Os juró que hoy me desperté con el pleno convencimiento de que era sábado, pero, después, mientras meaba, me he dado cuenta de mi error: ¡Es miércoles!. Concibo el desconcierto como un simple error de cálculo. Lo reconozco: los números nunca han sido mi fuerte. Me lo perdono. Tras abrir el gran ventanal que me separa del patio comienzo a prepararme el desayuno. Entre sorbo y sorbo de café con leche miro a través de los cristales el ir y venir de una lavandera blanca detrás de algún insecto y el volar raso de un mirlo demasiado bullicioso para esta hora. Demasiado temprano para ti -pensará él.
Mis caléndulas, unas amarillas y otras naranjas, se están estropeando por momentos, como si no les hubiese sentado bien el cambio de estación, como a mi me sucede con la caspa.
Después de desayunar he decidido franquear la cristalera que me separa del patio. He accedido a él con orgullo, a pesar de que debo una fortuna de cada metro que piso -he obviado este tema- y lo he disfrutado como si realmente fuese mio y no del banco, espantando con altanería a la lavandera blanca y al mirlo escandaloso que me despierta cada mañana desde hace algún tiempo haciendo las veces del cuco de un reloj de pared.
Ya en el patio, me he dejado inundar por el perfume dulzón del azahar y mis pasos me han llevado junto al minúsculo vivero que improvisé con cuatro botellas de leche cortadas por la mitad y ocho bellotas de la encina de mi vecino de la esquina.
Para mi sorpresa y satisfacción compruebo que he conseguido ser el papá de una maravillosa encina bonsai que a duras penas supera los dos centímetros de altura. Como soy malo con los números no se qué porcentaje de éxito, o de fracaso, habré logrado en este forestal experimento. La miro y la remiro con la esperanza de verla crecer y que se haga tan grande como la que hace veinte años planté en la casa de mi hermana.
Necesito, al menos, veinte años más. Veinte años con fuerza, equilibrio y creatividad. Necesito ver crecer a este bebé de encina. Mientras regreso sobre mis pasos -a mi casa del banco- siento envidia de las encinas. Son maravillosas. Antes de irme a trabajar esta mañana les recomendaría que, cuando tengan ocasión, se abracen por un rato a una de ellas mirando hacia su copa y observen detenidamente como se mueven las nubes a través de sus ramas.
Esto es lo que he sentido en esta luminosa mañana de abril. Aunque no fuese sábado.
Si los nùmeros no son lo tuyo, jajaja que venga dios y lo vea.Yo creo que si que son lo tuyo, lo que pasa es que haces de esos numeros que sean lo mas faciles de conseguir con tu argucia y buen hacer, siempre, siempre tienes algo en la manga para conseguirlos. Y referente a tu bonsai de encina tendre ke ir a verlo, me encantan los bonsais, yo mientras te mandare una foto de mi bonsai ficus. saludos
ResponderEliminarJorge, en realidad no es un bonsai, es tan sólo una encinita que sueña con llegar a ser grande, darnos sombra y cobijo y despertar admiración. Como todo hijo de vecino pero en bellotero...
EliminarQue bonito relato y que alegria despierta cuando lo lees.
ResponderEliminarEnhorabuena por conseguir que nazca, ahora a esperar con ilusión.
Esto es como la vida...sembrar para recoger.
un saludo.
José la vida es de paciencia y saber esperar así como tu encina que quiere ser grande, así deben ser nuestros sueños. Lo bueno de la vida es disfrutar lo que tenemos en el momento. Si se hacen bien las cosas se vera el fruto, así como las plantas necesitan el tiempo y el espacio, todo lo que se haga requiere de un tiempo. Un bonito relato para reflexionar.
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