martes, 19 de agosto de 2025

Verano de fuego

El fuego. Siempre el maldito fuego. Fuegos primigenios y fuegos de ultimísima generación. Fuegos imparables que lo arrasan todo a su paso. España arde, por los cuatro costados, porque es un país inflamable y en permanente combustión. Nada somos ante el fuego, ni ante el agua, ni ante el viento, ni ante el rugir de la tierra. El fuego se traga lo mismo un Maserati, pagado al contado, que un tractor financiado a seis años. Arden los chalet en Guadarrama, y los pazos en Galicia, y, aún con la llama más viva, los poblados chabolistas de las afueras. Arden los pinos y arden las encinas. Arde, todo arde incluso aquello que pensamos que no arde. Arden las conciencias y las inconsciencias. Arden las leyes y los políticos. Arde el pobre, y el rico, por unos segundos, mira la escena desde el televisor, antes de cambiar a Netflix, porque en Netflix no hay noticieros dando la tabarra con los incendios. Arde el bombero y arde el vecino. Arden los pueblos y los caminos. Arde, que bien arde todo, joder... Y qué pronto se olvidan los fuegos cuando se apagan. Y los noticieros vuelven a hablar de política, de guerras lejanas que cada vez están más cerca, de okupas, de pateras, de expulsiones, y de fútbol, de mucho fútbol, y de que regresan las lluvias al Cantábrico. Y los niños al colegio. Y la gente al currelo. El fuego es el infierno. El puto infierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario