miércoles, 3 de septiembre de 2025

¡Cuidado con el dragón!

Hoy, por ejemplo, es uno de esos días en los que me pongo a escribir y no sé ni por dónde empezar. Pienso en esas playas cerradas por culpa del temido dragón azul. Pienso en la salmonelosis. Pienso en los carcinomas. Pienso en la fátiga de los repartidores de cerveza. Pienso en la panza agradecida de los que se la beben bien fresquita. Pienso en la sobrevaloración metafísica de las vacaciones. Pienso en las kilométricas retenciones de las autopistas o en las carreras histéricas en los infinitos pasillos de los aeropuertos. A veces pienso, también, en mosquitos tigre, en tábanos, en ladillas, en rozaduras provocadas por las chancletas de playa. Otras veces me obsesiono, sin venir a cuento, con los aficionados a buscar tesoros en las playas con detectores de metales, y en sus miles de frustraciones, y en su paciencia infinita, y en su pasmosa absurdez. En el fondo, muy en el fondo, todos tenemos algo de absurdos, pero no por ello nos sentimos ni mejor ni peor. Lo importante -es lo que pretendo decirles- no es irse de vacaciones: salir de Madrid, o de Barcelona, o de Puente Tocinos, como el séptimo de caballería, o como el que se quita avispas del culo, lo importante es volver, es sobrevivir, es regresar, porque, hete aquí el quid de la cuestión, regresar significa adquirir el derecho inalienable para volver a irse. Y es qué, si lo pensamos bien, todo en la vida es un ir y venir. O algo así. Para mi descargo, les diré que todo esto que les escribo puede ser fruto de la calor. El sol, en Murcia, es que se las trae.

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