jueves, 18 de septiembre de 2025

Mi madre

A través de un grupo de wasap que han creado unos primos, por parte de mi familia materna, he recuperado esta foto. En ella aparece mi madre de soltera en Los Alcázares, una de las playas más populares de la Región de Murcia. Tal vez esta foto fue tomada en los años sesenta. Observo su cara y la veo guapisima, sonriente, mirando hacia alguien que se estaba bañando en unas plácidas aguas protedidas por una pequeña isla. De no haber fallecido, hoy podría estar esperando mi llamada, o una visita con su nieta Ana, o de mi hija Yolanda para presentarle a la que sería su bisnieta Julia. Tendría 82 años y podría cocinar, jugar al bingo, al parchis, o ir al baile en el centro de la tercera edad de La Flota. Pero no pudo ser. Su vida se vio acortada por los problemas y por el maldito cáncer. Y nos quedamos sin ella. Se marchó físicamente pero sigue en mí, sigue aquí, a mí lado, acompañándome en mis viajes y en mis dudas, en mis penas y en mis alegrías. Una madre nunca se marcha del todo, solo se ausenta.

jueves, 11 de septiembre de 2025

Un nuevo proyecto literario

Con los nervios a flor de piel, como si fuera la primera vez y no la séptima, espero la salida de la imprenta de mi segunda novela. Tras cinco libros de relatos, muchos de los cuales han nacido en este blog, ahora, en parte, de este viejo blog nace mi segunda novela. Me parece maravilloso todo lo que está surgiendo de este blog que nació como un pasatiempo, continuó como una tabla de salvación, y que ahora se ha convertido en un armario sin fondo del que están saliendo cosas maravillosas. Nada es como comienza sino como termina. ¡Larga vida a este blog! El camino se sigue construyendo día a día.

lunes, 8 de septiembre de 2025

Homenaje al calamar

Desde que tengo memoria me gustan los calamares. A la romana, a la andaluza, a la plancha, rellenos, o como parte de otros exquisitos platos como la paella de marisco o el arroz negro, que si es negro es gracias a la tinta del calamar y no a la retorcida conciencia del cocinero. Sirvan este collage y esta brevísima entrada como un sincero y sencillo homenaje al calamar, ya que he llegado a la conclusión de que todo el mundo los disfruta pero nadie les rinde el tributo que se merecen. ¡Larga vida al calamar!

miércoles, 3 de septiembre de 2025

¡Cuidado con el dragón!

Hoy, por ejemplo, es uno de esos días en los que me pongo a escribir y no sé ni por dónde empezar. Pienso en esas playas cerradas por culpa del temido dragón azul. Pienso en la salmonelosis. Pienso en los carcinomas. Pienso en la fátiga de los repartidores de cerveza. Pienso en la panza agradecida de los que se la beben bien fresquita. Pienso en la sobrevaloración metafísica de las vacaciones. Pienso en las kilométricas retenciones de las autopistas o en las carreras histéricas en los infinitos pasillos de los aeropuertos. A veces pienso, también, en mosquitos tigre, en tábanos, en ladillas, en rozaduras provocadas por las chancletas de playa. Otras veces me obsesiono, sin venir a cuento, con los aficionados a buscar tesoros en las playas con detectores de metales, y en sus miles de frustraciones, y en su paciencia infinita, y en su pasmosa absurdez. En el fondo, muy en el fondo, todos tenemos algo de absurdos, pero no por ello nos sentimos ni mejor ni peor. Lo importante -es lo que pretendo decirles- no es irse de vacaciones: salir de Madrid, o de Barcelona, o de Puente Tocinos, como el séptimo de caballería, o como el que se quita avispas del culo, lo importante es volver, es sobrevivir, es regresar, porque, hete aquí el quid de la cuestión, regresar significa adquirir el derecho inalienable para volver a irse. Y es qué, si lo pensamos bien, todo en la vida es un ir y venir. O algo así. Para mi descargo, les diré que todo esto que les escribo puede ser fruto de la calor. El sol, en Murcia, es que se las trae.

martes, 19 de agosto de 2025

Verano de fuego

El fuego. Siempre el maldito fuego. Fuegos primigenios y fuegos de ultimísima generación. Fuegos imparables que lo arrasan todo a su paso. España arde, por los cuatro costados, porque es un país inflamable y en permanente combustión. Nada somos ante el fuego, ni ante el agua, ni ante el viento, ni ante el rugir de la tierra. El fuego se traga lo mismo un Maserati, pagado al contado, que un tractor financiado a seis años. Arden los chalet en Guadarrama, y los pazos en Galicia, y, aún con la llama más viva, los poblados chabolistas de las afueras. Arden los pinos y arden las encinas. Arde, todo arde incluso aquello que pensamos que no arde. Arden las conciencias y las inconsciencias. Arden las leyes y los políticos. Arde el pobre, y el rico, por unos segundos, mira la escena desde el televisor, antes de cambiar a Netflix, porque en Netflix no hay noticieros dando la tabarra con los incendios. Arde el bombero y arde el vecino. Arden los pueblos y los caminos. Arde, que bien arde todo, joder... Y qué pronto se olvidan los fuegos cuando se apagan. Y los noticieros vuelven a hablar de política, de guerras lejanas que cada vez están más cerca, de okupas, de pateras, de expulsiones, y de fútbol, de mucho fútbol, y de que regresan las lluvias al Cantábrico. Y los niños al colegio. Y la gente al currelo. El fuego es el infierno. El puto infierno.

miércoles, 30 de julio de 2025

Virtudes y desvirtudes

Soy muy torpe, lo reconozco. Cuando me invitaron a esa caminata de solteros sentí que algo no saldría bien. Estoy gafado para las cosas del querer. Bueno, creo que para casi todo, para qué nos vamos a engañar. La cuestión es que, pese a ese mal presentimiento, tonto de mí, fui. La cosa daba comienzo temprano para evitar el calor. En verano, aquí, el tema del calor es algo muy serio. Tal vez por el hecho de que aún estaba un poco oscuro, no me acordé de coger la gorra. Me di cuenta justo cuando comenzaba la marcha y una señora entrada en años, y en carnes magras, se puso a mi lado para hablarme de todas sus experiencias conyugales, las cuales, al parecer, habían sido tan numerosas como desafortunadas. Cuando llevábamos andados poco más de dos kilómetros, y el sol comenzaba a dar castigo, me dijo que se llamaba Virtudes, que tenía 63 años, tres hijos varones y casados, un perro, un gato capón, un loro que le regaló su segundo esposo cuando aún le hacia regalos, un acuario tropical de 96 litros con dos docenas de guppys, y una hipoteca que se le clavaba todos los meses hasta en el hipocampo. Yo le intenté decir que tengo depresión, que mi esposa se había marchado a vivir a Barcelona con su profesor de pilates, que me acababan de despedir del trabajo por baja productividad y que iba hasta arriba de ansiolíticos. Sin embargo, pronto me di cuenta de que entre las virtudes de Virtudes no estaba la de escuchar, así que desistí de contarle mis calamidades y proseguí en la sodomizante escucha de sus peripecias. Ella hablaba y hablaba y el sol apretaba. La caminata seguía al mismo tiempo que Virtudes desvirtuaba el virtuosismo de aquella virtuosa actividad. Sentí, o creí sentir, como sus palabras me hipnotizaban. El camino se empinaba cada vez más. La gente hablaba y se emparejaba porque para eso era la marcha, y no para hacer un censo de ardillas. -¿Estás bien? -me preguntó Virtudes. -No siento las piernas, esto es un infierno -le dije. Pero qué graciosos eres...por cierto, aún no me has dicho ni cómo te llamas -se interesó la buena señora. -Rodolfo Revilla Rodilla, para servirle. -¡Pero que bromista! No seas tontito, dime la verdad...Y creo que fue ahí cuando tropecé con una piedra, perdí el equilibrio y caí rodando por una cuneta. Ahora llevo escayolado el brazo derecho, y estoy todo magullado. Lo bueno es que de Virtudes no he vuelto a saber nada, aunque me temo que alguién del grupo le pase mi número de móvil. No sean como yo y háganle más caso a sus instintos, se lo aconsejo. Mientras que les escribía esto, ha sonado el teléfono y como todos estarán pensando -y están en lo cierto- era Virtudes. -Rodolfo: tenías que haberte puesto una gorra, y no te habrías desmayado por la insolación. La próxima vez te la traes...Por cierto, guapetón ¿cuándo quedamos para tomar un café?. Y ahí fue cuando le colgué. Aún no estoy preparado para el amor.

lunes, 28 de julio de 2025

Aparentar

Cada vez hay más gente aficionada a aparentar. Estos días la polémica política española viene dada porque hay muchos políticos que se atribuyen carreras y estudios que no han terminado o estudiado nunca. Cuando salgo al mundo con mi traje de formador lo primero que digo es que soy camarero, y que me titulé, con un aprobado raspao, en la barra del Bar Josepe. Soy, por tanto, un gran ignorante que lleva más de medio siglo luchando para dejar de serlo. Cuando imparto formaciones por Latinoamérica mucha gente se dirige a mí diciéndome "licenciado" y yo no soy el Agente 007, ni tengo licencia para matar. Mi única licencia es la de conducir y tengo que mirar que no esté caducada, no vaya a ser el demonio que me paren los de tráfico y me den el verano. Cuando jugaba al fútbol me decían futbolista. Cuando plantaba árboles, a troche y moche, me decían ecologísta. Cuando hacia esculturas me llamaban escultor. Cuando dibujo o hago collages me dicen artista. Cuando publico un libro me llaman escritor... Durante los últimos treinta años soy vendedor de champú, director comercial, esposo, padre, tío, vecino, ciudadano, elector, peatón, sospechoso, y ya casi abuelo...¡Cuántas etiquetas, copón! Con lo a gustito que estaba yo cuando mi abuela Mercedes me llamaba a gritos por la ventana para arrojarme el bocadillo al patio de los Maristas: ¡Pepico! Es lo que tenía vivir en un edificio que estaba pared con pared con el colegio. Tal vez, en realidad, debajo de todas esas capas sobrevenidas, sigo siendo el "Pepico", también conocido y etiquetado como "El hijo de Josepe". -¡Marchando un café con leche!.