jueves, 20 de noviembre de 2025

Llega la Navidad con sabor a mazapán

Con sabor a mazapán, o a turrón de Xixona, con un préstamo personal, o con la agenda llena de comidas, cenas y amigos invisibles. A mi hija Ana María le ilusiona la Navidad y, sin embargo, yo soy el Grinch, aunque por suerte aún no estoy verde del todo. Lo reconozco: tengo que cambiar, someterme a la alegría impostada y comercial, tirarme al despilfarro, regalar a destajo y recibir regalos que siempre son los mismos: calzoncillos, calcetines y libros. Acaba otro año. Las luces ya están puestas en las calles de los ricos, mientras que en las de los pobres siguen las farolas: una fundida y la otra a medio fundir. Los árboles y los adornos navideños inspirados en la tradición nórdica ganan la partida a los tradicionales belenes. Los panettones se imponen a las tortas de Pascua y a los cordiales. Amazon pasa por encima de El Corte Inglés. Esta mañana le contaba a mi hija, mientras íbamos en el coche rumbo al colegio, la historia del pavo navideño. Mi abuelo y, posteriormente, mi padre, cuando se acercaban las fechas navideñas, llegaban a casa con un pavo del tamaño de una avestruz. Un pavo vivo, con cara de pocos amigos, que iba directo al lavadero de la cocina. Allí quedaba encerrado, como un preso en el corredor de la muerte, hasta el día de su ejecución. Mi hermana y yo lo observábamos con asombro y con algo de pena, pero en el fondo sabíamos que, tras su ajusticiamiento, su codiciada carne daría un sabor incomparable al cocido y a las pelotas. El día de autos, mi abuela ejercía de verdugo. El hecho de que fuera ella la encargada de dar muerte al pavo le otorgaba, aún más si cabe, mayor autoridad en el ámbito doméstico. El arma reglamentaria era el palo de la escoba. Con él, mi abuela Mercedes retorcía el cuello al pavo, lo que en ocasiones suponía la muerte instantánea, pero en otras provocaba las situaciones de lo más esperpénticas. Como aquella en la que el pavo corría con el cuello colgando por toda la cocina y se coló por el pasillo de la casa hasta caer muerto en el comedor. Como les decía, a mi hija le encanta la Navidad; yo, qué puedo hacer, intentaré disimular…

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