lunes, 3 de febrero de 2025
La diferencia
Qué quieren que les diga: como se escribe en las presurizadas tripas de un Airbus A300-200, sobrevolando el océano Atlántico rumbo a Centroámerica, no se escribe en ningún sitio. Y eso a pesar de la muchedumbre que, a mi alrededor, intenta distorsionar y confundir mis ínfulas literarias con sus idas y venidas, con sus voces, con sus melódicos ronquidos, o con el embriagador olor de sus pies. Krzystof viene conmigo; o más bien podría decir que lo he sacado a la fuerza de su helada Varsovia para acercarlo, por unos días, a una nueva dimensión. Allí, en el aeropuerto de Ciudad de Guatemala nos estará esperando Carlos, cubano mexicanizado y con pasaporte español, que, por cuestiones profesionales, que no vienen al caso, hace días que goza de un nuevo estatus, o, metafóricamente hablando, inicia su andadura vital en una nueva dimensión. Este viejo viajero que les escribe, que pronto será abuelo, vivirá una semana en la dimensión de los grandes viajes, que es una dimensión que inauguré hace veinticinco años y que me ha llevado a viajar por todo el mundo vendiendo champú, para no ser menos que el mítico comerciante italiano Marco Polo. En todo viaje grupal hay muchos viajes. De hecho, cada uno de nosotros tres viajará a su yo interior de la mano de lo exterior, en el que cada paisaje, cada paisano, cada comida, cada sonido, o cada experiencia, será tamizada e interpretada en base a la cultura y la visión del mundo que nos moldea. Y ese molde, cargado de prejuicios que nos atenazan sin que nos demos cuenta, se rompe en mil pedazos cuando nos lanzamos al vacío -que suele estar lleno de todo lo que desconocemos- y observamos el mundo que se abre ante nosotros con los ojos del corazón. Y es entonces, en esa especie de epifanía, cuando comenzamos a entender el infinito valor de lo diferente. Lo diferente, le pese a quién le pese, es la gran dimensión. La diferencia, para mí que no soy nadie, lo es todo.
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