunos, hasta les gusta hacer atrocidades con nosotros: clavarnos palos, pisarnos, quemarnos, y otras salvajadas por el estilo.
Por eso, amigos, me he animado a escribiros esta carta, ya que soy el único sapo del mundo que sabe escribir. Nosotros los sapos, necesitamos de vuestra ayuda para salvar el planeta. Pero, para que podamos salvarlo, los sapos y los niños nos tenemos que respetar y querer, solo así seremos capaces de hacer que se conserven los bosques, que sigan volando los pájaros, saltando las truchas en los ríos y oyendo croar a nuestra primas las ranas.
Los animales queremos mucho a los niños y los niños debéis querer a los animales, cuidarlos, respetarlos, y protegerlos.
Todos juntos, sapos y niños, podemos salvar el planeta.
Recordad siempre que os queremos.
El sapo escritor.
Hoy, sin ninguna razón que lo justifique, he decidido compartirla con todos ustedes por si se animan a leérsela a todos los niños que puedan. A cuántos más, mejor. Sería bonito. Muy bonito. Sí lo hacen, déjenme algún mensaje contándome su experiencia. Muchas gracias.
"En homenaje a todos los que en su día dimos vida al Grupo Ecologista Acción Verde de Murcia, y, en especial, a María José Montesinos, periodista del Diario La Verdad de Murcia, que tantas veces nos prestó su espacio y su voz para divulgar nuestras actividades en pro del medio ambiente."