miércoles, 30 de abril de 2025
El futbolista que fui
Llegué el balompié de manera solidaria. En el colegio, los duros y malotes formaban el temido equipo de los recreos. Si jugabas medio bien te aceptaban en el grupo y si eras un tuercebotas te quedabas fuera. Eran, o pretendian ser, la élite de los machos alfa, de los que mandan porque sí. Yo renunciaba a pertecer a semejante club y jugaba en el equipo de los torpes, los gorditos, los gafotas y los amanerados. Es decir, de los que no cuadraban con los duros del colegio. Pero, claro, había una diferencia, yo sí sabía jugar, y pelear, y correr más que ellos que, en muchos casos, con trece o catorce años, no paraban de fumar, y no solo tabaco... Así fue como comencé a destacar con el balón. De jugar en el equipo del colegio, pasé a jugar en el equipo del barrio. Del equipo del barrio a la tercera división. Y de ahí,tras aburrirme, a tomar viento fresco. Nunca me centré en el fútbol porque en el fondo, había algo de todo ese mundo que no me cuadraba. De hecho, a día de hoy, pese a que disfruto viendo un buen partido de fútbol, no me siento identificado con ningún club. Creo que el fútbol, como tantas otras cosas en la vida, está sobredimensionado. Simplemente es un negocio. Un negocio repleto de claroscuros.
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Camiseta del Betis
ResponderEliminarMás oscuros que claros, diría yo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Quedan pocas cosas que al día de hoy no se hayan vuelto un negocio, lamentablemente.
ResponderEliminarSaludos,
J.