A veces, pobre de mí, pienso que hay personas esperando a que les escriba algo. Fantaseo con lectores ansiosos por leer mis ocurrencias, por estrujarse sus atolondradas neuronas con los mensajes que planteo entre líneas, como haría un visionario argentino de la autoayuda, o como un filósofo checo en el exilio.
A veces, pobre de mí, pienso en ellos. Pienso en mis lectores y los veo, ahí, en peligro, saturados de información, tras una infecta pantalla con más huellas que una playa en verano, repleta de polvo, bacterias y segregaciones varias. Los imagino: ellos en pijama, ellas en camisón; otros vestidos de uniforme reglamentario, otras de lagarteranas, otras y otros en pelota picada, sudando, respirando, tomándose una horchata de chufa bien fría, o zampándose un trozo de pizza cuatro estaciones.
Y, a la mayor de las infecciones contagiosas, al mayor de los riesgos a los que se someten voluntariamente mis osados lectores, son mis relatos.
-Es tu forma de escribir la que nos engancha -me han llegado a decir, apesadumbrados.
Si les engancho como una droga, debo de ser algo así como un camello del extrarradio que regala papelinas a las puertas de un bareto para enganchar a sus potenciales clientes en el consumo pernicioso de estupefacientes; un canalla que busca acólitos para generar en ellos una dependencia ideológica, casi sectaria, sin ninguna lógica, y sin ninguna utilidad práctica, ni económica. Soy un arquetipo de canalla, provinciano y madrugador, cuya única funcionalidad viene propiciada por una especie de exudación cutánea que segregan las yemas de mis dedos, y que componen aleatoriamente un desconcertado concierto sobre el teclado, cuyo resultado, en ocasiones, es una nueva, e infumable, publicación como esta que están leyendo, que me ayuda a mantener vivo este camino, que no conduce a ningún sitio, pero ni falta que hace.
Parafraseando a Zygmunt Bauman:
"El amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas."
Parafraseando a Zygmunt Bauman:
"El amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas."
El ejercicio de crear, de construir "cosas", es, aunque probablemente ya lo sepan ustedes de sobra, un sufrimiento, un flagelo, un parto con dolor al que uno, en plan sadomaso, le va cogiendo el gustillo.
Y para muestra un botón.
Pensándolo fríamente: ¿Qué es lo que pretendo construir? ¿Qué es lo que, con tanta insistencia, intento transmitir? Ojalá lo supiera...
Pensándolo fríamente: ¿Qué es lo que pretendo construir? ¿Qué es lo que, con tanta insistencia, intento transmitir? Ojalá lo supiera...
No es lo que intentas, si no lo que consigues. Sigue volviéndonos locos por favor.
ResponderEliminarLo intentaré, Mario. Lo seguiré intentando. Eso sí, espero que no me demandes por daños y perjuicios.
Eliminareso de sadomaso no me gusta ... ojala y me imagines peinada jajaja
ResponderEliminarClaro, Maricruz, te imaginaré con la cara lavá y recién peiná...como dice la vieja canción.
EliminarConstruyes buenos relatos y transmites interés por leerlos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Siempre me elevas la moral, Amalia. Mil gracias.
EliminarConstruyes afecto. Das sentido a la soledad, salvas las palabras.
ResponderEliminarSeguiré aprendido de ti. Saludos, Anuar.
EliminarNo sé qué es, pero a mi ya me tienes esperando la siguiente entrada....! ;)
ResponderEliminarUn abrazo jfb =))))
Qué lindo, Liliana, muchas gracias.
EliminarSiempre se queda uno con una duda, un pensamiento, una reflexión...
ResponderEliminarGracias.
Así es Dyhego, vivimos en una eterna duda. Saludos
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