jueves, 27 de febrero de 2020

El Cuco del sueño


Me cuenta mi amigo Carlos Pardo que casi siempre eran mujeres las que recogían los pésoles, en la Rambla del Parrilar, bajo un sol más propio de mayo o junio que de febrero. Dice que las cuadrillas comenzaban la faena bien temprano para no terminar muy tarde y aun sacarle tiempo al día para realizar las faenas de las casas y atender un poco a las familias. La recogida del guisante negret, variedad que trajeran tiempo atrás desde Cataluña era, como todos los del campo, un trabajo muy duro. Las espaldas se resentían lo mismo que las piernas. Con pañuelos multicolor, las mujeres cubrían sus caras y sus cuellos para evitar las indeseables manchas que les generaba la exposición al sol. Aquellas campesinas eran pobres de solemnidad pero no por ello perdían ni un ápice de su coquetería. 
A la hora de comer la colla se agrupaba bajo un gran lentisco cuyo interior había quedado abovedado por el uso. Su comida era sencilla: algún trozo de queso o tocino, pan, algún tomate, habas, higos secos de la temporada pasada, y el agua fresca que les brindaba un botijo que pendía colgado de una gruesa rama. 
Y antes de pegar una cabezada hablaban de este mundo y del otro porque aquellas mujeres de campo eran de mucho platicar. Hablaban del embarazo de la Juani, o de la tortuga gigante que habían visto cruzando la rambla, o sobre la zorra que había atacado, la noche antes, el gallinero del Alfonso y no había dejado títere con cabeza. 
Cuando se atenuaba la plática, como atraído por el silencio, el cuco del sueño se acercaba sigiloso a cumplir con su misión. Este pequeño e inofensivo abejorro emite un zumbido tan constante y singular que produce un efecto somnífero infinitamente mejor que cualquier droga de las de ahora. 
Cuando llegaba, el cuco revoloteaba un rato sobre las mozas y todas a dormir. Y esos quince minutos que duraba la siesta suponía para ellas un Potosí. 
Por desgracia, ya casi nadie conoce al cuco del sueño, y mucho menos la forma tan misteriosa en la que, este pequeño abejorro, ayudaba a la gente más humilde a soñar. 
Gracias, Carlos, por contarme esta bonita historia, y mil gracias por regalarme tan preciosa fotografía.

4 comentarios:

  1. No había escuchado nunca hablar del cuco del sueño, aunque da la sensación de que a esas mujeres el cuco que más les hacía enganchar el sueño era el palizón de trabajo que llevaban encima.
    Saludos.

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  2. Que hermosa historia! De las más bonitas que te he leido, que placentero es dormir ahora le rezaré a San Cuco del sueño. Saludos gracias por tus escritos.

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