Lo reconozco, me he vuelto intransigente frente a la intransigencia. No estoy dispuesto a dar ningún paso atrás frente a los que atentan contra los avances sociales que desde la transición hemos ido conquistando sobre las luchas y las demandas de tantísima gente.
Ni un paso atrás en educación, ni en sanidad, ni en pensiones, ni en los derechos de la mujer, ni en la libertad sexual, ni en la libertad religiosa. Ni un paso atrás en derechos humanos y sociales, ni un paso atrás en igualdad, ni un paso atrás en los derechos de los inmigrantes porque los inmigrantes no son un problema sino una solución. Una solución a la necesidad de mano de obra que demandan la industria y los servicios y que muchos españoles no están dispuestos a hacer por lo que las empresas están dispuestas a pagarles. Una solución al desequilibrio demográfico y por tanto la única solución al futuro de nuestras pensiones.
Ni un paso atrás frente a la transición ecológica en el consumo, en el trasporte, en la industria, en la alimentación. La ecología por fin se percibe como algo global, urgente y prioritario, y no como un nimiedad propia de jóvenes utópicos y trasnochados como siempre nos han querido hacer ver.
En toda Europa soplan vientos de intransigencia que nos vuelven a hablar de razas arias, de enviar a las mujeres a sus labores, de enfervorizar a la juventud a base de consignas patrióticas y ondear de banderas, de atacar al diferente, de crear listas de buenos y malos. Malos por su forma de pensar, o de rezar, o por su forma de amar, o por el color de su piel.
En España aún estamos a tiempo de recobrar la cordura que en muchos lugares de Europa se está perdiendo.
Para ello, porque creo que España es diferente, porque considero que una Europa fuerte y unida es más necesaria que nunca, no pienso dar un paso atrás frente a la intransigencia.