domingo, 19 de febrero de 2012

El piano de Kiev



Lo primero que me llamó la atención de aquel apartamento de la señora Ludmila, ubicado frente al céntrico y lujoso hotel Premier Palace de Kiev, fue un enorme e inquietante piano. Como eran las dos y media de la madrugada tampoco reparé más en él y me fui a dormir con unas ansias locas de recobrar el calor corporal perdido. Los veinte grados bajo cero, sin duda, trastocaron, y mucho, las capacidades de adaptación climática de un viejo y achacoso mediterráneo como yo por aquellas gélidas tierras ucranianas.  
Al día siguiente, antes de salir a trabajar, embutiéndome en todo tipo de prendas alpinas, dispuesto a comerme Kiev, me di cuenta de la elegancia de aquella vivienda, ahora de alquiler, y que antaño, seguro, albergó a alguna familia de postín de la época comunista. Contradicciones de la vida, ya que ahora acoge, continuamente, a empresarios de medio mundo que vienen  aquí atraídos por un enorme y dinámico mercado en continuo crecimiento, al compás de la batuta del capitalismo, y quien sabe si, todavía aún, bajo la tutela de algún comunista trasnochado cuyos pies descansan en Moscú manejando invisibles hilos imperialistas por las antiguas repúblicas socialistas soviéticas.
Al regresar a la casa, aquel piano volvió a reclamar mi atención. Levanté, con curiosidad, la tapa que cubría sus teclas. Me entristeció ver como algunas de ellas se encontraban partidas y mudas, de tal forma que la nostalgia que me provocaba aquel colosal instrumento musical se vio acrecentada de ipso facto. Debajo de la tapa llevaba escrita, con unas letras doradas preciosas, la palabra Meklenburg, lo que me provocó unas enormes ganas de averiguar algo más de la procedencia de aquella instrumental reliquia.
Rápidamente, haciendo uso del moderno oráculo de google, descubrí que Meklenburg es una ciudad alemana que, por los repartos caprichosos de la postguerra, quedó bajo los designios del eje comunista, en la extinta RDA, mal llamada República Democrática Alemana. En esa zona por el 1875 se fabricaban más pianos que en ensaimadas en Mallorca. Así que imaginé, sin venir a cuento,  que para que este piano Meklenburg número 2265 acabará en Kiev, después de dos guerras mundiales, tuvo que correr toda suerte de peripecias y traslados.  Tras todos esos fatídicos acontecimientos, de los que fue testigo aquel piano, el hecho de que tan sólo tuviera tres teclas cercenadas, tenía un mérito incuestionable. Sin duda ese piano es todo un  ejemplo de supervivencia. Algo así como un celacanto de madera contrachapada.
A veces nuestras vidas son como la de este precioso piano. Comenzamos dando enormes conciertos, con el mundo rendido a nuestros pies, y al final, acabamos en un rincón maltrechos y olvidados después de haber dado miles y miles de tumbos por la vida, superando grandes batallas y, en algunos casos como el mio, por medio mundo.
Hoy, en Kiev, me sentí -por mis reconocidos excesos de empatía- como este viejo piano, aunque suena muy presuntuoso por mi parte; más bien me reconocí como un viejo organillo de feria. Solo, luchando contra el frío, la incertidumbre, la nostalgia y, sobre todo, contra mi mismo. Las luchas interiores son, casi siempre, las más perras.
Tanto en los pianos como en las personas la música va por dentro.

1 comentario:

  1. SIN COMENTARIOS, DEFINITIVAMENTE ALGO PARA REFLEXONAR, COMO MUCHAS DE LAS COSAS QUE SIEMPRE PASAMOS DESAPERSIVIDAS NOS PUEDEN DAR UNA LECCION DE VIDA, REFLEXIONEMOS, SOÑEMOS, VIAMOS, DISFRUTEMOS, POR QUE CUANDO QUERAMOS HACERLO SEREMOS ESE PIANO EN EL RINCON Y YA NO HABRA TIEMPO PARA REPARARLO...

    ResponderEliminar