viernes, 7 de junio de 2019

Muerte en la estepa


Tras apurar un último trago de vodka, Sergei Molkov se fue a la cama aquella noche con un extraño presentimiento. Fuera, la estepa emitía su gélido y perpetuo susurro y un buho ululaba frenéticamente. Una vieja estufa, única herencia de sus padres, apenas si daba para elevar sobre cero aquella lúgubre y maloliente estancia en la que sobrevivía.
Ya en la cama, bajo un viejo y mugriento edredón de pluma de oca, Sergei le daba vueltas sin sentido a una reflexión; una reflexión que le perseguía desde hacía varios días como un mantra: "Solo hay dos formas de vida humana sobre la tierra, la de los que viven felices y orgullosos de su propio éxito y la de los que vivimos, o malvivimos, del éxito de los demás". 
-¿Qué ha sido de mi vida? -Se preguntaba. ¿Habrá servido para algo esta maldita revolución?
En esa fría noche sin luna, tras envenenarse la combustión de aquella oxidada estufa, Sergei se hundió para siempre en el terrible mar de las contradicciones.

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