Martina, ni que decir tiene, que no se separó ni un instante de Venancio desde que este regresará del hospital. Lola, con ayuda del resto de las chicas, intentaba recomponer, de la mejor manera posible, los graves desperfectos que había sufrido la casa. Las cortinas se habían destrozado, junto a la totalidad del mobiliario de la sala de espera. Sin embargo, lo que más le dolió a Lola fue que destrozaran un precioso reloj de pared suizo, del que, cada cuarto de hora, salía un cuco ofreciendo su cu-cu tan característico, y al que ella le tenía un especial cariño. El reloj en cuestión acabó incrustado en la cabeza del subteniente Márquez, motivo por el cual tuvo que retrasar su marcha a la provincia africana del Sahara Occidental.
Venancio, al volver en sí, sorprendió a Martina rezando por él, por lo que prefirió continuar haciéndose el dormido para averiguar, hasta qué extremo llegaban su preocupación y sus plegarias.
-Virgencica mía, haz que se ponga bueno mi Venancio, yo le ayudaré a salir de aquí, él pobre no ha nacido para esto, ni yo tampoco, por el amor de Dios, Virgencica, ayúdanos -rezaba Martina.
-¿Dónde estoy? -dijo Venancio haciéndose el disimulado.
-En la casa, Venancio, ¿no me reconoces? ¡soy Martina! -dijo la jovencita con preocupación.
-Hola Martina, sí, sí, ya recuerdo todo, por un momento me había quedado en blanco -se justificó el montañes.
-Es normal, si me hubiesen pegado a mí un puñetazo como el que tú te llevaste, me hubieran mandado al otro barrio, pero dime, ¿cómo te encuentras, Venancio, estas mejor? -le preguntó la chica.
-Sí, a tu lado me siento mucho mejor -le dijo Venancio aprovechando la oportunidad que se le presentaba, sobre todo, después de haber escuchado los anhelos de la joven.
-¿En serio, te gusta estar a mi lado? -le preguntó sorprendida la joven.
-Claro que sí, Martina, me encanta como me tratas. Hace mucho tiempo que nadie me trataba como tú. ¿Sabes una cosa?: si alguna vez regresara a mi pueblo me encantaría que te vinieras conmigo. ¿Lo harías? -le preguntó Venancio por sorpresa.
-¿A pesar de que sabes a qué me dedico, te gustaría llevarme contigo? -le preguntó Martina, visiblemente nerviosa.
-¡Y eso qué importa!. A ver, dame un beso -le solicitó Venancio con la misma seguridad con la que se desenvolvía en la montaña antes de su llegada a Barcelona.
Sin pensárselo dos veces, Martina le dio un beso en la cara a Venancio e, ipso facto, se apartó ruborizada.
-No,no, así no. De esos me han dado muchos besos; me refería a un beso en la boca. Un beso de amor. De esos nunca me han dado ninguno. ¿Me darías un beso como si fuéramos novios? -le preguntó un Venancio totalmente desconocido.
Martina no dijo nada. Tan sólo se agachó un poco sobre Venancio, agarró su cara con ambas manos, pegó suavemente sus labios a los suyos, y le dió el beso más dulce y apasionado de toda su vida.
-¿Algo así era lo que querías? -le respondió la chica emocionada.
-No sé que decirte, Martina, ¿podrías repetir lo que acabas de hacer? -le insinuó el montañés.
-¡Tú sabes mucho, jovencito!- dijo Martina, y, diciendo esto, se abalanzó sobre el joven y le dio un beso tan apasionado que ninguno de los dos se percató de que Lola había entrado en la habitación.
-¡Martinaaaaaaaa, pierdete de mi vista inmediatamente! -gritó Lola, montando en cólera. Y, usted y yo, amiguito -refiriéndose a Venancio- tenemos mucho de qué hablar. ¡Pero muchoooo!
Bien por venancio ¡¡¡¡¡, parece ser que este último golpe recibido le ha sentado muy bien.
ResponderEliminarAhora la espera del próximo relato se me va ha hacer eterna ,le darán otro golpe ? , será en la cara?, o tal vez en el corazón ?
Por fin le pasa algo bueno a Venancio. Bien por él!!!!
ResponderEliminarJoder ya era hora de que Venancio empezara a recibir algo bueno, y no tantas ostias como se habia llevado hasta el momento. Todo lo bueno llega para el que sabe esperar......
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