miércoles, 24 de septiembre de 2025
El fin de todo
Buscando tomar algo de aire y de distancia, salí a caminar. Las sombras comenzaban a estirarse como suele pasar cada atardecer. Los abejarucos revoloteaban sobre mi cabeza intentando ofrecerme algo de motivación. Sentía mis piernas más pesadas de lo habitual. El aire que inhalaba parecía no aportarme la cantidad de oxigeno que demandaban mis maltrechos pulmones. En mi avance el entorno parecía desdibujarse. El verdor se difuminaba y las formas parecían volatizarse hasta desaparecer en el horizonte. Pese a todo, seguí caminando. Tal vez debí regresar, pero mi subconsciente no me lo permitió. Las sombras se perdieron entre la oscuridad de aquella noche sin luna. Me sentía perdido. Confundido y preocupado decidí llamar por teléfono a Elena y decirle que estaba arrepentido. Jurarle y perjurarle que no le volvería a chillar. Confesarle que mi comportamiento emanaba de mi frustación, de llevar meses sin empleo, de sentirme un inútil, y en el fondo, también, de sentir celos de su éxito, de su alegría constante, de su gran capacidad para mirar hacia el futuro con claridad. Y yo estaba allí, perdido, confundido, arruinado, sin batería en el móvil, e incapaz de hacer nada. ¿Y para qué regresar? -pensé. ¿Para ser una carga para Elena? ¿Para seguir siendo el calzonazos en el que me he convertido? Seguí avanzando por aquel camino en plena oscuridad. Un camino menos oscuro que mi propio destino. Mis pasos acabaron en el pie de presa. No sé ni cómo llegué hasta allí. Y no lo pensé. Me subí a la barandilla y, sin dudar, me lancé al agua. Estaba fría, muy fría. En el descenso hasta el fangoso fondo de aquel pantano no conseguí moverme. Solo caí y caí y caí hasta el fin de todo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Qué bien contado, pero qué triste.
ResponderEliminarTe felicito.