Ayer fue el Día de la Madre y hoy vuelo a Zagreb vía Bruselas. Hace un tiempo que Andrés Neuman y su libro “Hacerse el muerto” pacientemente me esperaban. Al comprar los libros a montones, siempre tengo alguno en lista de espera y este que les cito me andaba esperando hace algún tiempo sobre la mesa de mi estudio. De hecho, creo que se hacía el muerto para que lo dejara en paz.
No me avergüenzo al decirles que cada vez que leo a este argentino afincando en Granada me provoca mucha envidia sana, si es que la envidia pudiera ser sana en alguna de sus presentaciones.
Ayer recordé a mi madre, al igual que lo hicieron millones de personas, y lo mismo que Andrés Neuman recuerda a la suya en varios de los relatos que se agrupan en este pequeño gran libro, y que me harán compañía durante este viaje de trabajo a Croacia.
El argentino desvela en sus páginas la complicidad que mantuvo con su madre en los últimos momentos de su vida, que, como en mi caso, fueron momentos aciagos que discurrieron en la inhóspita habitación de un hospital. Momentos peleados fuera de casa, en terreno hostil, sin apenas intimidad y despojados de todo futuro.
Sentir la impotencia de ver cómo muere la persona que te ha regalado la vida, es una experiencia difícil de asimilar. De hecho, van pasando los años y esa dolorosa sensación me sigue supurando como si de una herida infecta se tratara. Y afloran también las dudas y las deudas que quedaron pendientes: los besos y los abrazos no dados, las visitas robadas, las comidas que no nos comimos juntos, las atenciones que no le brindé. Y, a imposibles, la tristeza de pensar en la nieta que no llegó a conocer.
La vida vuela. La vida se va volando como se van las golondrinas después de cada verano, o como se fue mi madre, o como me voy yo en busca de la vida que ella no supo encontrar.
Andrés Neuman, como ocurre con todos los buenos escritores, abre fuego a discreción sobre nuestras conciencias, y, curiosamente, siempre acierta de pleno, con sus balas de letras envenenadas, en la débil fibra de mis emociones.
Mi madre no se mereció la vida que llevó, no se mereció la vida que le dimos. Ellas, irremediablemente, se fueron para siempre, nosotros, sin embargo, aún tenemos que volver y alguna que otra cosa que contarles.
Qué bonito, triste y emocionante!!
ResponderEliminarFeliz sábado!!
Yo todavía tengo la suerte de tenerla. Por muy bueno que sea un hijo —y no considero que yo lo sea especialmente— no puede devolver a su madre ni la décima parte de lo que ha recibido de ella. El amor de una madre es el sentimiento más puro y desinteresado que conozco.
ResponderEliminarLeerte para mi,es recuerdos para mi madre. Besitos.
ResponderEliminarMuy orgullosa se sentiría de ti, porque eres una gran persona. Profunda reflexión.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un alegato conmovedor que demuestra tu calidez y ternura como persona.
ResponderEliminarCreo que soy una madraza y sólo les pido a mis hijos que traten de ser felices y que no le hagan a nadie lo que no les gustaría que les hicieran a ellos y viceversa.
Las madres no pedimos mucho más.
Pero sí que me gustaría que mi adios fuera en un entorno cálido. Entiendo lo que dices de ver a tu madre partir en una fría e impersonal habitación de hospital.
Y tienes sus recuerdos de entrega y amor para siempre, más de lo que muchos tenemos.
No conozco a este escritor, y me tienta, aunque me cuesta leer cuentos, prefiero las novelas.
Un beso,
Muy bonito
ResponderEliminarYa hace mucho que perdí a mi madre. Te sugiero que aproveches todo el tiempo que le puedas dedicar...después ya no podrás...
ResponderEliminarMuy buena entrada.
Amistosamente.
No conozco a Neuman. Ya investigaré, google mediante, sobre su prosa.
ResponderEliminarEn general, las madres nuestras y las generaciones anteriores hicieron lo que pudieron, vivieron su vida como las dejaron. No creo que por ello hayan sido infelices, siempre hablando de generalidades. La cosa era así y punto. Ellas creían que así debía ser y estaba bien. El problema en todo caso era y es para quienes se replantean permanentemente sobre el rol de la mujer , de la madre, del ser o no ama de casa, entre otros tantos roles que fueron impuestos socialmente a las mujeres.
Lo que seguramente no cambiará más allá de que cambien los paradigmas es ese amor infinito -que no incondicional- que sentimos las madres por nuestros hijos. Y ese deseo SIEMPRE de que tengan una buena vida y sean felices.
Sin dudas tu madre de dondequiera que esté, si crees en que uno al morir nunca se va del todo, estará orgullosa de ti.
La mía tiene 93 años y está muy bien.
Un abrazo
Profundo y conmovedor.
ResponderEliminarLa ausencia de una madre es muy dolorosa .
Sin ella, nada es lo mismo.
Un abrazo.
La vida vuela. La vida se va volando como se van las golondrinas después de cada verano...
ResponderEliminarAsí es, todo pasa todo cambia y nuestras madres también. Como las flores se marchitan y se van.
Un abrazo.