Esto que les voy a confesar, antes de tratarlo con mi psicoanalista, no es que me haya sucedido ni una, ni dos, ni tres, no, son ya muchas las ocasiones en las que, durante los vuelos, sufro de unos microsueños en los que se me aparece un gigante que para qué les cuento; un energúmeno con aspecto de hoolingan aeroportuario que lee mis relatos y entra en cólera.
Petrificado como una escultura griega, ya que nunca me hubiera imaginado que un hoolingan leyera relatos y menos aún los míos, lo escucho gritar y arrojar espumarajos por la boca. Observo cómo se pone colorado, cómo se le hinchan las venas del cuello y cómo se abren las aletas de su desproporcionada y aguileña nariz. Presa de un ataque de ira, grita que está harto de leer mis poses. No entiendo por qué no deja de leerlos si estos le generan tanta desazón. Dice que todo es palabrería, de sentido engañoso, que nada es real, que manipulo a mis lectores, que no soy la persona tan afable y comprensiva que digo ser, que soy más personaje que mis personajes. ¡Coño, pues que no me lea y en paz! Vamos, digo yo.
En ese momento, y no en otro —aunque podría ser en otro cualquiera ya que esto es algo así como un cuento—, se da la vuelta, me descubre, se queda mirando mi rostro desencajado, se abalanza sobre mí sin que ningún pasajero parezca darse cuenta de la tragedia que se está fraguando a más de trece mil pies de altura en un más que amortizado avión de la compañía Croatia Airlines, agarra mi cuello y me zarandea contra el asiento sin que yo pueda hacer nada para defenderme.
Y ahí, convertido en un pelele sin futuro literario alguno, saco fuerzas de flaqueza y le grito: ¡Dejo de escribir, se lo prometo, dejo de escribir!
Pero el gigante, incrédulo ante mi descargo, hunde su dedo anular en mi garganta, arruinando así mis pretensiones de representar a España en el próximo Festival de Eurovisión, y exclama, ya con algo más de sigilo, como por lo bajini: ¡muereee… cobardeee!
Y yo, ante la peregrina indiferencia de todo el pasaje, y de toda la tripulación, voy y me muero.
Afortunadamente ya he muerto varias veces y, a pesar de ello, sigo escribiendo para acrecentar la incertidumbre del gigante. Como ven, uno nunca tiene bastante.
Qué menos que cien vidas vas a tener tú, si un triste gato ya tiene siete. Ni caso al gigante.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eurovisión ese concurso de cante en el que lo importante es sorprender.
ResponderEliminarBesitos :)
Es que como uno no luche contra esos gigantes odiosos que quieren boicotearle a uno la escritura, mal vamos.
ResponderEliminarHay que enseñarles quién manda ;)
Un saludo.
Jajaja, y lo bien lo que lo haces. Que a mí me dejas alelada con tus historias.
ResponderEliminarMexican greetings!
Sigue escribiendo.
ResponderEliminarMe gusta mucho leer tus relatos.
Un abrazo.
Que bien te lo pasas en los aviones con el nota ese. A mi me pasa en el coche cuando se me aparece un gnomito chiquitito que me dice eso de: ¿que pasa? ¿Ya no se te ocurre ná.
ResponderEliminarUn abrazo.
Que no dejes de escribir, que a mí me encanta. Besitos.
ResponderEliminarAunque el gigante se enfurezca no dejes de escribir.
ResponderEliminarHoy vuelvo a salir de mi recluso aposento y mientras las pocas fuerzas que he recuperado en estas semanas me lo permitan, seguiré visitando.
Un abrazo.
Ambar
Animo y a por el gigante verde como el de los gisantes . Besos de flor .
ResponderEliminarJajaja pues me alegro que no dejes de escribir!
ResponderEliminarSaludos =)))