La marea que es mi trabajo me ha arrojado, en esta ocasión, a la Ría del Nervión. Más concretamente a las puertas del Museo Guggenheim, uno de los edificios más atractivos de Europa, sin ningún género de dudas; lo que me ha brindado la oportunidad de asistir a una esperpéntica exposición de escultura.
Considero un engaño el reclamo de una exposición con los nombres de dos artistas como Brancusi y Serra, y, visto lo visto, me ha parecido como el pecado católico que nos enseñaban los curas en la catequesis: No usarás el nombre de Dios en vano, o algo así. Esto me ha recordado la pobrísima exposición por la que me han cascado once euros.
Que el arte es un negocio, creo, a estas alturas, que no le sorprende a nadie, pero que nos tomen el pelo con reclamos de este calibre y luego veas las cabezas de Brancusi de siempre y los hierros de astillero de Serra, me parece demasiado. No he visto nada nuevo en este enfrentamiento artístico, del que, tonto de mí, esperaba algo más.
Está resultando difícil encontrar buenas exposiciones en este monumental museo, por lo que me gustaría dar un toque de atención a los gestores de esa institución para que vayan espabilando. Por mi parte, bajo mi modesto punto de vista, doy un suspenso rotundo al comisario y a los organizadores de esta tomadura de pelo.
Al menos, al llegar al hotel Silken Gran Domine Bilbao, me han aliviado un poco mi encabronamiento. El hotel es todo un espéctaculo de diseño y arte.
El equipo del artista y diseñador catalán Javier Mariscal a llenado de arte cada rincón de este majestuoso hotel, que gracias a Booking, encontré a un precio fantástico.
Al llegar a mi habitación me alegró encontrar estos monigotes sobre mi cama. Estos animalitos de goma, que pitan si los aprietas, me han parecido un detalle digno de mención.
Un diez por el Silken y un cero para el Guggenheim.
Por cierto, si no conocen Bilbao, ya están tardando... ni se imaginan como se come de rico por aquí.
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