Juguemos a pensar en un lápiz. Cada quien con el modelo que su mente le traiga a la memoria. ¿Lo hemos pensado ya? Bien, pues entonces prosigamos...
A mí siempre me llamaron la atención los lápices de carpintero. Ovalados y planos. Desafiando a la fuerza de la gravedad sobre la oreja de su propietario. También los de dibujo del colegio, los típicos Faber Castell del número 2, con los que yo apenas si hacía cuatro garabatos horribles y mi compañero de pupitre dibujaba maravillas. Una vez le pedí que me dibujara a mi tortuga "Tomasa" -antes de que la llevara a que le operaran un tumor que le salió en su oído, a la Facultad de Veterinaria, y nunca más regresara a casa- Abellán la pintó tan perfecta, sobre una cartulina blanca, que parecía que, en cualquier momento, iba a salir del papel y resucitar.
Otros lápices, que guardo de manera fidedigna en la memoria, eran los que llevaban los árbitros de fútbol. En realidad eran medios lápices; como si fueran colillas de lápiz, adaptados a las dimensiones del bolsillo de la camisa o del pantaloncito del señor de negro.
Del mismo modo, me han venido a la memoria, a modo de flash, los lápices de colores de mi cuñado Juan -que dicho sea de paso es todo un señor-. Con ellos, cada día, anota metódicamente sobre un post-it todos sus quehaceres, en una clave de color que él sólo entiende, utilizando, para ello, una letra diminuta a la par que elegante.
Podría seguir enumerando lápices, aunque me ha quedado claro en estos párrafos anteriores, que los lápices, pese ha ser objetos inanimados, son protagonistas de muchas y maravillosas historias.
La última, y a la postre, la que me ha motivado a escribir este artículo, se ha producido esta semana en Zigoitia (Álava) donde se han exhumado, en una fosa común de la guerra civil, los restos, de al menos, diez combatientes comunistas del batallón Perezagua.
El prestigioso forense D. Francisco Etxebarría, entre otras cosas, ha comentado: "los cuerpos, que fueron enterrados vestidos, aún conservaban algunas pertenencias personales como botones, monedas, mecheros y un lápiz".
Destacaba Etxebarría que, en otras muchas exhumaciones llevadas a cabo en nuestro país, es muy frecuente encontrar lápices con los que, habitualmente, escribían cartas a sus enamoradas, a sus familias o a otros compañeros encarcelados.
Esos lápices -reflexionaba ante la prensa el forense- parecen suplicarnos que escribamos y recuperemos la memoria de los miles y miles de jóvenes que murieron por defender la libertad y la democracia ante el avance inexorable de los militares golpistas apoyados por los fascistas italianos y los nazis alemanes.
Vaya desde aquí mi modesto homenaje a todos aquellos que fueron asesinados, en nombre de Dios, en aquella guerra fratricida y cruel, pero que nunca quisieron ni debieron dejar de escribir.
En realidad estas letras son suyas, ellos pusieron el lápiz y yo les presté mis manos.
Un pedacito de historia para empezar el dia.
ResponderEliminarSi pudiesen leer esto se alegrarían de tus palabras haciendoles este homenage.
Que injustas son las guerras...
un saludo.
Que buen relato a la vez que original, mira que si todos los lapices del mundo pudieran hablar, escribir o explicarnos todo lo que han vivido, seria maravilloso, nos enterariamos en todo momento de todo lo acontecido hasta nuestros dias, sabriamos el como y el por que de toda nuestra historia. Como tu dices, siempre hay que estar preparado para aprender mas. Un saludo.
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