Las tortugas, en su silencio, guardan un gran secreto. Sólo tendríamos que pararnos unos instantes a contemplarlas para darnos cuenta de que saben algo importante que nosotros desconocemos.
Al igual que los noruegos entienden de salmones, los murcianos entendemos de tortugas. Tradicionalmente mantenemos con estos apacibles reptiles una estrecha y extraña relación: convivimos con ellos, los mimamos, y los cuidamos como si formaran parte de nuestras familias. Sin embargo, pese a mantener ésta singular convivencia, seguimos sin ser capaces de desentrañar el secreto que esconden las tortugas bajo la frágil dureza de su caparazón.
Tal secreto bien podría guardar relación con la ansiada longevidad, con nuestra cada vez más escasa paciencia, o con el ritmo tan calmado con el que se enfrentan a los avatares de su rastrera existencia. Las personas admiramos y envidiamos, a partes iguales, esa forma de vida tan prehistórica como efectiva, en contraposición al vertiginoso y endiablado ritmo de vida que los humanos hemos decidido otorgarnos y que nos lleva por la calle de la amargura.
Son, por tanto, las tortugas, animales que transmiten la tranquilidad y el equilibrio que nosotros hemos perdido y que tanto, de manera inconsciente, anhelamos recuperar.
En mi infancia me regalaron a Tomasa, y ahora, desde hace unos meses, tenemos a Hugo en la familia, un macho joven y con toda la vida por delante.
Mi hija Ana María y yo hemos encontrado en Hugo al medio ideal para aprender a relacionarnos con los animales y con la propia naturaleza que nos rodea.
Mientras observamos como Hugo se come el tomate, o la lechuga, o como anda, con su casa a cuestas, en busca del mejor rincón en el que guarecerse, o como se asolea relajadamente, la vida transcurre a nuestro alrededor a un ritmo distinto, atemperado, lento, casi monacal, fruto de una ancestral conexión entre los quelonios y los humanos, cuya finalidad -todo tiene una finalidad y una funcionalidad- tal vez sea la de invitarnos a reducir nuestra marcha, a que frenemos nuestra vertiginosa locura, y, de ese modo, hacernos comprender que las prisas no son buenas consejeras.
A mi pequeña Ana María le encanta que le dibuje tortugas, y yo, impregnado por ese misterioso influjo, y aún reconociendo mi torpeza para dibujar, me tomo todo el tiempo del mundo para consentirla.
No estoy seguro de haber desentrañado correctamente el mensaje que las tortugas silenciosamente nos trasmiten, pero yo juraría, sin temor a equivocarme, que se empeñan en decirnos que la vida es más sencilla de lo que parece: lo mucho puede ser nada, y lo poco puede ser mucho.
Vísteme despacio que tengo prisa. Sin dudas tiene que ser el lema de las tortugas
ResponderEliminar¡Sigue dibujando tortugas! Lo importante es el mensaje.Yo también creo que ése es el mensaje, que nos hemos de tomar la vida con más tranquilidad y sosiego en este mundo de prisas. Saludos.
ResponderEliminarLa ventaja de tenerlas como mascotas es que no tienen garantizado el disgusto de verlas morir de viejas.
ResponderEliminarA mí me parece que te ha quedado bien chulo el dibujo.
Saludos.
Nosotros tuvimos en casa dos tortugas, eran encantadoras y nos lo pasábamos genial con ellas, crecieron demasiado y decidimos llevarlas al parque de nuestro pueblo. Vamos mucho a verlas, están con otras muchas tortugas y animales en un aviario. Solo podemos reconocer a una porque tenía una pata trasera fastidiada y anda de una forma peculiar.
ResponderEliminarSabemos que son felices allí. Al aire libre y cuidadas...
Creo que en nuestro caso, fue la mejor decisión.
Besitos :)
A PESAR DE MI TEMPORAL DISTANCIAMIENTO DEL BLOG NO ME OLVIDO DE TODOS VOSOTROS,jfb
ResponderEliminarPARA TI VAN MIS MEJORES DESEOS DE FELICIDAD EN ESTAS FIESTAS NAVIDEÑAS, PERO SOBRE TODO QUE ESA FELICIDAD CONTINUE, QUE ES LO IMPORTANTE, EN EL AÑO NUEVO QUE ESTÁ A LA VUELTA DE LA ESQUINA
UN ABRAZO
FINA
En mi caso son los galápagos. De pequeño me traía mi abuelo galapagos cuando iba a pescar...Ahora sigo con la tradición de la pesca y de vez en cuando alguno se me engancha. Mis travesuras de pequeño, los galapagos sufrieron bastante. Todos los de mi calle teníamos galapagos y el mío era pintado con diferentes colores hasta que pasaba a otra vida.
ResponderEliminarUna gran reflexión, José. Aprendamos mucho de su paciencia y tolerancia. Y encontremos felicidad en lo simple.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Lo sencillo hace feliz.
ResponderEliminarNos dejas un buen mensaje.
Un abrazó.
Qué buena reflexión, además me parece que muy cierta...caminemos pasito a pasito, que no hay prisa.
ResponderEliminar(o subamos escalón por escalón despacio, que son cinco pisos, no? :P ) jejeje
Saludos jfb =))))
Ah, no me había puesto a pensar en que las tortugas u otros animales tratasen de desvelar secretos a los humanos. Me late la idea.
ResponderEliminarTu relato anterior está curado.
Saludos.
La verdad es que si. Las tortugas tienen algo.
ResponderEliminarYo me acuerdo cuando salías por ahí a hacer recuento de ellas.
Ah, y dibujar tortugas o gamburrinos con tu hija es un recuerdo que ella tendrá siempre.
Un abrazo, Jose.
Las tortugas nos recuerdan lo inútil de las prisas, es verdad.
ResponderEliminarGracias por recordárnoslo.
Ya he perdido varios galápagos y no sé dónde puñetas estarán.
Salu2 tortuguiles.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminares verdad, lo mucho puede ser nada y lo poco aveces mucho, bueno, tomo nota
ResponderEliminar