El número 68 no me trajo demasiada suerte. En aquel concurso, mi obra paso sin pena ni gloria. Cosechó un fracaso sin paliativos. Quizás no supieron entender el mensaje de la simplicidad y contundencia de mi propuesta, y tan solo vieron el intento de un intruso en hacerse hueco en un mundo premeditado y diseñado para unos pocos. Es la segunda vez que me dan calabazas en un concurso de escultura, pero eso no me desanima para realizar un tercer intento, más que nada por si se confirma el dicho de "a la tercera va la vencida".
Cuando fuí a recogerla estaba así, plastificada como un gran preservativo con remiendos, y númerada como un corredor de fondo.
Agarrándola en brazos, la metí en mi coche en aquella nave de Beniaján, y la lleve de vuelta a casa, consolándola para que no se sintiera derrotada.
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