martes, 30 de noviembre de 2021

Contar o callar

Aquí no debería escribir. No hay distancia de seguridad. Las mascarillas adquieren las más inversímiles presentaciones, la mayoría de ellas exentas de seguridad. Un codo roza mi codo. Una rodilla se precipita sobre la mía: ahora sí, ahora no. Los ronquidos intoxican el murmullo del pasaje y el rugido uniforme de los motores. Sobre las nubes no se debería escribir para no hacerlo desde la superioridad que da la altura. Abajo, once mil pies más abajo, la gente es tan diminuta como una mota de polvo, como una bacteria, o como un virus. No sé si será el mal de altura lo que inhabilita mi coherencia. O la incoherencia se habrá convertido en mi norma. Todo me parece difuso cuando intento escribir donde no se debe. Santi duerme, oferente, frente a su bote de Heineken. Por minutos, su cuello se reclina vencido sobre el mio. Duerme sin premeditación mientras su cuerpo se abate sin control. Su cabeza toca mi hombro e inconscientemente su cuerpo salta, como un resorte, en busca de su correcta rectitud. Sin embargo, al instante, todo vuelve a empezar frente a ese bote vacío de cerveza de importación. Polonia espera al fresco. Krzysztof y Asia probablemente ya se dirijan al aeropuerto de Modlin para recogernos, mientras escribo flanqueado por cuerpos que regresan a su origen y otros que huyen de él. Nunca sabemos lo que debemos o no debemos hacer. Nunca sabremos si donde estamos es donde deberíamos de estar. A veces aceptamos los límites y otras tantas deseamos secretamente rebasarlos. He aquí lo incoherente de nuestra coherencia: aceptar unos límites que noche tras noche y día tras día soñamos con transgredir. Estar en otro lado. Vivir lo que otros viven. Gozar lo que otros gozan. Y vivir para contarlo, o para callarlo.

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