La rutinaria visita a los contenedores de reciclaje, que me ocupa un ratito todos los días, aquella mañana, me deparó un inquietante hallazgo. A los pies del contenedor del papel, y como resultado, tal vez, de un arrepentimiento supino, alguien había abandonado una caja de cartón en cuyo interior se apreciaban varios libros.
Dejándome llevar por la curiosidad, abrí la caja y pude comprobar como varios de esos libros eran de informática. Informática obsoleta, pensé. Otros eran guías de viajes, curiosamente obsoletas también, ya que ni Yugoslavia ni Checoslovaquia existen hoy en día como unidades territoriales y se han fragmentado en un montón de países con más o menos fortuna.
Dejando de lado a los libros obsoletos, que arrojé al interior del contenedor sin mayor dilación, centré mi atención en los únicos que nunca pasarían a la historia. Libros que, pesé a su atemporalidad, alguien se había empeñado en finiquitar.
"Tres sombreros de copa", de Miguel Mihura, era el primero de ellos. Al hojear el libro, me encontré con un nombre escrito en bolígrafo azul, posiblemente un Bic de toda la vida: Ezequiel Oliver. ¿Ezequiel? -me pregunté con asombro.
Mientras repasaba el libro en busca de algún dato más, caí en la cuenta de que, entre mis amistades, no había ningún Ezequiel.
El siguiente libro era una recopilación de tres obras de teatro de Molière: "El médico a palos","Las mujeres sabihondas", y "El enfermo imaginario"; tres temas que, a pesar del tiempo transcurrido desde que el francés las escribiera, entendí como muy actuales. La primera obra me recordó a las cada vez más habituales denuncias de los sanitarios sobre las agresiones que sufren por parte de los pacientes que pierden la paciencia. La segunda, sin duda, la relacioné a las masivas manifestaciones que vivimos en toda España como motivo del Día de la Mujer. Y la última obra, "El enfermo imaginario" me recordó que, este mes, tengo mi revisión semestral. Los semestres, los años, los siglos, y la propia vida, pasan a la velocidad del rayo.
El tercer ejemplar de esa denostada caja era "Rebelión en la granja", de George Orwell. Para profundizar en mi confusión, justo cuando lo agarré, cantó desesperadamente un gallo que habita, fuera de toda lógica, en alguna casa de mi urbanización. La única anotación que descubrí en su interior ni tan siquiera había sido obra de Ezequiel; con lapíz, el librero había anotado su precio en el ángulo superior izquierdo de la primera hoja: 455 pesetas, o lo que es lo mismo: algo menos de tres euros.
El cuarto libro, editado por Círculo de Lectores, se trataba de "Historia de la filosofía griega", escrito por un tal Luciano de Crescenzo, al que no tengo el gusto de conocer, pero que sin duda alguna, me será de mucha utilidad para acercarme a ese mundo tan apasionante de la historia de la filosofía de la mano de: Sócrates, Platón, Mileto, Tales, Pitágoras, Heráclito, Elea, Zenón, Demócrito, y Mariano Rajoy, entre otros...
Por último, aquella caja escondía en sus bajos fondos a todo un Nobel de Literatura: "El Coronel no tiene quien le escriba" de Gabriel García Marquéz, momento en el cual, el gallo, que habita desubicado pero a todo confort en la urbanización, cantó con una fuerza inusitada.
El gallo de mi urbanización, por alguna extraña razón, parecía sincronizado con el gallo de pelea del Coronel que protagoniza tan universal libro, como si todos los gallos del mundo, al igual que todos los libros, mantuvieran una secreta conexión quién sabe si con alguna inquietante y perturbadora finalidad.
Entonces fue cuando dudé. Dudé entre si depositar todos aquellos libros en el interior del contenedor, que yo alimento devotamente cada mañana, y que volvieran a convertirse en pasta de papel, o llevarme a casa a esos cinco agónicos ejemplares, de manera ejemplar, y que volvieran a ocupar el lugar que se merecían entre los estantes de mi modesta biblioteca.
Y fue en ese preciso instante cuando el gallo de mi urbanización cantó por tercera vez. Cantó en pro de la salvación de aquellos cinco libros que, finalmente, me traje a casa. Él y yo sabemos que, por afinidad de pluma, su preferido es el colombiano.
¡Cuantos mensajes encierra esta bella historia!
ResponderEliminar¡Te pasaste amigo con Mariano Rajoy a la altura de Sócrates y Platón, entre otros! jajajajaja
Beso
Estaba esperando que negaras —por ejemplo a Gabo— antes de que el gallo cantara por tercera vez, pero no lo has hecho.
ResponderEliminarInteresante relato.
Genial relato, un placer pasar unos minutos leyéndote.
ResponderEliminarUn saludo, paisano.
Algo que noto también en Argentina, se continúan editando infinidad de títulos nuevos, al tiempo que las librerías de segunda mano se ven cada vez más abarrotadas. Muchas gente directamente deja de leer y, con ello, se deshace de libros que tal vez han estado en sus casas durante décadas.
ResponderEliminarSe pierden de un montón de cosas de esta manera, pero he logrado dar con varias joyas bibliográficas fuera de mi alcance de cualquier otro modo...
Saludos,
J.
bien me entero que vives en ARGENTINA? o el comentador, de arriba si...? es verdad lo que dice! la respuesta sería --------------"existen cadenas de librerías" como de comidas rápidas,todo pre digerido!
ResponderEliminarbuen relato, muy bueno!
gracias por estar comentar!
lidia-la escriba
www.nuncajamashablamos.blogspot.com.ar te invito a seguirme
Interesante. Yo habría hecho lo mismo, me habría llevado los libros. Besitos.
ResponderEliminarEs interesante como nos relacionamos los libros, no sólo lo que nos dejan al leerlos, sino cómo llegan a nosotros, donde los guardamos, por cuanto tiempo los tenemos, como los perdemos. Encantadora tu historia.
ResponderEliminarSaludos.
Me gusta la combinación. Hay libros que nos pertenecen tan pronto lo descubrimos
ResponderEliminarBesitos :)
Hola Jose , pues no se si lo sabes pero rescatando a esos 5 libros de ser víctimas de un truculento final , les has devuelto a la vida por lo menos al capitán , que estará dando guerra un tiempo más , me a gustado mucho tu entrada , te deseo una feliz semana besos de Flor.
ResponderEliminarHay libros que deberíamos guardar en una vitrina de oro.
ResponderEliminarBesos.
Un delicioso relato de reciclaje, gallos deshubicados de canto oportuno y libros... Me ha encantado.
ResponderEliminarNo podría vivir sin leer y sin libros, pero hubo un momento en que eran tantos que en cada mudanza, y hemos hecho muchas, teníamos que contratar una furgoneta sólo para que nos llevara los libros.
Seguimos teniendo muchos, pero cada año hacemos una revisión de los que se quedan o se van a alimentar la imaginación de nuevos lectores.
Hay libros de los que nunca me desprendería y ellos lo saben y miran a los que se van con cierta superioridad.
Un beso,
Qué disparate!!!
ResponderEliminar¿A quién se le ocurre tirar un libro?. Así va España.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarYo los tendría en un lugar preferente .
ResponderEliminarMi amor por los libros es mucho.
Un abrazo.
Pues fíjate y eso si que es triste, en las guerras y revoluciones la cantidad de libros y de intelecto el que se ha quemado.
ResponderEliminarSalud.
Amigo José
ResponderEliminar¿Será que ya escribiste todo? ¿Aún estarás leyendo los libros que rescataste? ¿Te abandonaron las musas? ¿Te compraste la isla de tus sueños con el dinero ganado por la venta de tus libros y te fuiste sin avisarnos?
Estos interrogantes-entre otros tantos que no hago porque son muy obvios- me surgen ante tu "desaparición".
Es que ¿sabes? ya empecé a tener los síntomas del síndrome de abstinencia...
Te dije, creo, que este espacio genera adicción.
Como sea, espero que estés disfrutando de la vida
Abrazo
Un buen relato Jose. Y buena decisión..., la del gallo y tú :))))
ResponderEliminarFuerte abrazo, amigo.
García Márquez también es uno de mis favoritos.
ResponderEliminarSalu2, Jfb.