Esta mañana en Madrid he recorrido la calle Marroquina con la finalidad de hacer tiempo, entre visita y visita, y me he topado, a lo lejos, con el Pirulí. Mirándolo, fijamente, me he dado cuenta de lo pequeño e insignificante que soy.
Hacía en la capital, a esa hora de la mañana, un frío considerable que me helaba las manos y la punta de la nariz; a pesar de que el sol aportaba una luz majestuosa, este no calentaba lo suficiente. Paseando me he encontrado con una amalgama de historias y de realidades. Un collage de humanidad a modo de catálogo de procedencias, culturas, y religiones de lo más variopinto.
Me he fijado en una pequeña peluquería latina de nombre "Azabache". En un locutorio de donde salían mujeres musulmanas con la cabeza cubierta. En una mujer india o paquistaní, ataviada con un vestido de llamativos colores. En unos niños chinos que jugaban en la puerta de su tienda familiar, mientras una pareja de rumanos discutía, a grito pelado, en un portal.
Mi deambular me convertía en un improvisado espectador de decenas de realidades cruzadas. Como si viviera una película en la que se fueran entrelazando historias, en principio inconexas, pero que al final, por los avatares del guión, terminaran conectando mágicamente.
En ocasiones nos vemos grandes y diferentes, y este sencillo y solitario paseo por la calle Marroquina, me ha hecho reflexionar sobre la diferencia que existe entre lo que somos y lo que creemos que somos.
En esa foto congelada de esta mañana, a parte de una anciana que recogía la caca de su perro del suelo con una bolsa de plástico, me veo a mí mismo muy pequeño al lado del Pirulí. Mirándome al lado de todas aquellas gentes desconocidas, me veo uno más, con las mismas u otras frustraciones, con los mismo u otros problemas, pero con la misma necesidad de ser feliz.
Y he ahí la cuestión:¿Qué es ser feliz? Me preguntaba a mi regreso en el lujoso coche de mi empresa durante casi cuatrocientos kilómetros de tranquila y cómoda autopista.
Lo he pensado por activa y por pasiva, al derecho y al revés, y cuanto más me esforzaba menos respuestas convincentes encontraba.
Al final, me he liberado de la obligación de tener que teorizar sobre la felicidad, y me he puesto a pensar en cosas que me la producen. Mientras hacía ese listado mental, por fortuna, he puesto la radio en el preciso instante que le entregaban, en Radio Nacional, un premio por su toda su trayectoria artística a Joan Manuel Serrat, el cantautor ha terminado diciendo unas palabras increíbles, llenas de compromiso y sinceridad: "Este premio se lo quiero dedicar a lo público, se lo dedico a la enseñanza pública, a la sanidad pública y a los medios de comunicación públicos, con la confianza de que sean plurales, como lo es la sociedad, de que nos representen a todos, sin exclusiones, sin partidismos y sin ninguna cortapisa que deje a nadie fuera de la realidad de la sociedad".
Tras escuchar estas inmensas palabras, rápidamente, mi mente ha vuelto a replantearse, descontrolada, la misma pregunta: ¿Qué es la felicidad? Sin dudarlo, a la segunda, ya supe que responder: La felicidad es escuchar y poder aprender de hombres sabios como lo es el Señor Don Joan Manuel Serrat.
Como soy un llorica: lloré.
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