-Pase, pase por favor. Siéntese. ¿O prefiere recostarse directamente en el diván?
-No sé, es la primera vez que vengo a terapia. Mejor comienzo en la silla. Luego, ya veremos si me acuesto o salgo por piernas.
-Tranquilícese señor Sandalio, ¿por qué ese es su nombre, no es cierto?
-Sí doctor, para gloria de la humanidad, Sandalio Rebollo Peinado, para servirle.
-¿Le molesta, por abreviar, si le llamo San?
-Ni mucho menos. Siempre he querido que la gente me llamara así, pero nunca lo he conseguido.
-¿Y cómo le llaman?
-Zapato, zapa, babucha, chancla, alpargate, bambo, de todo. Ahora me da igual, pero imagínese usted de pequeño...
-Me imagino, San. Me imagino. ¿Y cuál es el motivo de su visita? ¿Por qué, después de tantos años, busca usted apoyo profesional?
-Porque he perdido el sentido del humor.
-Eso es muy grave.
-Lo sé.
-¿Ha perdido algún sentido más?
-El de la orientación nunca lo tuve bien. Soy más peligroso con un mapa que Messi en el área pequeña.
-¿Le gusta a usted el fútbol?
-No. Lo odio.
-¿Y por qué ese odio tan visceral contra ese popular deporte?
-De joven jugaba al fútbol. Mis compañeros me escondían las botas y me dejaban en su lugar unas sandalias de playa. Se morían de risa mientras las buscaba. Siempre era el último en saltar a la cancha. Era horrible.
-Algunos adolescentes son gente malvada.
-Lo sé.
-Dígame San, ¿ha perdido algún otro sentido?
-Pues, ahora que lo pienso...creo que he perdido el sentido del ridículo.
-¿No siente ridículo?
-No, de hecho, al entrar la edificio, me he encontrado con un amigo y me ha dicho socarronamente: ¿cómo estas zapachanclas? Y me ha dado igual.
-¿Y qué le ha respondido a su amigo?
-¡Me cago en tus muertos!
-Creo que lo suyo no va a ser fácil.
-Lo sé.
-¿Qué más me podría contar?
-¿De qué?
-De su vida, de su juventud, de su infancia, de sus relaciones de pareja?
-No tengo pareja.
-¿Pero la tuvo?
-No, nunca he tenido pareja.
-¿Y eso? ¿No se siente atraído por nadie?
-No, nunca he sentido atracción por nadie, ni por nada en particular. Bueno sí, por un loro que vive conmigo.
-¿Cómo se llama el loro?
-Sam.
-¿Cómo usted?
-Sí, pero con eme, me gusta más Sam, queda más anglosajón.
-Entiendo. ¿Y desde cuándo vives con San con eme?
-Desde que murió mi padre. Mi madre murió cuando me traía a este mundo. Creo que por eso mi padre nunca me lo perdono, y por venganza me puso este nombre.
-¿Alguna vez se lo confeso?
-No, él era mudo.
-¿De nacimiento?
-No, por un trauma, vio como un camión atropellaba a su padre y perdió el habla.
-Pobrecito.
-No nada de eso. Mi padre, tras el atropello, heredó una fortuna importante.
-¿Usted a qué se dedica, Sam?
-Soy contable.
-Yo busco un contable. Acabo de enojarme con el mío. ¿Dónde tiene su oficina?
-Yo sólo cuento para mi. Cada uno que cuente lo suyo.
-No le entiendo, Sam.
-¡Qué no soy contable! Sólo cuento mi dinero. Crece, crece y crece. Y cómo gasto menos que un ciego en novelas...
-¿Y por eso huye usted de las relaciones, para proteger su capital?
-No. Nada de eso. Simplemente estoy mejor con Ofelia.
-¿Entonces sí tiene pareja?
-No. Ofelia es mi loro, es que es hembra. Es una lora.
-¿Tiene más animales en casa?
-Sí, dos peces rojos, pero con ellos no tengo tanta confianza.
-¿Por qué no?
-Porque se mueren muy rápido. Pero nunca dejo a uno solo. Cuando muere uno, automáticamente, voy a la tienda y lo remplazo por otro nuevo. Por eso no me da tiempo mucho a intimar con ellos.
-¿Algún otro animal?
-Sí. Un gato persa. Lo encontré en la calle perdido con su collar y su cascabel y todo. Él da buena cuenta de todos los peces que se van muriendo. Si viera usted cómo se relame los bigotes cada vez que se come uno.
-Dígame la verdad: ¿le gustan las mujeres?
-No.
-¿Y los hombres?
-No
-¿Y los batracios?
-No.
-Creo que para ayudarle, requeriré de ayuda de otro colega.
-Lo sé.
-¿Cómo qué lo sabe?
-Me ha ocurrido otras veces.
-¿Pero no me dijo usted que era la primera vez que hacia terapia?
-Sí, siempre lo hago para no asustar.
-Mire, Sam, con eme, si viene usted aquí a engañarme, no sirve de nada.
-Lo sé.
-¿Y, si lo sabe usted todo, para qué viene a terapia?
-Es que me aburro mucho hablando con los peces.
-Entonces se está planteando visitarme como una diversión, ¿es eso, verdad? Pretende que yo forme parte de su zoológico mental, a golpe de talonario.
-No, no. Yo siempre pago en efectivo.
-Pues sabe lo que le digo: ¿no le voy a aceptar como paciente?
-Lo sabía.
-¿Por qué lo sabía?
-Me sucede a menudo.
-Bueno, ya está bien, la consulta son cien euros.
-Le puedo hacer un cheque.
-¿Pero no me acaba de decir que sólo usa efectivo?
-Lo sé.
-¿Entonces?
-No tengo efectivo, ni cheques, ni tarjeta. Estoy loco.
-Pues si está usted loco, haga el favor de no hacer perder el tiempo a los demás. Y vaya usted al Seguro Social, necesita ayuda y mucha.
-Tome sus cien euros.
-¡Me está usted haciendo perder el sentido del humor!
-Lo sé. ¿Me puede dar cita para la semana que viene?
-Al salir, pídasela a la enfermera.
-Me gusta usted, doctor.
-¿En qué sentido?
-Aún no lo sé, por eso quiero volver la semana que viene.
-Me asusta usted, Sam, con eme.
-Lo sé. ¿Se ha dado cuenta de una cosa?
-De muchas, San.
-Con eme, por favor, si no es molestia.
-Sí, con eme.
-¿Se da cuenta de que contagio a la gente la pérdida del sentido del humor? Creo que soy un virus.
-Dicho así, tiene su sentido.
-Y cuando me vaya, se dará usted cuenta de que también habrá perdido el sentido de la orientación.
-¿Por qué está tan seguro?
-Porque no sabrá adónde ir, ni a quién llamar. Soy un virus. Tengo claro que soy un ente viral mucho más peligroso que el Ébola. ¡Hasta la semana que viene doctor! Cuídese.
Joderrr, menudo lío, ahora lo de Sam con eme es buenísimo, porque suena más anglosajón, jajaja
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