jueves, 9 de mayo de 2013

Los ronquidos de la japonesa



No es de extrañar que me sintiera desubicado, surcando los cielos del norte de Francia en un avión de Finnair con destino a Helsinki, leyendo al dominicano Junot Díaz, por mucho pulitzer de narrativa que éste sea, y escuchando a mi lado a una japonesa roncar, por muy japonesa que ésta fuera.
Quizás desubicado no sea la palabra más adecuada, tal vez me sentía desconcertado. Como un soldado gringo con destino a Afganistán, o como un torero a punto de comenzar la faena, o como era yo mismo antes de ser yo mismo.
Por eso llegué a la conclusión de que no me sentía de ese modo por haber tomado ese vuelo, o por estar escuchando roncar a una japonesa; me sentía así porque me sentía inquieto, con independencia de la altitud, la latitud, o de la gente desconocida que me rodeaba.
Pensé: ¿Mucho trabajo? Quizás. ¿Muchos vuelos? Tal vez. ¿Muy cansado? Podría ser. ¿Ansioso? Sí  ¿Y para qué coño viajas a Estonia y a Letonia con esa letanía? Pues tienes razón compadre, le respondí a mi propia conciencia en ese interrogatorio que no tenía ni pies ni cabeza.
Así fue como comencé aquella absurda discusión conmigo mismo. Natia y Sylvain me habían dejado solo en la fila dieciocho, al lado de aquella ruidosa japonesa, y ellos se habían sentado en la  fila veintisiete  en la que todo el mundo dormía tan plácidamente como se puede dormir en un avión finlandés surcando los cielos de Europa a novecientos kilómetros por hora.
Mientras se desarrollaba esa introspectiva conversación, la japonesa comenzó a mirar la pequeña pantalla de mi ordenador. Se puso las gafas. Se las quitó y se las limpió. Se las volvió a poner. Se las ajustó más hacia los ojos. Acercó su cabeza descaradamente hacia la pantalla de mi ordenador y entonces fue cuando, mirándome con cierto aire de reproche, me dijo:
-¿Ronco tanto como usted dice ahí?
-Un poco  -le respondí, un tanto desconcertado.
-Entonces: ¿Por qué enfatiza tanto en su relato sobre el supuesto hecho de que yo ronque? –me preguntó la asiática tan ofendida.
-No se enoje conmigo, esto es tan sólo un relato. Siempre mezclo en ellos la realidad con la ficción. No se lo tome usted a mal, por favor. De hecho, no tengo ni idea de que si usted, en realidad, ronca o no ronca. ¿Me entiende? –le respondí.
-No, no entiendo nada a los occidentales. ¿Me haría usted el favor de sacarme de su absurdo y ficticio relato? –me exigió la mujer. No quiero aparecer en ningún libro, ni ser el hazmerreír de nadie. Soy nieta de un gran militar japonés fallecido con honor en la guerra contra los americanos. Me considero una ferviente defensora de la cultura del País del Sol Naciente y de su Alteza  Imperial.
-De acuerdo señora. Ahora mismo cambio el personaje y en lugar de una japonesa que ronca pondré que era una finlandesa la que roncaba a troche y moche. ¿Le parece mejor así? –le propuse con el ánimo de consensuar una honrosa salida a tan inesperado conflicto diplomático.
-No, no, tampoco me parece bien. Aquí el único pasajero que ha roncado durante el viaje ha sido usted. ¿Por qué no lo dice en su dichoso relato y nos deja a los demás en paz? –me sugirió la japonesa.
De ahora en adelante –pensé, cuando me ponga a escribir en los aviones, llevaré más cuidado. De cualquier modo -que se fastidie la japonesa- no pienso cambiar el relato.

3 comentarios:

  1. Eres tu el que sabe japonés? ,o la japonesa era la que sabía español?.
    Seguramente llevarías un buen ritmo de ronquidos entre los dos ,ja,ja,ja

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  2. Que bien te lo pasas jajaja vaya señora tikismikis jajajaja
    Asi da gusto viajar di que sí... hay que distraerse aunque se tenga que targiversar la realidad...uy se escribe asi? jejeje
    aunque no creo que hayas exagerado nada jajaja

    un saludo.

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  3. Joder en todos y cada uno de tus viajes te ocurre algo, ya te lo dije en una ocasion, seria un flipe hacer algun viaje contigo, siempre ocurre algo, me encanta el espiritu aventurero.....

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