Recuerdo a las señoras putas que puteaban en la droguería que había junto a mi bar. Recuerdo a sus maridos que venían a recogerlas, en un Seat 600, o un 1500, ya bien entrada la tarde. A los jóvenes descarriados que robaban los estéreos de los coches para comprar heroína. A los aguerridos manifestantes de la hoy desaparecida fábrica de Fraymon, entre los que se encontraba mi tío, que atrincherados entre improvisadas barricadas y prendiendo fuego a neumáticos y contenedores, se enfrentaron durante varios días a los maderos para defender el pan de sus hijos.
Recuerdo a los presos que se encaramaron al tejado de la antigua prisión de Murcia, hoy abandonada, para exigir mejoras en las condiciones de vida en las prisiones. A los mineros asturianos que luchaban, día sí, día también, contra el cierre de sus minas de carbón. A las mujeres que morían, y por desgracia siguen muriendo, a manos de sus "queridos" esposos. Recuerdo al "Hermano Pulpo" que nos daba masajes en la sala de judo de nuestro afamado colegio religioso después de desnudarnos a todos y ponerse tibio. Recuerdo a los hombres que, para serlo, fumaban tres paquetes de tabaco al día y bebían hasta ver como reventaban literalmente por dentro. Y recuerdo a los que morían al volante intentando ser más machos que el conductor del coche que había osado adelantarlos.
De mi infancia guardo, de forma desordenada, numerosos recuerdos de la transición. Los niños formábamos en el patio del colegio, como militares, mientras nos obligaban a escuchar el himno nacional. Si nos portábamos mal, debíamos de ofrecer sumisamente la palma de la mano para que el maestro nos arreara con la regla, o pasábamos la clase, en una esquina, castigados cara la pared.
Luego, ya en casa, disfrutábamos con un buen bocata de chorizo Revilla, viendo a los Payasos de la Tele, mientras nuestras abuelas escuchan el consultorio sentimental de Elena Francis. Lo mejor venía los viernes, cuando, por la noche, después del Telediario, toda la familia al completo veíamos el mítico programa concurso Un, Dos, Tres, y nos íbamos a la cama soñando con llevarnos algún día un apartamento en Benidorm (Alicante).
Recuerdo salir junto a mi abuela al balcón para ver pasar a las caravanas de vehículos, que, desde bien temprano, hacían tronar sus altavoces y sus cláxones. Lanzaban al aire octavillas del PSOE, UCD, Alianza Popular, o del Partido Comunista como si se acabara el mundo, y lo dejaban todo perdido. Al parecer, los mayores tenían que ir a votar para que mejoraran las cosas. Todos, o casi todos, después de la muerte del Generalísimo Franco, Caudillo de España, tenían claro que las "cosas" había que mejorarlas.
¡OTAN no, Bases fuera! gritaban en las manifestaciones gentes con banderas rojas. En las paredes de las calles no cabía un cartel; todo estaba empapelado con fotos de señores muy circunspectos. Mi madre decía que el más guapo era Felipe González y por eso le votaba, pero yo los veía a todos igual de feos. No me fiaba de ellos como no me fiaba del "Hermano Pulpo".
Los atentados de ETA y los GRAPO golpeaban a diestro y siniestro sobres nuestras inocentes conciencias de niños. Los mayores hablaban de ruido de sables, mientras escondían revistas de mujeres desnudas bajo los colchones y por la noche se largaban al bingo, momentos que aprovechábamos nosotros para ver las revistas.
Los de mi generación entrabamos en la adolescencia sin entender absolutamente nada, y para sentirnos parte de algo, nos hacíamos del Barsa o del Madrid, o te definías como de izquierdas o de derechas. Si eras de derechas te ponías un suéter de pico sobre los hombros, y te comprabas una vespa, y si eras de izquierdas te dejabas el pelo largo y te ponías una parka de pana.
Hacia atrás, como ven, todo son recuerdos. Mi madre se consumió en su mecedora masticando sus recuerdos. Al fin y al cabo era lo único que le pertenecía. Los recuerdos son lo único que realmente nos pertenece. Lo único que nunca nadie nos podrá arrebatar.
Los recuerdos siempre estarán con nosotros. A mí me gusta conservarlos y me encanta volver al pasado para evocar momentos vividos inolvidables. Como ese UN,DOS, TRES, al lado de mis padres....
ResponderEliminarUn abrazo. Feliz domingo.
En muchos recuerdos coincidmos. Para mi loos recuerdos también abarcan desde mediados de los 70 y los 80, fueron para mi muy importantes y comparto a pesar de la distancia vivencias que corrian por toda España en aquellos tiempos.
ResponderEliminarResulta que ahora han abierto una casa de citas al lado de mi casa. Las chicas me miran con ojos de preguntarse si algun dia me probaran pues vivo solo. Vivo en el centro del pueblo cuando de niño se quedaba la puerta de la calle entornada o algun coche se quedaba abierto...Pero esto de la casa de putas que hay al lado de mi casa no lo esperaba. Como esperen que sea un cliente se moriran de hambre.
Que tengas buena semana
y recuerda cosas bomitas.
Muchos de esos recuerdos que cuentas me suenan mucho.
ResponderEliminarY siempre los recuerdos parecen ser momentos más amables, tiempos siempre mejores, cuando la verdad es que es el presente tan efímero el único tiempo que poseemos.
ResponderEliminarBesos y feliz semana :)
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ResponderEliminarEl recuento de una época plagada de vicisitudes, y contrastes muy escalofriantes, que quien no la conociera, creería que es ficción. Dentro de que lo es, desde tu relato. Un nacionalismo muy difícil de comprender, para poder inculcarlo, y más de anclar en los corazones y en la conciencia, para dar el cambio que la humanidad necesita. Cuál referente de paz y armonía nos han dejado? Ninguno. Pues termina uno aborreciendo todo lo que huela a institución, porque desdibujan y tergiversan, con los métodos, el significado que debiera tener. Esos niños vestidos de militares...
ResponderEliminarEl cierre con la madre recordando... Lo lograste magistralmente. Me has cimbrado. Te aplaudo. A veces creo que tengo una memoria ficticia, al recordar dulzuras. Es que nuestro ser tiene un filtro muy especial al recordar.
Un gran abrazo, buen escritor.
Son esos recuerdos los que amenizan las sobremesas con los viejos amigos
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