miércoles, 30 de abril de 2025

El futbolista que fui

Llegué el balompié de manera solidaria. En el colegio, los duros y malotes formaban el temido equipo de los recreos. Si jugabas medio bien te aceptaban en el grupo y si eras un tuercebotas te quedabas fuera. Eran, o pretendian ser, la élite de los machos alfa, de los que mandan porque sí. Yo renunciaba a pertecer a semejante club y jugaba en el equipo de los torpes, los gorditos, los gafotas y los amanerados. Es decir, de los que no cuadraban con los duros del colegio. Pero, claro, había una diferencia, yo sí sabía jugar, y pelear, y correr más que ellos que, en muchos casos, con trece o catorce años, no paraban de fumar, y no solo tabaco... Así fue como comencé a destacar con el balón. De jugar en el equipo del colegio, pasé a jugar en el equipo del barrio. Del equipo del barrio a la tercera división. Y de ahí,tras aburrirme, a tomar viento fresco. Nunca me centré en el fútbol porque en el fondo, había algo de todo ese mundo que no me cuadraba. De hecho, a día de hoy, pese a que disfruto viendo un buen partido de fútbol, no me siento identificado con ningún club. Creo que el fútbol, como tantas otras cosas en la vida, está sobredimensionado. Simplemente es un negocio. Un negocio repleto de claroscuros.

lunes, 28 de abril de 2025

La culpa

Cuando Franqui Tom se quiso dar cuenta ya era demasiado tarde. Ella se había marchado con su entrenador personal a un viaje por el Amazonas y de ella tan solo le quedaron unas fotos y una nota de despedida en el aparador. Bueno, y un tanga y un calcetín desparejado que se habían quedado escondidos en el tambor de la lavadora. En realidad él ya se imaginaba que la cosa no iba bien. Primero desaparecieron los besos. Luego se esfumaron los detalles. Últimamente la casa siempre estaba vacía y fría. Se sucedieron fines de semana de ausencias más o menos justificadas. Follar no se follaba y, si se hacía, el acto parecía más un ejercicio de cardio que una muestra de amor apasionado. En principio Franqui se sintió culpable. A los días frustrado. Luego esa sensación viró hacia el resentimiento. Después al odio. Y necesariamente aquel carrusel de emociones acabó en el diván de un terapeuta con acento argentino que era uruguayo. De ahí al Tinder por prescripción facultativa. Al poco se sucedieron las citas. Se apuntó al gimnasio. Un barbero premiado en cientos de eventos de la cosa de los pelos lo cambio de imagen. Al parecer, la barba afilada le confería un toque de tipo duro que gustaba. Empezó Franqui a pisar fuerte, a sentirse capaz, incluso mucho más de lo que antes se sentía cuando vivía con Bania. En menos de tres meses Franqui le había dado la vuelta a su derrota para convertirse en ganador. Lo peor fue la moto. En realidad a él nunca le habían gustado las motos, y menos las de gran cilindrada, pero resultó que el triunfador de su gimnasio llevaba una como la que Franqui, para no ser menos, se acabó comprando. Fue su última compra. Un quitamiedos le quitó la vida una semana justo después de estrenarla. A su entierro, junto a su madre, y los escasos familiares con los que mantenía cierta relación, acudió Bania. Su entrenador personal era un imbécil. El viaje por el Amazonas y los meses que les siguieron fueron una absurda y dolorosa pérdida de tiempo. Bania, abrazada a la madre de Franqui, le reconoció: -Yo tengo la culpa, Marisa. Yo tengo la culpa de todo este desastre, de no haberlo abandonado estoy segura de que nada de esto hubiera ocurrido. -¿Y por qué lo hiciste, Bania? ¿Por qué? -le increpó la madre con los ojos llenos de lágrimas... Y Bania no le respondió, porque, en realidad, no sabía la respuesta.

lunes, 21 de abril de 2025

El cuento del dromedario y la tortuga

Una tortuga muy dicharachera y testaruda retó a un tranquilo y enorme dromedario que pasaba por allí. -¿Te apuestas tres lechugas romanas a que paso más tiempo que tú sin beber agua, grandullón? El dromedario, eufórico por lo fácil que, a priori, le parecía la apuesta, aceptó. Ese día, como todos los anteriores, el sol caía por castigo. Las temperaturas rondaban los cincuenta grados y ni tan siquiera a la sombra se podía vivir. Y pasó un día, y otro, y otro, y ambos renunciaron a beber agua para no perder la apuesta. A la hora de la siesta del quinto día, cuando el sol castigaba con más ahínco, el dromedario miró hacia el bebedero que rebosaba de agua fresca y, sin poder remediarlo, metió dentro el hocico -que ya estaba más reseco que una boñiga al sol- y se lo bebío todo sin pestañear. La tortuga que, con un ojo abierto, había visto como el dromedario daba por perdida su apuesta, exclamó: -¡He ganado, grandullón! me debes tres lechugas. -Tienes razón tortuga, iré al DesierDona y te las compraré... -¡Qué sean romanas, que son más grandes y más sabrosas, que las de corazón no me gustan, parecen de plástico...-le exigió la tortuga, que parecía saber tanto de agricultura como de ganar apuestas. -Así lo haré -dijo resignado el dromedario. -Pero escucha, para, te propongo otro reto... -A ver, dime -exclamó el grandullón. -Si me dices qué has aprendido del primer reto te perdonaré las tres lechugas -le planteó el pequeño reptil. -Pues he aprendido que no hay que prejuzgar a nadie por su apariencia. En verdad, te creí pequeña y débil y me he dado cuenta de que estaba equivocado. La verdad, casi muero de sed por despreciar tus capacidades -reconoció. Y así fue como la tortuga le perdonó las tres ricas lechugas romanas al viejo dromedario. Dicen los turistas que visitan las proximidades del oasis de Tozeur que, con frecuencia, se ve pasear a un viejo dromedario junto a una tortuga, como si fueran amigos de toda la vida. -¡Parecen inseparables- exclaman sorprendidos los visitantes ante tan simpática y atípica pareja.

miércoles, 16 de abril de 2025

Prohibido sentarse

La silla desestructurada, amorfa, imposible, de tortura. La silla eléctrica, la silla de montar, el Cerro de la Silla. El que fue a Melilla perdió su silla -decíamos de niños, cuando robábamos la silla a algún compañero que se había ausentado. Hay sillas incómodas, poltronas de gerifalte, silletas de playa, sillas de director, de confidente, de cocina, de madera, de forja. Sillas de influencer, sillas apilables, sillas de plástico blanco que se ennegrecen a los dos días. Sillas de mimbre, de enea. Sillas ergonómicas. Sillas en las que está prohibido sentarse porque pertenecen a un culo augusto e inviolable. La famosa silla "Serie 7" la más vendida de la historia de la silla. Y, por último, está esta silla loca, en la que por la autoridad que me confiere mi propia persona, y mi propia constitución, he prohibido terminantemente que nadie se siente. En mi silla mando yo, faltaría más...