Se me acumulan los relatos sin publicar mientras me dejo los ojos leyendo a Murakami. Mis relatos son una mierda, lo sé, pero Murakami es un Dios. Treinta veces mejor que el mejor de los Nobel de Literatura. Los de la Academia Sueca se hacen los suecos para no darle el premio al único escritor vivo que se lo merece. Ahora vuelo entre turbulencias —disculpen que siempre les escriba al vuelo—, al lado de una señora oronda con el pelo teñido de rojo fuego. Su voluminoso cuerpo reduce mi espacio vital hasta convertirlo en una celda de castigo. Por fortuna, no sufro de claustrofobia. Escribo, por tanto, encogido en este vuelo que despegó de Barcelona rumbo a Zagreb, leyendo a Murakami y, de ahí, agarraré otro que me lleve hasta Sarajevo.
La señora —no sé si decir mi carcelera—se ha pasado el vuelo viendo fotos de un viaje; tal vez el viaje de su vida, o, con toda probabilidad, del viaje del que regresa felizmente a su querida Croacia.
Yo, por desgracia, regreso a Bosnia con menos asiduidad de lo que regreso a Murakami. La señora del pelo rojo, que invade mi espacio vital, también regresa. Ir y venir. Volver. Irse de nuevo.
La vida es un camino perpetuo de idas y venidas, en los que uno regresa, siempre que puede, tanto a sus orígenes como a sus obsesiones.
No. No entiendo adónde quiero llegar con esto que les escribo. Con tanto viaje, me debo estar perdiendo. El retratista —el personaje central de la última novela de Murakami— perdió a su hermana cuando ésta tan sólo contaba con doce años y él a penas tenía quince.
Pensaba en eso, y en la impresionante descripción que el japonés hace de la niña amortajada, cuando decidí interrumpir la lectura y ponerme a escribir. Entonces fue cuando, sin querer, vi en las fotos del móvil de la gran señora del pelo rojo, una foto suya desnuda que se había tomado sobre el reflejo de un espejo, en lo que parecía la habitación de un sencillo hotel de a cuarenta euros la noche.
Ella miraba su desnudo detenidamente, con embeleso, cambiando con frecuencia el ángulo de la pantalla, sin percatarse de que su orondo cuerpo estaba al alcance de mi vista, o tal vez para ello.
Tras lo cual, encontré la conexión que le faltaban a estas letras antes de tomar tierra: tal vez mi compañera, adicta a los tintes rojos, le enviaba su retrato de cuerpo entero al personaje de la novela de Murakami para que, de esa guisa, la inmortalizara en uno de sus retratos.
Espero que el artista no cobre por centímetro cuadrado.
Besitos.
ResponderEliminarPues si que tenia las tetas grandes �� ?le habrian gustado a Murakami?
ResponderEliminarQué señora más indiscreta. Un beso
ResponderEliminarPues sí, Murakami tiene mucha publicidad positiva, casi que parece comprada... Pero tampoco vamos a pensar tan mal, ¿o sí?
ResponderEliminarSaludos,
J.
A mi me da igual la publicidad. O algo me gusta o no. Lo de los premios Nobel, Pulitzer, Booker y Arcoiris de los Guiris si que es in engaño, pura politica, perras y compañia.
EliminarLeer lo que os guste y vivir como os guste. No os dejeis influenciar ni guiar por la multitud y menos por los llamado lideres.
Buscad la libertad de pensar, elegir, leer, escribir, decir LO que pensais.
!!!No a lo que nos imponen los politicos y los periodistas!!!
Jajajaja Morí con el cierre de tu relato: "espero que el artista no cobre por cm cuadrado" Y ni hablar de lo gracioso que me resulta el retrato.
ResponderEliminarRespecto a Murakami...ni se me ocurriría polemizar. Es así de simple: Algo te gusta o no. Bueno, pues a mi no me atrapa ni siquiera por estar aburrida. Lo intenté, pero no me interesa leer a Murakami.
Y sí me gustan tus relatos, por eso los leo siempre.
Abrazo
Seguro la mujer lo hacia con clara intención de mostrarse, no sólo de verse
ResponderEliminar=)
P.D
una frase que me llevo
"La vida es un camino perpetuo de idas y venidas, en los que uno regresa, siempre que puede, tanto a sus orígenes como a sus obsesiones.
Compartimos gusto por Murakami, he leído todo lo publicado en Espña, y tengo sobre mi mesita de noche su última novela en cola de espera. También me encanta observar a la gente con la que me encuentro y hasta astibar por encima de su hombro lo que leen, miran o escriben.
ResponderEliminarImagino como trataría Murakami a esta señora oronda y de pelo rojo sin complejos para un desnudo integral...y se me afilan los dientes literarios.
Un beso,