jueves, 1 de septiembre de 2022

40 años no son nada

Si no me fallan las cuentas, cosa por otro lado bastante probable, tal día como hoy de hace cuarenta años, un jovencito inadaptado de catorce años, comenzó a trabajar en el Bar Josepe, del murciano barrio de Vistalegre. En la zigzagueante barra de ese bar fue donde realmente comenzaron mis estudios. Eruditos de todas las profesiones, de todas las confesiones e inconfesiones, de todas las edades, de todos los sexos (casi siempre insatisfechos), de todos los continentes (alguno de ellos incontenidos), de todas las variables políticas y apocalípticas; para abreviar: gentes de toda clase y condición que llegaban a la orilla de nuestro bar como náufragos hambrientos y sedientos a una playa desierta, para enseñarme algo. Pero, por suerte, no estaba desierta porque allí que estaba yo para aliviarles de todas sus ansiedades. Ansiedades alimenticias y ansiedades más inconfesables. Y ahí fue donde me doctoré en pseudopsícología aplicada a la realidad de la irrealidad en la que vivimos. La vida como oxímoron. La vida como una representación continua de nuestras frustraciones. La vida como un carajillo detrás de otro. La vida como un régimen carcelario en semilibertad. La vida como un viciado itinerario: casa, trabajo, bar, bar, casa, trabajo. -¡Medio de tortilla de patatas, Bruce! -me pedía mi pelirroja favorita, refiriéndose a mi parecido con el cantante americano. Porque uno, en la vida, siempre tiene sus favoritismos. -¡Josepín, ponme un "equipaje pa´Archena", que no era otra cosa que un envenanado whisky Dic con cocacola; los mismos "equipajes" que, por reiteración, se lo llevaron por delante bastante antes de cumplir los sesenta. Eran muchos equipajes para un solo pasajero. En navidad cantábamos a coro un villancico inconcluso, y de nuevo cuño, que tenía como única letra en bucle la célebre frasecita de: "En la puerta de Orihuelaaaa, en la puerta de Orihuelaaa, en la Puerta de Orihuelaaaa, en la Puerta de Orihuelaaa...., y así cambiando únicamente la entonación en cada repetición. Sí, el mundo del Bar Josepe era un gran submundo en el que los personajes acudían mayoritariamente a nuestro escenario haciendo gala de su cara B. De hecho, muchos de ellos y ellas, cuando acudían al bar con sus familiares parecían personas distintas, correctas y comedidas como los niños antes de comulgar. En cierto modo, yo también les daba la comunión, una comunión pagana, y digo pagana porque había que pagar. Ahí pasé doce años. Años tan irrepetibles como inolvidables. Después de los carajillos, y de los trozos de pulpo, y de las marineras, y de las cañas de cerveza, y de haber aprendido las mil y una formas de preparar un café, me pasé al mundo de la belleza. Tal vez, de manera inconsciente, yo pretendía cambiar la brutalidad por la sutileza. El mundo macho por el mundo femenino. Y lo hice. Y la belleza me embelleció. Y el mundo, visto desde el otro lado, oliendo a perfume y a carmín, aliendo a mujer que lucha por ser mujer en un mundo diseñado para hombres, me hizo entender la cartografía del otro lado de la Luna. No quiero enrollarme más porque, en el fondo, cuarenta años no son nada, y todavía me quedan algunos años más en los que demostrar, y demostrarme, que trabajar, cuando se hace con el corazón, merece la pena. Como pena es no poder festejarlo, aunque fuera por un ratito, con todos vosotros. Os debo una.

6 comentarios:

  1. Me ha encantado tu relato. Como siempre.

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  2. Como siempre, nos transportas al momento.... Y nos dejamos llevar contigo, gracias por compartir y muchas felicidades!! Eres un ser de éxito

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  3. Yo creo que no recuerdo nada que haya sucedido hace menos de cuarenta años.
    Entrañable relato.

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  4. 40 años son uno más que 39, así pues, felicidades!

    Saludos,
    J.

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