Fui a ver al sabio de la piedra. El día era luminoso y los pájaros cantaban, desaforados, como queriendo violar con sus piares el silencio inmaculado de aquel bosque caducifolio. El sabio estaba allí, tal y como me habían contado, encaramado al pedrusco, con una túnica blanca, y una barba canosa, tan larga, que le llegaba más abajo de la cintura. Por fortuna para mí, y a pesar de las numerosas visitas que recibía, en ese momento no había nadie, y él dormitaba sobre una vieja jarapa tomando un relajante baño de sol.
-Buenos días, sabio Amin, disculpe que le moleste: ¿está usted despierto? -dije anunciando mi llegada.
-Incluso cuando duermo, estoy despierto. He alcanzado un estado mental en el que estar despierto o dormido para mí es la misma cosa - respondió con una voz tan melosa como un algodón de azúcar.
-Me parece increíble. Nunca pensé que algo así fuera posible -dije, abrumado, ante lo profundo de su afirmación.
-El hombre desconoce la mayor parte de sus capacidades -exclamó el sabio.
-¿Tenemos más capacidades de las que conocemos? -pregunté asombrado.
-Efectivamente. Miles, decenas de miles, cientos de miles de capacidades latentes que no usamos -matizó el sabio Amin.
-Señor: ¿usted cree que yo pueda llegar, algún día, a ser más feliz de lo que soy? -pregunté no sin cierto temor a su respuesta.
Entonces, el sabio Amin, poniéndose de pie frente a mí, me agarró las manos, me miró a los ojos y exclamó:
-Dime, amigo: ¿Qué es lo que te ha traído hasta aquí? -me preguntó con una mirada tan profunda que llegué a pensar que, al mismo tiempo, me estaría haciendo una colonoscopia.
-Quiero encontrar el camino de la felicidad - dije, expectante ante su respuesta.
-¿La felicidad? ¿Qué es para ti la felicidad? -me cuestionó el sabio, en un tono de voz menos meloso que el anterior.
-No sé, le dije. Tener pareja, hijos, un buen coche, ascender en mi trabajo, tener tiempo para leer, tal vez un aumento de sueldo, despertar admiración entre mis conocidos, algo así...supongo.
-¿No se ha tropezado, al subir, con un señor que bajaba? -preguntó el sabio Amin.
-No. No me he tropezado con nadie. ¿Por qué? -pregunté interesado.
-Él es un prestigioso cirujano. Tiene un trabajo por el que todo el mundo lo admira, una mujer guapísima y que fue modelo, unos hijos estupendos, una colección de coches de alta gama, viaja todos los veranos a Malí a operar gratuitamente a personas pobres de solemnidad...Pues aún así, no es feliz -me explicó el sabio.
-¿No es feliz? ¿Pero qué más le puede pedir a la vida ese señor? -planteé.
-¿Y qué es la vida? -me preguntó el sabio de la piedra.
-Nacemos, vivimos, morimos... La vida es aquello que trascurre desde el nacimiento a la muerte. ¿No es así? -exclamé con notoria inseguridad.
-Mira ese río, allá abajo. ¿Ves? El agua fluye desde el manantial, recorre un sinfín de kilómetros hasta llegar al mar, o evaporarse y formar parte de una nube, y ser lluvia, o tormenta, inundar pueblos, ahogar personas, o ser únicamente eso: ¡agua!.
-¿Nosotros somos agua? -pregunté desconcertado, sin entender con claridad su explicación.
-Nosotros somos agua, fuego, piedra, aire. Nosotros somos todo y nada. Forjamos países, historias, casas, muros que tan sólo habitan en nuestras cabezas pero que para la madre naturaleza, que todo lo rige, no tienen la más mínima importancia. Nos perdemos intentando crear lo que ya está creado, descubrir lo que ya está descubierto, y transitar los caminos que ya están transitados desde los orígenes del todo.
-¿Y qué es ese todo? -pregunté totalmente desbordado por la trascendencia que había adquirido la conversación.
-Este todo eres tú, soy yo, es el río, son esos pájaros que cantan al sol agradeciéndole que nos alumbre. ¿Tú le agradeces al sol todos los días que nos alumbra? -me preguntó el sabio Amin.
-No, nunca me planteé nada de eso -respondí con sinceridad.
-Entonces ya hemos dado con el motivo de tu visita. A partir de ahora te recomiendo que, todos los días, cuando te levantes, des gracias al sol por alumbrarte, y por alumbrarnos. Cuando él se apague todo habrá terminado.
-¿Y cuándo se apagará?- pregunté angustiado.
-No te preocupes. La pequeña llama que eres tú, se apagará mucho antes de que eso suceda. Tú y yo tan sólo somos una pequeña parte que se escapó de ese sol. Ve y disfruta. ¡Vive!. No busques tanto en lo que crees que no eres, o en lo que no tienes, disfruta del sol que te alumbra.
No sé si me sirvió de mucho o no, pero eso fue lo que sucedió aquel día y así he decidido contarlo. Ahora, cada vez que miro hacia el astro rey, lo veo de forma diferente.