Está frente a mí. Es alto. Cara redonda y papada generosa; lo que viene siendo una cara de pan. Lleva el pelo rapado para disimular una calvicie prominente. Diría que pesa entre noventa y noventa y cinco kilos. Parece bañado en un perfume que me recuerda al Barón Dandy de toda la vida, contaminado por el olor de una loción de afeitado, muy a la antigua usanza. Corbata con motivos arabescos en negro y granate. Traje oscuro. Anillo grueso de oro blanco, o plata de la que cagó la gata. Camisa blanca tirando a beig. Y, sobre todas esas capas de ropa, luce una chubasquero color caqui.
El señor que hay frente a mí no se ha percatado de la minuciosa observación a la que lo estoy sometiendo. Casi una evaluación psicotécnica, podríamos decir. Ha pedido un café con leche y un croasán. Le pone dos sobres de azúcar. Lo prueba. Se levanta de nuevo y coge otro sobre de azúcar. Lo añade, lo prueba, y parece que ya está a su gusto.
Come con urgencia, como si se le escapara el vuelo rumbo a quién sabe dónde. Mira su móvil. Repasa el wasap. Responde una llamada en un idioma que podría ser croata, o serbio, o cualquier otro idioma de los Balcanes. El Café Nero del aeropuerto Franjo Tudman de Zagreb está muy concurrido a estas horas de la mañana.
La víctima, a la que disecciono minuciosamente como un forense, sigue frente a mí. Apura su café sin dirigirme una mirada. Abre su bolso y saca una pequeña libreta de hojas de cuadros, sobre la que anota algo con una pluma estilográfica como de otra época. Realiza una llamada y, mientras habla con alguien en un tono más bien ofuscado, escribe con una letra tan ilegible y confusa como su futuro.
Vuelve a mirar la pantalla de su teléfono móvil, como esperando algo. Impaciente, repasa varias aplicaciones de mensajería instantánea. Se limpia la boca con una servilleta y repasa sus dientes con otra.
Mira su billete de avión para cerciorarse de la hora del embarque. Guarda el ticket del desayuno en su cartera para justificar el gasto. Entonces, es cuando reparo en que sus ojos son profundamente azules y que sus manos son el doble de grandes que las mías. Le noto tenso. Quién sabe si preocupado por la salud de su esposa, o por la de uno de sus hijos, o por las fluctuaciones de la bolsa de Dusseldorf. Tal vez siente la presión de los resultados de su empresa, o de los resultados que obtiene para la empresa que trabaja.
De nuevo otra llamada. Otra conversación acalorada. Otro gesto contrariado. Se levanta de la silla. Por fin, ese señor que desayunaba frente a mí, como si yo no existiera, me ha regalado una mirada. Ha sido una mirada vacía, inocua, circunstancial. Tras lo cual, con desgana, me ha dicho bye.
Creo, sin temor a equivocarme, que era un tipo normal.
Demasiado normal, me temo. Un beso
ResponderEliminarSeguramente. BesitoS.
ResponderEliminarValgame Dios... has dejado al pobre tiritando con tu descripción, ja ja ja, menos mal que a mi no me ves sino.... me das pal pelo, ja ja ja.
ResponderEliminarBuen finde y un abrazo.
También a mi me gusta eso de observar a las personas en la calle, en los medios de transporte, en los bares e imaginar sus historias de vida.
ResponderEliminarLo que, obviamente, luego no puedo comprobar si acierto o no con mis supuestos.
Tal parece, tu observado, era un pobre tipo sin tiempo ni siquiera para disfrutar del aroma y sabor de su café.
Abrazo sureño
Sería un tipo normal,seguro,pero lo has relatado de manera impecable!!
ResponderEliminarTe felicito!!
Besucos
Gó
Con lo difícil que se vuelve mantenerse dentro de la normalidad en estos días aciagos...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Muy bién escrito y relatado. Te aseguro que era un tipo como otro cualquiera, quizá fuera un amigo si se le conociera pero, en esos momentos donde los sentimientos nos guian a interpretar a las personas, a el le tocó la chica de una frialdad donde yo al leerte e imaginarlo, era un chorizo asqueroso...pero si lo conociera, que quieres que te diga, pudiera ser un amigo del alma...
ResponderEliminarMuy buen relato
Hay tantas miradas así en mitad de la ciudad. Me ha gustado mucho este momento que nos describes. Las situaciones así son las que desencadenan algunas veces las grandes historias.
ResponderEliminarBesos :)