Andrés
Neuman, sin saberlo, me está acompañando estos días de vacaciones. Siempre me
ha gustado la gente que tiene cosas que enseñarme. Aunque sean los dientes. O,
como en este caso, que me enseñen el camino que aún me queda por recorrer para
ser un buen cuentista y no morir en el intento.
De
momento, lo único que tengo es mucho cuento. Y la jeta necesaria para escribir
sin ponerme colorado. Lo demás es tan sólo un cúmulo de palabras sin orden ni concierto, colocadas
sobre una especie de puzle, con la energía que proporciona un tempranero
desayuno con café y repostería y el silencio del amanecer dentro de una cava
sin cava, ni vino, ni nada que pueda afectar a mi función hepática.
Este
tal Neuman, para los que no tienen el gusto de veranear con él, es un joven
escritor y poeta argentino nacido en el setenta y siete: ¡capicúa! Los nacidos
en años capicúas son gente simpática y locuaz, de fácil verborrea y gran capacidad
creativa. Yo nací en el sesenta ocho, y quizás por eso, guardo, en parte, la
esencia de esa trasgresora generación. Soy, por tanto, un desgraciado
transgresor inconformista. Ni capicúa ni nada. Poco estudiado aunque bastante
leído. Profesor de mí mismo y mecánico de mi desfasado y desbordado mecanismo. Aficionado a retorcer versos en prosa. A mirar
reflexivamente el lado oculto de las cosas. A fingir calma en la tempestad. A
exigir orden desde el caos. A viajar
mucho con los ojos abiertos y, casi siempre, apretando el culo.
Aprendo
de cada instante enciclopédico que me brinda la vida. O, como en este caso, de
lo mucho que me está enseñando este silencioso compañero de viaje argentino que
se apellida Neuman, y que es un apellido mucho más interesante que este
Fernández mío. Bueno, de mi padre, que si mi padre se hubiera apellidado Mauro
de Vasconcelos, yo podría ser de origen portugués, tener pasaporte brasileño y haber
escrito el libro que lleva por título “Mi
planta de naranja lima” y que es el próximo libro que tengo en cartera para
cuando acabe con este de Neuman.
De
Gerona, a Argentina, y de Argentina a Brasil, sin moverme del butacón. Menudo lujazo es
esto de la literatura, es como viajar en low cost pero a tutiplén
Ahora,
con su permiso, voy a terminar de leer, que me falta tan sólo “El último minuto”.
'Mi planta naranja lima' lo leí hace unas semanas en mi playa (previo pago a la agencia) de Alcocéber. Y, una de dos, o con los años me hago, además de viejo, más sensible (recuerdo cuando me reía de mi padre que lloraba viendo películas y ponía gestos cómicos para disimular) o esa obra me emocionó. Disfruta con tus tocayos.
ResponderEliminarSí, Cuentón, yo he llorado tanto con ese libro como hacía tiempo que no lloraba. Es magia pura ese Mauro de Vasconcelos. Un libro con mayúsculas.Saludos.
Eliminar¿capic....qué? jajaja, no comprendo esa palabra, pero a Neuman lo he escuchado en su blog, una que otra vez lo visito y al parecer sí, es simpático.
ResponderEliminarTambién tu post lo encuentro simpático, hombre!
Saludos.
Capicúa, viene del catalán cap y cua, que quiere decir cabeza y cola, por eso 77 comienza por siete y termina en 7. Es capicúa. Jajaja. Saludos
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