Estoy estrenando un nuevo ordenador. El otro era del pleistoceno y ya no iba ni para atrás. De ahí el motivo de mi lentitud a la hora de publicar nuevas entradas en este blog, no se fueran a pensar que un servidor estaba enojado con ustedes, ni mucho menos. Me sentía incómodo, y aún me siento, a la hora de entregarme al difícil arte de la escritura sobre un artilugio nuevo de trinca. Lo viejo nos resulta familiar y lo nuevo incómodo. De ahí que los nostálgicos tengamos siempre en mente que cualquier tiempo, o artilugio, pasado fue mejor. Me pasa igual con la ropa vieja, siempre tengo la tentación de volver a ponérmela por muy deshilacha y descolorida que esté.
Vivimos en la eterna confrontación de lo nuevo y de lo viejo sin darnos cuenta de que, cada día que pasa, somos nosotros mismos, en primera persona, los que lo sufrimos en nuestra propia piel.
De hecho, para combatir el paso del tiempo, pese a tener cincuenta años, nos vestimos de quinceañeros, comemos en Mcdonals, y escribimos un blog a modo de cuaderno de bitácora. Todo con la loable intención de que el tiempo no se de cuenta de la edad que vamos sumando en nuestro carnet de identidad.
Pese a no merecerlo, la vida se sigue portando bien conmigo. Mi empresa me ha cambiado mi vieja computadora por una de Lenovo, un tanto espartana, pero que es compatible con todas las modernidades que inundan la red, y que con el anterior ya no tenía acceso.
Nos guste o no, todos deberíamos de modernizarnos. La modernidad, como los años, se nos echa encima a una velocidad vertiginosa, de tal manera que ahora nos morimos luchando por aparentar que vamos a seguir eternamente vivos.